Capítulo 16 "Un retrato escondido"

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—¡Basta! ¡Vete! —Aleja apareció en escena apartando a la anciana y a mí—. ¡No deberías de estar aquí!

"¿Se conocen? Antes había llamado a la anciana por su nombre".

—Si no hubiese venido Diago hubiera muerto —dijo fríamente—. Y no lo puedo permitir, no es aun el momento.

"¿El momento? ¿A qué se refiere?".

Si las miradas hirieran la mujer de flequillo negro estaría ya muerta por Aleja. Sin ninguna palabra más la mujer dio media vuelta y se marchó siguiéndole Diago unos pasos más atrás.

¿Qué le había pasado al chiquillo? Cuando le toqué empezó a convulsionar en el suelo hasta que esa mujer con aspecto terrorífico apareció y con el simple tacto de su mano volvió a la normalidad. ¿Fue solo porque le agarré? ¿Quién fue esa mujer? ¿Cómo leches lo hizo para sanar al niño? ¿Las mujeres se conocían? ¿Por qué el niño la siguió?

—Por favor Ana. —Aleja me llamó la atención con Rufina entre los brazos. Al parecer ya se había calmado a pesar de que derramaba algunas lágrimas—. Volvamos. —Asentí.

La ayudé aguantado del otro lado a Rufina hasta llegar a casa donde Carlos apareció, llevaba su traje noble de siempre con su coleta baja característica. A pesar de vernos cansadas cargando con la anciana no se ofreció a ayudarnos.

—¿¡Nos podrías ayudar, no!? —Le esputé molesta. Este solamente se quedó en silencio mientras abría la puerta con las llaves que le acababa de dar a Aleja. Entramos y dejamos la anciana en la cama de su habitación—. ¿¡Dónde has estado!? —Furiosa salimos fuera de la habitación para darle espacio a las dos mujeres.

—No debería de chillar así.

—No me regañes. Debería de contarte yo primero las cuarenta por haberte escapado para no trabajar en el campo.

—No perdí el tiempo y fui a recolectar información —apuntó.

—Pues habérmelo dicho y yo me voy también contigo, ¿por qué no me avisaste?

—Alguien debía de sacrificarse —comentó como si no fuera nada.

—¡Pero serás! —Agarré con los dedos el puente de nariz, arrugado por mis cejas fruncidas, y bufé intentando calmarme. Un gesto que había reincorporado a mi rutina desde que vine aquí—. Bueno, ¿te has enterado de algo entonces?

—No he averiguado mucho pero he confirmado una duda.

—¿Qué duda?

Aleja apareció en el pasillo cerrando la puerta tras de sí. Con la mirada baja la levantó bastante triste, y como si me leyera la mente, habló.

—Sentémonos en el salón, tomémonos un té y conversemos, seguramente tengan muchas preguntas. —Sugirió y así lo hicimos.

Ya sentados en el comedor con el té caliente entre las manos comenzamos a hablar de lo sucedido, repasando los hechos, esta vez con el duque presente, que prestaba atención en silencio como de costumbre.

—¿Entonces, quién era esa mujer? ¿Quién era ese niño? ¿Por qué empezó a convulsionar cuando le toqué? —La empecé ametrallar pregunta tras pregunta.

—Ese niño es uno de los de la leyenda.-Contestó.

—¿Leyenda? —No entendí de primeras a que se refería.

—¿Quiere decir qué es un sucesor de uno de los soldados benditos? —Aleja asintió.

—Su nombre es Diago, es el nombre de los sucesores, el del origen.

Debajo de mi camaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora