Capítulo 20

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— Me duele el brazo — me quejo ya una vez que estamos dentro del carro

— Es normal, Agatha, es primera vez que agarras un arma

— Si, ya veo — hago un puchero sobando mi brazo.

Hemos pasado tres horas, tres horas practicando, o bueno, ellos enseñándome porque son expertos. En mi caso, solo logré acertar al blanco de la silueta una sola vez. Fue caótico, sin mencionar los gritos de Silvio, cosa que hace estremecerme.

— Nos vemos pronto, Hottie— se despide Silvio desde el frente de su mansión. Le saco el dedo del medio enojada. Por su culpa mañana no podré ni siquiera alzar el brazo. Él se ríe lanzando un beso en mi dirección. Engreído.

Al mismo tiempo, Mónica arranca el auto para salir de la mansión. Los guardias están parados frente a la caseta a la espera a que salgamos pronto.

— Toma — le tiende la Glok a Mónica una vez nos estacionamos frente a la caseta.

— ¿Sabes que tu jefe me dio una mejor que esta? — le quita el arma de su regordeta mano con rabia.

— Que él esté loco es cosa suya. Yo sólo recibo órdenes — Mónica pisa el acelerador hasta el fondo haciendo rechinar los neumáticos y sacándonos por fin de ahí.

Por quinta vez consecutiva miro mi reloj. Estoy preocupada por mis padres, ya que en todo el tiempo que estuve con Mónica, una sola vez supe de ellos y eso me extraña, ya que mi madre es una de las mujeres que cuando no me ha visto en todo el día empieza a llamarme de forma compulsiva. No soy una mujer de corazonadas, ni premoniciones, pero me es inevitable no pensar que tal vez algo les pudo haber pasado. Es que son tantas las imágenes que pasan por mi cabeza en estos momentos que es inevitable no sentirme angustiada.

Saco el teléfono y comienzo a llamar a mi madre, pero no responde. Vuelvo a intentarlo pero nada sucede. No me doy por vencida y sigo intentándolo varias veces seguidas, cosa que hace que mi desesperación suba unos cuantos decibeles — No contestan— guardo mi teléfono hundiéndome en el asiento de copiloto sopesando las mil y un opciones. Mónica quita momentáneamente la vista de la carretera y la centra en mí con preocupación.

— ¿Crees que pudo pasarles algo?

— No lo sé con certeza, es más, llámame loca, pero presiento que algo no anda bien.

— ¿Quieres que pasemos por el hotel y así verificamos? Si es lo que necesitas para centrarte totalmente en este caso, por mí no hay problema.

— Me gustaría, y Mónica... Gracias

Mónica cambia la marcha a cuarta para dar la vuelta en U, al mismo tiempo vuelve a cambiar la marcha a quinta acelerando hasta el fondo —Sé que esto está contra la ley, y no se debe hacer— sonríe con inocencia fingida — Pero hay casos que lo ameritan.

— Si tú lo dices— digo un poco mareada por el brusco movimiento del carro.

Ella aumenta la velocidad del auto. Los árboles y la carretera son un borrón ante mi vista, nunca baja la velocidad ni se desconcentra. Para mí en este momento lo único que importa es saber que mis padres están bien, que nada de lo que estoy sintiendo es verdad.

Antes de lo pensado estamos estacionando en la entrada del hotel. Salgo como alma que lleva el diablo a los ascensores, paso por recepción sin saludar a nadie y me adentro al ascensor marcando el número de piso de mis padres, pero antes que sus puertas se cierren, Mónica coloca un pie para detenerlo — La ciencia de ser compañeras, es que tenemos que trabajar juntas sino, no va a funcionar Agatha ¡Dios, corres demasiado! — Dice doblada con las manos en las rodillas tratando de respirar.

El Silencio Del Cuervo © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora