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Milo abrió enseguida, y tomándome suavemente del brazo me tiró hacia dentro, y empezó a besarme con fuerza. Los dos nos perdimos en una pasión que no hacía más que aumentar por segundos. Apartó las cosas de su mesa que cayeron al suelo, y luego me levantó y me puso encima de la mesa mientras seguía besándome con fuerza.
Era la primera vez que nos besábamos con tanta pasión. Los dos íbamos soltando gemidos reprimidos que no hacían más que seguir subiendo la
tensión. Me apartó el pelo del cuello y empezó a besarme. El poco control que intentaba mantener, desapareció cuando me tocó en ese punto. Entre gemidos, cogí a Milo por la cabeza y lo acerqué todavía más a mí. Me eché hacia atrás, y Milo se puso encima de mí.
Milo me cogió por las muñecas y las puso encima de mi cabeza, haciendo un poco de fuerza, y siguió besándome. Nunca lo había visto tan excitado, y eso me excitaba todavía más. Al cabo de unos minutos, intentó calmarse un poco, y me iba dando besos mientras intentaba respirar.
-No sé cómo consigues hacerme sentir esto –jadeó. -Será mejor que vayas a clase, porque como sigamos no voy a poder parar –me dijo clavándome esa
mirada llena de deseo.
-No quiero que me dejes ir- le susurré al oído. Me volvió a besar con fuerza,
pegando todo su cuerpo contra el mío. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para parar.
-Vete, ____, vete...–me pidió suplicando.
Me senté y él se levantó, soltándome las muñecas. Aunque no tenía ningunas ganas de irme, tenía que ir a clase. Ya habían pasado diez minutos.
-¿Te veo esta tarde? –me preguntó.
-Vale –le contesté mientras me dirigía hacia la puerta intentando ordenarme un poco el pelo. Se acercó a mí y me volvió a dar otro beso.
-Te quiero –me dijo dulcemente.
-Yo también te quiero –le contesté antes de salir.
Necesité unos segundos para calmarme. Quería estar en esa mesa y que Milo me apretase las muñecas mientras me besaba el cuello. Quería
entrar y dejarme llevar, ver a Milo desearme de esa manera, sentir sus
gemidos tan cerca y tan fuertes. Con tanta pasión, no sé si llegaría a cumplir los 18.
-¿Qué te ha pasado? -me preguntó Luís, el profesor de literatura, cuando entré por la puerta quince minutos tarde. Todos me miraron un poco sorprendidos, como si no se hubiesen dado ni cuenta de que no estaba en
clase.
-Lo siento, no me encontraba muy bien –mentí.
-Sí, estás colorada. Puede que tengas fiebre- dijo
preocupado.
- Fiebre de Milo , pensé.
-No lo sé, podría ser... – dije intentando disimular.-
- Si no te encuentras bien puedes ir a casa. No te preocupes –me ofreció amablemente.
-Gracias, pero ahora ya estoy un poco mejor. Preferiría quedarme –le contesté y fui a sentarme a mi pupitre. Luis era uno de mis profesores
preferidos. Debería tener casi sesenta años, y tenía una barba blanca que le
cubría gran parte del rostro. Siempre me recordaba a un papá Noel, pero sin la barba tan larga. Tenía unos ojos risueños y cariñosos, y era el único que
mostraba algún tipo de interés por los alumnos que intentaban aplicarse.
Las horas hasta ver a Milo de nuevo se me hicieron eternas. Los lunes
tenía que quedarse una hora más que yo, así que tenía que ir a casa andando.
Aproveché ese momento para ducharme y cambiarme, y luego, vino a buscarme.
-¡Hola! –me saludó contento cuando entré en el coche antes de darme unos cuantos besos. – Te he echado de menos.
-¡Yo también! –le dije contenta de volver a verlo mientras le apartaba cariñosamente el pelo de la frente.
-¿Te importa acompañarme a hacer unas compras? Me acaban de llamar para hacer un reportaje fotográfico sobre un artículo en una revista de viaje y me tengo que ir los próximos dos días.
-¿A Dónde? –le pregunté un poco apenada.
-A los Alpes Suizos –me contestó, –pero el jueves por la mañana ya estaré de vuelta. Preferiría quedarme contigo, pero no puedo decir que no. Parecía triste.
-No te preocupes. Sobreviviré –dije Intentado animarle un poco.
–Además los Alpes son increíbles, seguro que te saldrán unas fotos magníficas.
-Te escribiré y llamaré cada momento que pueda, te lo prometo.
Estar en el supermercado con Milo era una sensación muy agradable. Era
como si estuviésemos viviendo juntos. Mirar los productos y hablar sobre cuál escoger puede parecer una situación poco interesante, pero a mí me resultaba de lo más placentera. Me sentía la persona más feliz del mundo al estar con él. No quería que esa sensación acabase nunca.
-Sé que no debería comprar los azucarados... pero es que me gustan más que los naturales.
- No sé qué hacer –debatía sosteniendo dos yogures mientras leía las diferencias en los ingredientes de estos dos.
–Cogeré los blancos y siempre le puedo añadir azúcar si me veo desesperado.
Llegamos a su casa y guardamos la compra. Luego hicimos un bizcocho
buenísimo, y cuando estuvo listo, nos sentamos en el sofá con unas tazas de té y empezamos a ver una película. Yo estaba apoyada en su pecho y él me abrazaba. No íbamos ni por la mitad de la película cuando empezamos a
besarnos apasionadamente otra vez, pero de repente volvió a sonar su
teléfono.
-Perdona –se disculpó levantándose.
Miró su teléfono para ver quien llamaba. Le cambió la expresión al momento.
-¡Mamá!–respondió con un tono que demostraba su agobio.
–Sí, estoy bien, ¿cómo estás?...
- Sí, mañana me voy hasta el jueves por la mañana... Sí... para lo de la revista... Sí... al final me han contratado.
Parecía agobiado y sin ganas de hablar. Poco a poco iba yendo hacia la
cocina como si quisiese alejarse para que no pudiese oírle.
-¿Otra vez? –dijo cada vez más irritado.
–Cuántas veces te he dicho que no quiero hablar más del tema. Estoy intentando ser paciente contigo pero me estás llevando al límite... No.. Mamá, ya lo he decidido. No te lo volveré a repetir. No va a ocurrir... Me da igual como esté. No. Ya veo que no hay manera de razonar contigo. Tengo cosas que hacer. Por favor, si es para hablar de esto, no me llames más. Adiós - y colgó.
Le oí respirar hondo unos segundos. Luego volvió a mi lado.
-¿Va todo bien? –le pregunté preocupada.
-Sí –contestó poco convencido. Le miré un momento. Intentaba ocultar dolor, pero su mirada, por mucho que intentase parecer normal, lo delataba.
-¿Estás seguro? Sabes que puedes contarme lo que quieras – le dije intentando tranquilizarlo.
-Sí. No te preocupes. Son disputas habituales entre familias- me contestó.
Yo sabía que había algo más, pero estaba claro que Milo no quería hablar
del tema, y yo, aunque quería creerle, algo me decía que en ese tema había más complicación de lo que me quería hacer creer, y esa sensación no me gustaba.
Esa noche me volví a quedar con él. Una vez Milo se durmió, no pude evitar que mi mente se apoderara de mí. Tardé muchísimo en quedarme dormida,
y cuando lo hice, el sueño fue inquieto. No podía parar de pensar en la
conversación de Milo con su madre. Algo me inquietaba, pero no sabía el
qué. Decidí dejar aquellos pensamientos apartados y concentrarme en el hecho de que estaba con Milo. Decidí creer lo que él me decía, era más fácil y menos doloroso que pensar que me ocultaba algo.
Milo me dejó cerca del colegio a la mañana siguiente, y se despidió de mí con un tierno beso. No me había bajado del coche aunque ya lo echaba de
menos.
-El jueves por la mañana ya estaré de vuelta. Te prometo que te voy a escribir y a llamar todos los días.
-Vale –le contesté apenada.
-Andas con cuidado, por favor –me pidió preocupado.
-Sí, tú también –le contesté mientras me cogía la mano.
-___, te quiero muchísimo.
-Y yo, Milo, yo también te quiero muchísimo. Te voy a echar de menos. Me dio un beso y salí del coche.
-Hasta el jueves, cariño. - Me sonrió y yo le devolví la sonrisa. Empecé a caminar hacia el colegio. Me giré un segundo para ver si se había ido y lo vi aún ahí mirando cómo me iba. Me hizo un gesto con la mano y se lo devolví. Después escuché como el coche arrancaba y se alejaba. Me hubiese gustado pensar que era más fuerte de lo que en realidad era. Los siguientes días se convirtieron en un suplicio. Echaba tanto de menos a Milo que cualquier preocupación que hubiese podido tener sobre la llamada de su madre se me olvidó completamente. Era una sensación de agonía no tenerlo cerca. Jamás me había sentido de esa manera, ni siquiera cuando mi madre quedó en coma. Milo me escribía cada dos horas como máximo, y me llamaba dos veces al día, pero aun así lo sentía muy lejos. No quería echarle de menos,
quería tenerlo a mi lado.
El jueves por la mañana me levanté con más ganas que nunca de ir a clase.
Ni el frío, ni el viento helado que me hacía gotear la nariz, pudieron con mi
ánimo. Estábamos ya todos sentados en nuestros sitios esperando que llegase Milo a clase. Habían pasado diez minutos y aún no había llegado. La clase ya estaba alborotada y el ruido no hacía más que ponerme más nerviosa.
Angélica me estaba tirando cachos de goma, pero ni siquiera eso podía
distraerme de mirar la puerta obsesivamente. Ya empezaba a pensar
que jamás volvería a ver a Milo cuando le vi aparecer apresurado por la
puerta, sosteniendo su maletín de cuero.
Tenía las mejillas y la nariz un poco coloradas, como si le hubiese dado el
sol y se hubiese quemado un poco. La verdad es que le hacía resaltar todavía más esos preciosos ojos azules que tenía...

Enamorada de mi Profesor (Milo y tu) adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora