Capítulo 23

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     Me encuentro aturdida en el piso, quiero detener a... ¿a quién quiero detener? Quien quiera que sea esa persona, no quiero que escape, quiero pararme y no dejar que se salga con la suya, pero todo lo veo borroso. Ni siquiera soy capaz de articular palabra. A lo lejos, escucho gritos y detonaciones. Estoy a punto de dejarme vencer, de pronto la silueta borrosa de un hombre se planta frente a mí gritándome y sacudiendo mis hombros. No distingo quien es, los ojos me pesan y lucho por tratar de estar despierta, pero me es imposible.

Siento que soy alzada del suelo y la persona que lo hace está caminando conmigo a cuesta. Veo distorsionada las copas de los árboles y el cielo, luego, soy tendida en algo suave y mi vista se queda unos segundos en el techo de un auto. Cierro los ojos esperando que la pesadez y el mareo disminuyan. Los gritos de una mujer, el llanto y el pitido incesante en mi cabeza distorsionan la realidad. Intento con todas mis fuerzas mantenerme despierta pero fallo en el intento.

La sensación de que un líquido está cayendo sobre mi cara me obliga a abrir los ojos de golpe. Esta vez ya un poco más lúcida puedo observar Mónica frente a mí con los ojos llorosos.

— Gracias a Dios, Montt, que susto me has dado— exclama ayudándome a incorporarme. Al mismo tiempo, lleva una botella de agua a mis labios diciéndome que tome pocos sorbos.

Miro confundida dentro del auto, para darme cuenta que estamos en el deportivo de Silvio, eso quiere decir que hemos salido con vida de esa pesadilla y que hemos tenido suerte. No recuerdo casi nada, mi mente conserva aún la niebla que oculta información importante. Estiro un poco el cuello sintiendo una punzada en la cabeza, de igual manera, me inclino mirando hacia adelante, en el puesto de conductor solo observo a Silvio. Regreso mi vista hacia Mónica y alrededor, pero solo estamos nosotros tres.

— Mónica ¿los demás? ¿Mis padres? —pregunto con voz patosa.

Bajó los ojos afirmando mis peores sospechas. —Que... ¿Qué paso? — logro decir abrumada.

— No estaban solos. Después que logramos liberar a la mayoría y deshacernos de los demás empezaron a dispararnos desde todos lados. Todo sucedió demasiado rápido, la ráfaga de fuego acabó con todos. Sólo Silvio y yo fuimos los únicos en salir con vida. Pensé que tú estabas entre esas personas Montt, salimos vivos por muy poco y cuando te vi ahí, tirada en el piso pensé que, que estabas muerta hasta que Silvio te tomó en brazos y te trajo con nosotros. Estabas tan indefensa, a punto de desangrarte y yo no podía hacer nada Agatha.

— ¿Mis padres? — es lo único que sale de mis labios

— No se encontraban ahí. Antes de liberar a todas esas personas revisamos si se encontraban tus padres, pero no había rastros de ellos— termina de decir haciendo que mis esperanzas caigan en picada.

— eso no se puede quedar así, Silvio. Tienes que hacer algo, ellos no se pueden salir con la suya, mis padres no pueden estar en manos de esos tipos —grito alterada.

— Estos hijos de puta van a pagar por haber matado a mis hombres de confianza. Eso te lo juro Hottie— veo los ojos de Silvio llenos de odio desde el retrovisor.

— Por ahora, será mejor que nos escondamos en la fortaleza Agatha. No creo que el hotel sea seguro para ti y yo tampoco creo que mi casa sea segura en estos momentos—se lamenta Mónica.

— Creo... creo que deberíamos llamar a Ernesto— digo

— Yo también lo creo. Tal vez él puede tener información— asintió ella

— ¡No! — Grita Silvio asustándonos — Nadie más puede meterse en esto, no podemos confiar en nadie. No quiero a ese hombre cerca de nosotros — aferra con rabia el volante —no lo concibo. Debemos desconfiar hasta de nuestras sombras en estos momentos, y él, él es la peor persona en la que confiar.

El Silencio Del Cuervo © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora