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Capítulo 1
- ¿Qué estás mirando? –me saludó Angélica.
El año escolar ya se me estaba haciendo largo, y eso que ni siquiera había empezado la primera clase del curso.
-¡Eh!, ¡Te estoy hablando a ti imbécil! –siguió, esta vez acercándose un poco más a mí.
Iba escoltada por su grupito de "amigas" lamebotas que la seguían a todos lados, con la esperanza de que algún día, con suerte, llegasen a tener un 10% de su popularidad. Angélica era la típica chica guapa y sexy, con muchos pretendientes, seguida por un grupo dechicas menos guapas y menos sexys, con muchos menos pretendientes. Lo único que me reconfortaba era saber que bajo aquellas melenas chamuscadas, por el reiterado uso de las plancha, no había más que un cerebro del tamaño de un
guisante, seco.
- No pienses que este curso te vas a escapar. Me voy a desquitar contigo. El año pasado me jodiste y este año vas a preferir estar muerta.
Me di cuenta que el verano no le había sentado muy bien y seguía acordándose del desagradable percance del año anterior. Cada vez que había
intentado explicarle la versión de los hechos calmadamente, aquello acababa peor que el rosario de la aurora. No había manera de hacerle entender que yo no tenía la culpa de que el chico nuevo (y guapo) que había venido el curso anterior hubiese estado interesado en mí, la cual cosa no duró ni un par de días, sin ni siquiera llegarnos a rozar las manos. Los chicos no eran mi punto fuerte, pero el reducido cerebro de Angélica no conseguía procesar nada de eso. Mi experiencia con el género masculino, desde bien pequeña, había sido horrible, y desde entonces había aprendido que dejar que un hombre esté cerca es receta perfecta para sufrir.
- ¡Te voy a estar vigilando, !Y si su frase maestra no hubiese sido suficiente, decidió empujarme, con tan mala suerte que al caer me di con un bordillo en la ceja. Sentí un dolor agudo y un pitido en los oídos mientras intentaba levantarme del suelo. Tanto Angélica como sus sumisas se disiparon rápidamente. La sangre me goteaba por los dedos después de inspeccionar la zona afectada. El dolor me rebotaba por toda la cabeza, igual que la risa aguda y odiosa de Angélica. No me gustaba odiar a nadie por muy malos que hubiesen sido conmigo, pero Angélica estaba empezando a acercarse peligrosamente a la línea divisoria.
- ___Torres Díaz –me llamaron por megafonía.
Así era como nos llamaban uno a uno para distribuirnos según las diferentes clases. Empezaban por los más pequeños que iniciaban la Escuela, y
acababan por los de segundo de bachillerato.
Todos esperábamos pacientemente (menos Angélica, que prefería divertirse conmigo) a que dijeran nuestro nombre.
Me acerqué a la entrada intentando ocultar la herida, pero fue en vano. Aunque no parecía muy profunda, empezaba a ser aparatosa por la sangre
que seguía cayéndome por la cara. Cuando me acerqué a Antonia, la conserje, que como cada año era la encargada de llamarnos uno a uno, se le escapó un grito de horror que resonó por todo el patio gracias a la ampliación del micrófono.
- ¿Qué te ha pasado? –me preguntó con cara de susto.
- Me he tropezado, pero no es nada. Ya se me curará –le dije intentando esquivarla para entrar lo antes posible, ya que todos miraban intrigados después del exagerado aullido con el que casi nos deja sordos.
- ¡Qué horror, te podrías haber lastimado un ojo!. Ve a la enfermería que allí te curarán.
Me costó no reír ante tal expresión,que combinaba algo así como susto, asombro y dolor. Sin duda, Antonia podría haberle hecho creer a cualquiera
que mi herida le dolía más a ella que a mí. Antonia siempre me había recordado a las típicas matronas alemanas que alguna vez había visto en anuncios de cerveza. Desprendía maternidad por cada poro de su piel, pero a la vez, su gran tamaño, imponía respeto. De cualquier modo, siempre que la veía, me entraban ganas de darle un abrazo.
- De verdad que no es nada –le insistí sabiendo ya de antemano que perdía el tiempo intentando incumplir una de sus órdenes.De repente cambió su expresión. Ésta ya me daba un poco más de miedo.
Estaba claro que no tenía opción, tenía que ir a la enfermería sí o sí. Daba gusto ver los pasillos tan tranquilos y despejados. Todo el mundo estaba en sus clases con sus tutores que les explicaban cómo iría el curso. Yo no podía evitar sentir pena por los más jóvenes, los que acababan de venir de primaria, por esa ilusión e inocencia que pronto desaparecería aterrizando de lleno en la cruda realidad de la vida casi adulta.

Yo misma había tenido esa ilusión. Recuerdo claramente la noche antes de empezar primero de la prepa. No pude apenas dormir. Ni siquiera cuando era la noche de Reyes recuerdo haber estado tan nerviosa y emocionada como aquella noche. No podía parar de pensar en cómo sería el edificio, los profesores y los alumnos nuevos. Tenía muchas ganas de estrenar la mochila y unos lápices preciosos que mi madre me había comprado. Lo recuerdo como si fuese ayer, pero de lo que más me acuerdo es del beso que me dio mi madre antes de entrar en el colegio. Que poco sabía yo lo mucho que iba a cambiar mi vida esa misma noche cuando regresé ilusionada de mi primer día de clase.
Cuando llegué a la enfermería, nohabía nadie. Me senté en una de las sillas delante de la sala de profesores por si pasaba alguien. La herida me seguía sangrando, y podía sentir el corazón latiendo con fuerza justo donde estaba el corte.
El sol entraba con fuerza por una de las ventanas y me daba en la espalda. Era agradable sentir aquel calorcito quese esparcía por todo mi cuerpo. Miré por la ventana. Nada especial. Un pueblo de lo más común, con poca gente
y poca actividad. Tenía su gracia porque estaba rodeado de campos y bosques, pero el pueblo en sí era bastante feo. Me fijé en unas grandes nubes que se acercaban amenazantes a lo lejos. Eran bien negras, y se acercaban con rapidez, incluso me pareció ver un rayo a lo lejos. Con un poco de suerte, para rematar el día, acabaría lloviendo y tendría que caminar bajo la lluvia sin paraguas durante cuarenta minutos hasta llegar a casa.

Pero de repente, cualquier calamidad que pudiese sufrir dejó detener importancia. Me quedé sin respiración, como si alguien me hubiese golpeado en el estómago. Un hombre alto, fuerte y extremadamente guapo, salió de la sala de profesores.
Desprendía una elegancia que hacía imposible no fijarse en él. Nunca había
visto un hombre así, y menos tan cerca de mí.
- Hola -me saludó desvelando una voz que parecía música para mis oídos.
Casi me desmayo.

Enamorada de mi Profesor (Milo y tu) adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora