Capítulo 1 "La casa de la bisabuela"

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—Bueno chicos, casa nueva vida nueva. —Mi padre abrió la puerta dejando ver nuestra nueva residencia llena de polvo—. Tendremos que ayudar todos para terminar cuanto antes—dijo para después comenzar a entrar las cajas de la mudanza.

Los cuatro hermanos nos miramos entre nosotros, aquí empezaba la carrera.

—Tres, dos, uno... ¡Ya! —Al escuchar el grito de Paula los cuatro comenzamos a buscar por la casa las habitaciones.

Nuestra madre ya nos había dicho que habían cuatro cuartos habitables y la más grande, claro está, eran para ellos, por lo tanto nos quedaban tres donde podríamos dormir. Un cuarto con litera para dos personas, un cuarto único y...él de la bisabuela.

Corríamos por toda la casa, una casa típica, antigua, de dos pisos. Los gemelos, Paula y Salva, se desplazaron por la primera planta mientras que David, tres años menor que yo, subía las escaleras como un rayo dejándome atrás. En un intento de fastidiarle intenté cogerlo de la camisa pero lo único que conseguí fue distraerme y caerme de morros al frío suelo de mármol.

—¡Vamos, habitación única para mí! —Escuché que gritaba por una de las habitaciones al final del pasillo.

"Mierda, mierda y mierda".

Bajo por las escaleras y veo como el único cuarto de la planta principal está ocupada por los pequeños gemelos que ya estaban saltando en las literas.

"Mierda, entonces me toca...".

—Vaya hermanita, te toca la habitación de la bisabuela. No te vayas a asustar cuando su alma en pena te despierte por la noche —dijo David apoyando su mano en mi hombro.

—Hermanito no sé si meterte la mano por el culo o por la boca, porque los dos escupen la misma mierda —le respondí con una sonrisa.

—¡Qué miedo! —respondieron los gemelos.

Cuando vi a mis padres acercarse me aproximé a ellos.

—Hola papaítos. —Les sonreí y pregunté con una voz angelical—: ¿Os gustaría cambiarme la habitación porfa? —Mi padre se ríe y mi madre contesta enseguida con un rotundo «No»—. Venga va, ¿por qué no? Tiene una cama igual o incluso más grande que la de vuestra, tiene también un armario y un escritorio y... —Quise seguir hablando pero mi padre me cortó.

—Ahí es donde murió tu bisabuela, y si ya me comió la cabeza esa bruja en vida no quiero que me la coma otra vez muerta. Con sus fotos ya me bastan, no quiero ver su fantasma cada vez que...

—¡Oye! Aquí nadie va a ver un fantasma —repuso—. Cariño debes de dejar de ver Quinto Milenio —suspira mientras me vuelve a dirigir la mirada—. Ana solo hay unas pocas cosas de ella aún ahí, que quiso conservar tras su muerte, y polvo, nada más.

—Joder, voy a dormir en la misma cama que murió mi bisabuela. —Me echo el pelo hacia atrás y resoplo. Digo dormir pero no voy a echar ojo en toda la noche, eso lo sé.

—Ana, las sábanas están lavadas.

—Espera... ¡me estás diciendo que ni siquiera habéis cambiado las sábanas! —grito mientras David se ríe.

—Hija, por favor, solo será esta semana, hasta que lleguen todas tus cosas.

Iba a continuar pero mi padre intervino sugiriendo que avanzáramos con la primera tanda de cajas de mudanza que teníamos disponible. Dentro llevábamos lo más indispensables como son para mi mis cuadernos, libros, cámaras y mi portátil. El camión con las cosas más pesadas como el inmobiliario vendría dentro de una semana.

Ahora mismo maldecía al dueño de nuestra anterior casa por subir el precio del alquiler. Un precio que no nos podíamos permitir y sabiendo que a mi madre por herencia le caía esta casa, sin ninguna deuda, mis padres ni se lo plantearon y corrieron hacia aquí. Si lo pienso mejor, pudo ser peor, porque no nos cambiamos de ciudad, seguíamos en la misma pero en la parte norte de esta, al lado de los campos de los ancianos retirados que vivían por los alrededores.

Debajo de mi camaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora