Miraculous, les aventures de Ladybug et Chat Noir y sus personajes son propiedad de Thomas Astruc y Zag Entertainment.
Palabras: 1834.
13.- Corona de floresAdrien había temido que llegase el día en que Fong dejase de ser complaciente y le obligase a enfrentarse a su mayor miedo.
Al salir de su cuarto para ir a ver a Marinette se había encontrado con uno de los guardianes con rostro serio que le anunció con tono plano que Fong quería verle en el estudio de Gabriel. Adrien sintió vértigo, pero se dejó guiar hasta allí sin oponer resistencia. En el momento en que la gran puerta blanca se abrió vio a Fong, Nathalie y a su padre, se tragó la oleada de llanto e ira que trataban de abrirse paso y amenazaban con arrasarlo todo. Permaneció en silencio mirando a aquellas dos personas que ahora le parecían simples desconocidos.
—Bienvenido, Adrien.
Movió la cabeza a modo de saludo porque no confiaba en su tono de voz.
—Adrien, hijo, lo siento.
—¿Qué hacemos aquí? —le preguntó a Fong tras unos minutos de silencio, ignorando de manera deliberada a su padre.
—Hemos encontrado el sótano.
—Fantástico —masculló.
Cuando Gabriel dio un paso adelante para acercársele, Adrien dio tres hacia atrás. No soportaba la idea de que su padre pudiese volver a tocarle jamás.
—¿Cómo se accede?
—El cuadro —murmuró bajando la mirada.
—Abra.
Obedeció, presionando los interruptores ocultos en la pintura activando la plataforma. Fong bajó primero con Gabriel y Nathalie, después lo hizo Adrien con otro de los guardianes.
El ascensor bajó varios metros, muchos más de los que Adrien se habría imaginado, y les dejó en una amplia sala con una larga pasarela metálica y un féretro al fondo. Fong esperó a que el chico llegase a su altura para hablar.
—¿Qué hay ahí dentro?
Gabriel pareció dudar, lanzó una mirada a su hijo y después otra a Nathalie. Suspiró resignado y pulsó el pequeño interruptor oculto que reveló su mayor secreto.
Adrien, que creía que aquella pesadilla no podía ir a peor, se dio cuenta de que se equivocaba.
—Mamá...
Plagg se frotó contra su mejilla cuando las lágrimas le rodaron por las mejillas. Si entre unos y otros pretendían hundirlo hasta el fondo del pozo iban por buen camino, parecían haberse olvidado de que aún era un crío de diecinueve años enfrentándose a una realidad que podría destrozar a cualquiera. Un padre villano; una mujer que era casi una segunda madre, cómplice; su chica sin recuerdos sobre él y la soledad, suficiente como para destruir a cualquiera sin necesidad de añadirle una madre muerta en un féretro de cristal.
—¿Qué clase de monstruo eres, padre? —gritó. No podía más, no podía soportarlo.
—Algún día entenderás que por la persona a la que amas estarías dispuesto a todo.
—No padre, una cosa es saltar en paracaídas porque le gusta y otra es herir a la gente y destruir sus sueños.
—Adrien, escúchale —rogó Nathalie—. Tu padre...
—Mi padre ¿qué, Nathalie? ¿Lo hacía por mí? ¿por mi bien? ¿Igual que hacía por mí el mantenerme aquí encerrado? O ¿como ni siquiera compartía mesa conmigo a la hora de comer?