Capítulo 28 "Biblioteca real"

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El jardín adornado de fuentes y todo tipo de flores exóticas era tan grande que desde donde estábamos no podíamos ver donde terminaba. La barriga me rugió, ya debería de ser mediodía. Carlos y yo nos separamos a los dos lados del gran ventanal que iluminaba el salón donde estaban el duque Salvador con su nieto y la Rosa con Guadalupe. Desde afuera eché una pequeña miradita curiosa hacia dentro y mi barbilla quedó en el suelo cuando vi una montaña de regalos dentro, ¿serían esos obsequios todas las cosas que había comprado en Barcelona? Enseguida cuando el duque notó lo que estaba haciendo me susurró que me apartara.

En el tiempo que habíamos estado aquí lo único que habíamos hecho era vigilar, entre muchas comillas, y escondernos de los pocos guardias y sirvientes que pasaban.

—La Rosa está muy alegre —comenté para interrumpir el prolongado silencio que habíamos estado manteniendo.

—Sí, parece que la señorita le tiene afecto. En todo el viaje no ha demostrado tanta calidez.

—Bueno, yo creo que se ha hecho muy cercana con Diago —recalqué recordando la amabilidad y generosidad que había demostrado al pequeño.

Cerré los ojos un momento escuchando y sintiendo la brisa como azotaba las flores, las ramas de los árboles y por último, mi cuerpo. Una sensación de calma me invadió y sonreí. Era ese típico momento en que parecía que te conectabas con la naturaleza convirtiéndote en simplemente nada.

—Que sentimiento más agradable.

Para cuando abrí los ojos cristales de la gran ventana volaban enfrente mía y una figura se desplazó en el aire rápidamente hacia dentro del cuarto. No, una solo no, dos, no, tres. Un gran estruendo sonó y el duque y yo entramos encontrándonos la escena propia de una película de terror.

El duque Salvador y su nieto estaban tirados en el suelo con una flecha clavada en el pecho, justo en el corazón, mientras que la Rosa se mantenía en la sombra de Guadalupe la cual estaba alzada enfrente suya con una flecha incrustada en el brazo, al parecer la había protegido. Los regalos que antes estaban bien ordenados se habían esparcido por el suelo y los muebles estaban manchados de sangre.

¿Cómo podía unas simples flechas hacer todo esto? Los pocos ayudantes que quedaban salieron horrorizados.

No sabía qué hacer ni que decir.

—Yo...perdón. —Me disculpé en un pequeño hilo de voz ya que después de todo mi trabajo era ser su guardaespaldas, ¿no? Debería de haberla protegido y bueno, a ellos también los podría haber salvado. Aparté la mirada de los dos cuerpos inertes en el suelo.

—Esto, mi señorita, no es como antes. —Guadalupe respiraba entrecortadamente mientras se quitaba la flecha, casi me desmayo al ver el agujero que se le había formado. La Rosa asintió mientras se alzaba del suelo.

Esta se acercó lentamente a los cuerpos inertes, acarició su rostro, y con gestos gentiles los colocó hacia arriba con los ojos cerrados. Guadalupe se desplazó a su lado, y a pesar de sus heridas, la ayudó a levantarse.

—Creo que no es momento de hablar ahora mismo, deberíamos de salir en cuanto antes. —Y así hicimos caso al duque. Al salir por los pasillos innumerables sirvientes y soldados corrían en la dirección contraria a nosotros, hacia el salón.

Los carros de tiro aún estaban en la entrada pero los conductores no así que de manera urgente Carlos se puso a domar los caballos mientras que todos entramos bastante ajustados en el mismo carruaje. Noté como enseguida Carlos puso camino a los caballos, el traqueteo del vehículo era ridículamente molesto. Iba tan rápido que a veces nos amontonábamos en un mismo lado a la vez casi volcándolo.

Debajo de mi camaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora