Capítulo 18

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Llega un momento en la vida que debes decidir entre lo correcto y lo que no lo es. Y claro, antes debes sopesar las consecuencias negativas que puede tener para ti, o que beneficios obtendrás de ello. Nada en esta vida es fácil y siendo sincera, no creo que algo que valga la pena lo sea.

Me da miedo el resultado de todo esto, me da miedo ser demasiado frágil y romperme en el camino. Pero ¿saben qué? Prefiero que las grietas empiecen de a poco, a que ellos las hagan estallar. No quiero seguir pensando ni sopesando los pro y los contra, mucho menos quiero retractarme, pero es tan difícil. He luchado demasiado por seguir con vida y tratar de hacer justicia ¿Realmente vale la pena exponer mi vida con tal de descubrir lo que sea que hacen esas cosas?

< Sí, si vale la pena, Javier y todas esas personas valen la pena>

Termino de ponerme las botas pensando en la manera de escaparme de los guardaespaldas que mi querido padrino ha conseguido para mí. La noche anterior fue una locura, después del susto que les había causado al "desaparecer" toda la tarde y mitad de la noche. Después de llegar al hotel y subir a la habitación, mis padres junto a mi padrino estaban sentados en MI cama y unos seis u ocho hombres estaban recibiendo órdenes de mi padrino. Ya tengo veinticinco años. Por Dios, no necesito avisarle a nadie si salgo o no. No es como si fuese a decir; mami o papi voy a buscar a la Agente Méndez para que me ayude a atrapar a los malos. Me da tanta rabia que me tengan en esta situación. Entiendo que quieran protegerme, pero esto ya es demasiado.

Después del espectáculo decidieron poner a dos mastodontes de esos a mi cuidado. En fin, aprovecho que ambos están mirando a otro lado, no lo pienso dos veces y salgo a hurtadillas cual ladrona en la escena del crimen. Corro hasta el ascensor, que por obra del destino mantiene sus puertas abiertas; me dentro y pulso el botón de planta baja. Cuando este se cierra, es que puedo permitirme respirar aliviada. Apoyo la espalda en la pared de éste y cierro los ojos. Al abrirlos me miro con tristeza en el espejo que hay a mi derecha. No soy ni la sombra de lo que era hace un mes. Debajo de mis ojos se ven ojeras, mi rostro luce cansado, sin contar las cicatrices que adornan mi rostro. Mi cabello rubio desentona con el abrigo gigante negro y el pantalón, así como con mi estado de ánimo.

Llevo mis lentes en la mano, y me doy cuenta que he comedido una equivocación, porque en vez de agarrar los lentes normales, he cogido los de sol. ¿Saben que es difícil? Caminar con lentes de sol cuando eres jodidamente ciega, pero todo se vale con tal de pasar desapercibido. El ascensor llega a la recepción y las puertas se abren. Justo en ese preciso momento un taxi está estacionado frente a las puertas del hotel dejando a unos huéspedes. Sin pensarlo camino rápido hasta llegar a él —buenos días, ¿va hacia la ciudadela?

— Justo me devuelvo en este momento— dice el señor del taxi abriendo la puerta trasera.

Me monto en el asiento de atrás, dándole la dirección que me ha pasado la agente escrita en la servilleta. El taxi arranca, me dispongo a mirar por la ventana para admirar el paisaje o eso creo, debido a que tiempo después pasamos por el lugar del accidente. Siento como todo se va fragmentando y la tristeza se apodera de mí, y como no, si justo en este lugar ha muerto una de las personas que tanto quería en mi vida. Trato de ver algún indicio de que aquí hubo un accidente, pero a simple vista no se ven señales de nada. Cierro los ojos y llevo mi puño hasta mi corazón, aquí, en este momento juro que haré todo lo posible por hacer justicia.

Abro los ojos y veo que el taxi toma dirección contraria a la que usualmente recorremos. Me alerto enseguida y mi cuerpo se tensa por completo. No obstante, trato de parecer calmada para no mostrar ningún indicio de nerviosismo. Él va manejando sin mirarme, cosa que me hace ponerme aún más nerviosa.

— Disculpe — me oigo decir — ¿vamos por la dirección correcta?

— Lo siento, olvidé que los turistas no conocen los atajos. Sí. Sólo acabamos de tomar un atajo que nos ahorrará el caos del centro —me permito relajarme en el asiento. Me estoy volviendo paranoica.

El Silencio Del Cuervo © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora