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Aquellas palabras se clavaron en mi pecho como cientos de cuchillos afilados. Recuerdo como de repente parecía que alguien me hubiese puesto
un peso enorme encima que me hacía el cuerpo increíblemente pesado y que me oprimía el pecho, impidiéndome respirar. La secretaria volvió a su
posición original, reanudando el juego.
-¿Có-cómo que falleció? – conseguí preguntar a duras penas.
–Hace una semana estaba bien.
-No lo sé. Eso tendrá que hablarlo con el doctor que llevaba el caso –contestó sin apartar la mirada de su absurdo juego.
-¿Quién es? –le pregunté cada vez más enfadada.
-No lo sé.
La rabia volvía a arderme en las venas. Apreté los puños con fuerza para
intentar controlarme.
-Dígame quién es, por favor –dije apretando los dientes y marcando cada palabra por separado.
La secretaria se quedó mirándome como si fuese a protestar, pero cuando se fijó en la expresión de mi cara decidió volver a mirar en el ordenador.
-Es el doctor Prados. Vaya a la sala de espera y le diré que vaya en cuanto pueda
-Gracias –le dije con rabia y fui a la sala de espera.
El dolor seguía aumentando, junto con la desesperación y la impotencia. No podía ser que Minerva estuviese muerta. El domingo pasado estaba bien.
Tosía mucho, pero estaba bien. ¿Y si hubiese habido un error? Seguro que era eso. Seguro que se habían confundido con los nombres y las habitaciones. Seguro que había otra Minerva Gonzales. Cuando el doctor llegó me dirigí a él. Llevaba una carpeta bajo el brazo.
-Hola doctor. He venido a ver a Minerva, pero la secretaria me ha dicho que había fallecido, pero debe de haber un error porque el domingo pasado estaba bien. Seguro que usted puede decirme dónde está –le dije sin poder evitar el tono de desesperación de mi voz.
-Hola. Perdona, ¿cómo te llamas? –me preguntó amablemente.
-___.
-Hola ___, soy el doctor Prados. ¿Eres familia de Minerva? –me preguntó y
seguidamente me hizo un gesto para que me sentase en una de las sillas.
Él se sentó a mi lado en otra silla. La sala de espera estaba vacía.-
- No, pero como si lo fuese. Hace un año que vengocada jueves y cada domingo a verla. Es como si fuese mi abuela. Por favor, dígame que está bien – le pedí desesperada. El doctor me miraba apenado.
-_____, sabrás que Minerva tenía un cáncer de pulmón y otras enfermedades varias degenerativas en lo que refiere a todo el sistema respiratorio. Estas últimas semanas la salud de Minerva había empeorado muy rápidamente y aunque hicimos todo lo que pudimos para salvarme la vida, falleció este martes de madrugada. Los ojos se me llenaron de lágrimas sintiendo un enorme dolor en el pecho.
- Pero si estaba bien... hace ni siquiera una semana... – conseguí decir mientras lloraba desconsoladamente.
- Minerva siempre había sido una persona muy fuerte. Incluso a nosotros nunca nos dejó ver lo grave que estaba hasta el final. Era una gran luchadora. Le preguntamos si quería que llamásemos a alguien cuando se puso peor pero nos dijo que no. Lo único que nos pidió es que te entregásemos esto cuando vinieses. Abrió la carpeta y me entregó un sobre un poco abultado en el que ponía 'Para mi querida ___' escrito a mano. Seguía llorando sin poder imaginarme que Minerva ya no estaba.
-Ha sido enterrada en su pueblo esta mañana. Lo siento mucho, de verdad. Minerva se había ganado un sitio muy especial en el corazón de todas las
personas que trabajaron con ella – me dijo dolido.
-Gracias –le dije como pude.
Cuando el doctor se fue, me quedé unos instantes llorando en silencio en la
sala de espera, sujetando el sobre de Minerva sin abrir en mis manos. Sentía un vacío enorme en mi pecho, pero lo que más rabia me daba era que jamás
sabría lo que había ocurrido con Milo, no por mí, pero por ella, porque no
podía dejar de pensar en la ilusión que le hubiese hecho saberlo. Me daba rabia que nadie me hubiese avisado. Sé que ella no quería a nadie mientras moría, pero aunque hubiese sido para despedirme en condiciones, o para
poder ir al entierro. Seguramente la habrían enterrado completamente sola y eso sí que me dolía. Cogí el teléfono para escribirle a
Milo.
-'Cuando quieras ya puedes venir a buscarme' Pocos segundos me contestó.
'Llego en 5 minutos. Ya estoy de camino'- Intenté secarme un poco las lágrimas. Fui hasta la entrada del hospital y esperé a que llegase.
-¿Estás bien? -me preguntó preocupado cuando entré en el coche.
-No –le contesté triste mientras las lágrimas me volvían a nublar la vista –Minerva ha muerto.
Se quedó un momento callado intentando procesar la noticia. Me abrazó.-
- Lo siento muchísimo ____. –dijo apenado mientras lloraba desconsoladamente en su hombro.
-No lo entiendo, si estaba bien... el domingo pasado estaba bien –le dije como pude. –Era como mi abuela. Ella era la única que me ha hecho compañía. La única que ha estado a mi lado.
-Lo siento de verdad, cariño, no sabes lo mal que me sabe –contestó triste mientras me abrazaba con más fuerza. Me quedé unos minutos allí, en su
hombro, llorando. Sólo podía pensar en Minerva.
-Siento mucho que sea hoy justo el día de tu cumpleaños cuando me he tenido que enterar – le dije triste por él, por la situación en la que se veía
envuelto por mí.
-Escúchame ____, mi cumpleaños me da igual. Esto es mucho más importante que cualquier cosa. No pidas perdón por ello, ¿vale? –dijo dulcemente mientras me secaba las lágrimas de la cara con su mano.
Fuimos directamente a su casa, y aunque intenté estar un poco animada
para no amargarle el día a Milo no pude hacer gran cosa. Él estuvo a mi
lado todo el tiempo, dándome ánimos y apoyándome. Estuvimos tranquilos,
junto al fuego, con la televisión puesta. Estaba como en estado de shock, y no podía quitarme la idea de Minerva en una caja de madera junto a cientos de otros muertos. No había abierto la carta aun. No me veía con fuerzas. De alguna manera, era como si la carta fuese la última parte de Minerva que aún quedaba viva, y una vez la abriera, ya no quedaría nada.
Apenas pude dormir, y cuando lo hacía, me despertaba empapada en un
sudor frío, chillando, sin saber si aún estaba en mis peores pesadillas o si ya
me había despertado. Milo me abrazaba e intentaba tranquilizarme con sus palabras y sus caricias, pero cada vez que me dormía, las pesadillas volvían a aparecer. Y si eso no fuese poco, se sumaban mis dudas sobre lo que Milo me ocultaba. Su madre lo llamó para felicitarle el cumpleaños, pero volvió a salir ese "tema" del que yo no tenía ni idea y del cual Milo insistía en que no era más que una simple disputa familiar. Cada vez sentía más y más que Milo me ocultaba algo que tenía más importancia de lo que él quería darle.
Y la idea que Milo me estuviese ocultando algo no me hacía ninguna gracia.
Me desperté con una idea fija. Tenía que pedirle a Milo que me contara la
verdad. Si no lo quería hacer, tendría que irme y dejar de estar con él. Con
Minerva muerta ya no podía dejar que nadie me hiciese daño. Si Milo seguía
sin decirme la verdad, esa no era la vida que yo quería. Tal y como decía
Minerva, nunca hay que mentir.
Lo miré mientras dormía con las primeras luces de la mañana. Lo miré con pena, contemplando su perfección, sabiendo que podría ser el último día
que lo viese dormir y que lo tuviese tan cerca de mí. Si alguien me hubiese
pedido que cuantificase el amor que sentía por él, hubiese sido imposible,
pero tenía que protegerme. Si no me decía la verdad, me tendría que ir. Treinta minutos fueron los que me pasé mirándolo, intentando memorizar
cada parte de su rostro para que quedase grabado en mi memoria para siempre. Cuando despertó, deseé con todas mi fuerzas que hubiese seguido dormido por lo menos treinta minutos más.
-Buenos días cariño, ¿cómo estás? –me dijo dándome un beso en la frente.
-Bien.
-¿Quieres que te prepare algo? ¿Un té o un chocolate o algo?–me preguntó
cariñosamente.
-No, gracias, estoy bien – le dije un poco nerviosa. –Lo que me gustaría es... poder hablar contigo un momento.
Milo se quedó unos momentos un poco extrañado.
- Vale, dime, ¿qué pasa?
Me levanté y me senté en la silla que había al lado de la cama. Me puse de
lado para no tenerlo justo delante. Me sentía muy mal por lo que iba a decir, y no mirarle directamente hacía la tarea un poco más llevadera.
- Antes de todo, quiero que sepas que te quiero y que jamás pude imaginar que llegaría a querer a nadie tanto como te quiero a ti –pude decir antes de
que mi voz empezara a quebrarse,
–pero sé que hay algo que me ocultas y, ahora que ya no está Minerva, no puedo dejar que nadie me haga daño. Ella era la única persona que me apoyaba y me ayudaba cuando me encontraba mal, pero ahora que ya no está, si tú me haces daño, no tendré a nadie que me ayude.
- ____, jamás te haré daño y lo sabes. ¿Por qué dices que te estoy ocultando algo?– dijo también con la voz entrecortada. Su tristeza y desesperación se reflejaban en sus preciosos ojos azules.
- Porque sé que lo que hablas con tu madre es algo más que una simple disputa familiar –dije llorando, intentando reprimir mi impotencia.
Le miré implorando. Milo apartó la mirada. Parecía desesperado, hundido
en su tristeza.
- ____, tienes que creerme cuando te digo que no te voy a hacer daño –me pidió intentando encontrar en mi mirada un poco de comprensión que no
halló. –Hay cosas en mi pasado que no puedo cambiar, de la misma manera que las hay en el tuyo. Todas esas cosas las quiero dejar atrás, aunque algunos quieran seguir llevándome allí. Quiero empezar de cero contigo
sin que nada de lo de antes empañe lo de ahora. Sus palabras eran honestas y cada una de ellas cargadas de dolor. Yo le creía, pero aun así quería saber la verdad. No podía seguir adelante si él no era sincero conmigo. Yo le había
contado lo de mi pasado, había confiado en él, así que ¿por qué no podía él hacer lo mismo conmigo?
- Si no me dices la verdad, si no eres sincero conmigo, tendré que irme –dije, como si cada palabra fuese una sentencia que me enviaba bajo tierra.
- ¿Pero no entiendes que lo que estoy haciendo es para nosotros? ¿Para tener un mejor futuro sin preocuparnos por el pasado? –dijo un poco exasperado y lleno de dolor.
- Lo que yo no entiendo es por qué no confías en mí como yo confié en ti –le dije enfadada mientras empezaba a llorar de nuevo.
- ___, yo te quiero, y haría cualquier cosa por ti. ¿No es eso más importante que lo que pasó antes en mi vida? –me imploró con tristeza.
- Por supuesto que lo es, pero creo que merezco que seas sincero conmigo. Merezco saber la verdad –dije, y miré con exasperación por la ventana.
-Lo siento Milo, pero no puedo, si no confías en mí, tendré que irme.
Se quedó callado, tan callado que parecía que había parado de respirar. Sus ojos desprendían mucha tristeza.
- Por favor, ___, no te vayas –dijo casi en un susurro desesperado.
- No puedo Milo. Tengo que protegerme. En silencio y llorando, sin mirarlo,
cogí mis cosas y me fui. Milo no intentó impedírmelo. Se quedó allí, abatido, hundido en el dolor, viendo como me iba.

Enamorada de mi Profesor (Milo y tu) adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora