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Las siguientes clases las pasé como siempre, intentando que nadie se fijase
en mí, hasta que llegó la clase de historia del arte, con Milo.
Las ganasque tenía por la mañana ya no las tenía entonces. Me había visto llorar, y si había algo que de verdad me daba vergüenza era que me viesen llorar. Mi madre siempre me había dicho que llorar no era malo, pero a mí siempre me había parecido un signo de debilidad.
La clase de historia del arte con Milo fue muy interesante, pero me sentía mal al recordar el tono que había empleado con él. Intenté no cruzarme
con su mirada y me concentré en su voz que me calmaba. Angélica y las otras seguían intentando todo tipo de trucos para seducirle, o por lo menos para llamar la atención, pero a Milo no parecía interesarle. Los demás chicos
de la clase, nerviosos, las miraban deseando ser ellos los que recibieran
tanta atención.
De vez en cuando miraba a Milo cuando estaba segura que él no me veía,
y recordaba aquel sueño, cada vez me volvía a entrar aquel calor repentino y desconocido. No paraba de repetirme que tenía que dejar de pensar en él.
Hacía veinticuatro horas que lo único que había en mi cabeza era él. ¿Cómo
iba él a quererme a mí? Simplemente había sido amable, preocupándose como cualquier otro profesor lo haría por su alumna. Minerva podía creer lo que quisiese, pero yo sabía que él no sentía nada por mí.
-Para la próxima clase quiero que hagan una redacción de una página sobre nuestra pintura preferida y que expliquen el porqué. También quiero que digan que trato de transmitir el autor con esa obra. Puntuará para la nota final, así que háganlo bien.
Anoté rápidamente en la agenda lo que había dicho y salí la primera de la
clase justo cuando sonó la sirena. Vi de reojo que Milo me hacía un gesto, pero no me paré. No quería volver a hablar con él del tema porqué seguro que me habría puesto a llorar otra vez.
Caminé rápido y con rabia. Me hubiera gustado que lloviese, porque así
podría haberme concentrado en el frío, o en las macetas asesinas, o en cualquier otra cosa mientras no fuese en Milo. Pero no, las nubes se habían disipado y, muy a mi pesar, el son brillaba con fuerza. Quería llegar a casa y olvidarme de todo. Estaba empezando a notar el cansancio acumulado de las dos noches anteriores en las que apenas pude dormir y quería intentar descansar aunque fuese una hora, pero no fue posible.
Cuando llegué a casa y me acosté, no pude parar de dar vueltas, y los
recuerdos y pesadillas se mezclaban en una agobiante agonía, y lo que se
suponía que tendría que haber sido una siesta reparadora acabó siendo todo lo contrario. Cuando me levanté estaba todavía más agotada que cuando me
acosté, y con los ojos aún más hinchados. Decidí ir a dar una vuelta por
el bosque y escribir un rato. Así me despejaría y pensaría en otras cosas. Un poco de aire fresco no le hacía daño a nadie.
Me encantaba estar en el bosque rodeada de naturaleza. Me gustaba prestar atención a los diferentes sonidos y olores que encontraba por mi camino,
y ver todo tipos de animales y plantas. Siempre que podía me escapaba a dar una gran vuelta de unas dos horas, y así encontraba serenidad.
A veces encontraba un lugar bonito y me sentaba a escribir, dibujar o leer. Estar en el bosque me inspiraba. Me pasé un buen rato caminando hasta que llegué a un bonito claro en el bosque que me recordó al que había visitado en mi sueño con Milo, y la corriente eléctrica me volvió a sacudir,justo cuando me imaginaba a qué habría sabido ese beso, aunque hubiese sido en
el sueño. Aquella sensación me cortaba la respiración.
La luz era preciosa y los pájaros cantaban animados. Me tumbé en el suelo, mirando los árboles dejando que el sol calentase mi piel. Era una sensación maravillosa. Intenté no pensar en nada, concentrándome en lo que me rodeaba y nada más. Y allí llevaba ya como unos diez minutos, bien tranquila y relajada, cuando de repente apareció una cara sonriente justo encima de mí que casi me provoca un paro cardíaco.

Enamorada de mi Profesor (Milo y tu) adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora