Muchos años atrás...
—¡Qué bonito Aleja! —aludió un muchacho de bellos ojos azules cuando vio el dibujo.
—¿Eso crees? —preguntó ella indecisa—. A mí no me gusta mucho, mira, aquí la ceja me ha salido doblada. —Apuntó con el dedo la zona dicha en el retrato.
—¿Pero qué dices? Yo lo veo muy bonito. —Repitió sin entender porque era tan tiquismiquis.
—Ay hermano. —Resopló.
—¡Enrique, Aleja! ¡Bajar, tenéis que ir a recoger las verduras!-Un chillido salió desde el piso principal.
Los dos se miraron y anunciaron que ya iban. Corriendo bajaron hasta quedar enfrente de una mujer delgada y bastante sana.
—Tomar, ¿Enrique ya sabes cómo hacerlo, no? —dijo mientras les daba una cesta a cada uno--. Aleja debes de ayudar a tu hermano pequeño, ¿vale? —Ella asintió pero la madre enseguida desapareció en su habitación cuando escuchó que él la llamaba.
—¡Rufina!
—¡Ya voy cariño! Tener cuidado y volver temprano. —Se despidió.
Los dos jóvenes salieron por la puerta hacia su campo.
Aleja era mucho más bajita que su hermano pequeño, Enrique, quién había heredado toda la belleza de su padre o eso pensaba ella. Tenía unos ojos azules horriblemente atractivos y un cabello totalmente negro, como el carbón, pero toda belleza venía con un contra ya que había recibido la debilidad de su padre también. Este quedó al final postrado en la cama viviendo con la ayuda de Rufina.
—Mira, con la azada debes de levantar la tierra hasta que veas la raíz y ahí debes de estirar y ¡Ya estaría! —Aleja explicaba detenidamente a su hermano pequeño los pasos mientras los hacía para darle un ejemplo—. Ahora inténtalo tú.
Enrique con todas las fuerzas que tenía clavó la azada en la tierra y empezó a apartarla, cosa que le costó bastante tiempo aunque cuando por fin divisó la raíz para arrancarla simplemente no pudo extraerla. Le faltaba la fuerza y temblaba sudoroso, tanto que cayó al suelo.
Aleja ya cansada fue hacía él y lo ayudó a levantarse.
—Venga Enrique, que esto te lo he repetido ya desde hace dos semanas.
Aleja estaba ya un poco agotada de Enrique, hacia dos semanas que su pequeño hermano había comenzado a ayudar en el campo pero era inútil, se cansaba con el mínimo esfuerzo haciendo que ella tuviera que encargarse de todo. Aleja por el contrario de su hermano llevaba trabajando y ayudando a su madre desde que tenía conocimiento. Tuvo que encargarse de todo mientras Rufina cuidaba de su padre y Enrique por lo que quedar con amigos o pensar en un futuro era una pérdida de tiempo. Sin embargo no veía su mañana fuera de casa, deseaba quedarse con el campo y poder estar con su familia por siempre, no quería casarse e irse, quería estar con ellos para protegerlos y ayudarlos.
—Lo siento hermana, a pesar de tener ya dieciséis años no puedo ni siquiera sacar unas patatas ¿cómo podré llevar estas tierras y la casa de mayor? —Algo en Aleja se movió inquieto y su hermano lo notó—. Perdona, ya sé que quieres dirigirlo tú. —Sonrió sinceramente sorprendiéndola—. Aleja, se nota desde lejos que no quieres casarte y que quieres que madre te dejé la casa y el campo. Debes de decírselo, vales para esto, yo por el contrario no. —Rio.
Aleja ya estaba acostumbrada al poder que tenía su hermano. Enrique podía leer los pensamientos de la gente como un libro abierto y sentir las mismas emociones que ellos, era demasiado empático con todos. Era ese tipo de persona que veía bondad en todos los seres, incluso en aquellos con corazón negro.
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Debajo de mi cama
Fantasy¿Qué harías si por accidente viajaras al pasado y tuvieras que embarcarte en un viaje por la España feudal con un enigmático duque? Ana en el último curso del instituto emocionada por la universidad. Una chica que le encanta quedar con sus amigos, p...