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La mañana siguiente me desperté envuelta en los brazos de Milo y jamás podría haber imaginado lo mucho que me gustaría esa sensación. Seguía
lloviendo con fuerza, y podía ver las gotas rebotar en una ventana del techo.
La habitación del altillo era preciosa. Jamás había sido tan feliz en mi vida.
Recordaba lo que había pasado la noche anterior y se me aceleraba la sangre. Milo me besó bajo la lluvia y yo no podía pensar en un primer beso mejor que ese, ni más romántico. No sé cuánto tiempo estuvimos besándonos, podrían haber sido minutos u horas, pero cuando entramos en su casa, estábamos los dos empapados. Fue todo tan natural, como si lo hubiese hecho toda la vida. Mi nuevo pasatiempo preferido se había convertido en besar a Milo. Era la sensación más maravillosa del mundo.
Nos pasamos horas y horas besándonos en la cama hasta que nos quedamos dormidos, abrazados, y aunque la tensión no paraba de subir constantemente, Milo no había intentado nada a parte de besarme, y eso me tranquilizaba porque me hacía sentir segura y respetada. Yo podía notar como había momentos en los que me cogía con fuerza y tenía que parar unos instantes, como si tuviese que contenerse. Los dos nos habíamos
quedado vestidos. Estaba un poco nerviosa porque jamás lo había hecho
con nadie. ¿Y si Milo quería... pues...eso... hacerlo conmigo? El tema me
asustaba un poco, la verdad. Y por alguna razón, si tenía que hacerlo algún
día, quería que fuese cuando fuese mayor de edad. No me quedaba mucho,
pero todavía era menor. No sé por qué, y puede parecer estúpido, pero siempre había querido que fuese así.
Estaba un poco nerviosa por decírselo a Milo, pero sabía que me respetaría y que no haría nada con lo que yo no estuviese de acuerdo. Entre tanto beso, ni siquiera nos acordamos de hablar sobre lo de mis padres.
Me paré un segundo a pensar todo lo que había ocurrido desde el 12 de septiembre cuando comencé las clases. En poco más de tres semanas mi vida había cambiado por completo. Tenía ganas de ver a Minerva y contarle todo lo que había ocurrido. Me podía imaginar la cara que pondría con su gran sonrisa y su pelo electrocutado naranja chillón.
Me giré para poder ver a Milo mientras dormía. Era guapo incluso durmiendo. Le acaricié la frente y Milo despertó, pero no abrió los ojos. Sonrió mientras cogía mi mano con ternura.
Abrió los ojos un poco y volvió a sonreír. Yo también sonreí. Me dio un
beso en los labios.
-¡Buenos días cariño! –me dijo con su dulce voz.
-¡Hola! –le dije sonrojada.
-¿Has dormido bien? –me preguntó un poco pícaro.
-¡Mejor que nunca!. - Me volvió a dar otro beso y empezó a acariciarme un lado de la cara.
-Estás preciosa.
Su mirada era tan intensa, y a la vez tan dulce, y su tacto tan suave, pero a su vez tenso. Me volvió a besar.
-Te quiero –me dijo mirándome a los ojos.
-Yo también te quiero, más que a nada en el mundo –le contesté.
-Tenía ganas de besarte desde el momento en que te vi – me dijo dándome otro beso en los labios.
-Bueno, eso hubiese sido un poco raro –le dije bromeando. Me miró y rió.
-Pensé que jamás te tendría. Ayer, cuando llamaste a la puerta, eras la última persona que esperaba encontrar –dijo aliviado por la sensación de angustia que sólo pensarlo le causaba. –No sabes lo contento que me puse
cuando vi que eras tú. Nos pasamos unos minutos besándonos apasionadamente, y después nos quedamos mirando el uno al otro mientras enredaba mis dedos en su pelo.-
-¿ Tienes hambre? -me preguntó.
-Sí, un poco.
-Pues quédate aquí tranquila un momento que te voy a traer el desayuno a la cama. ¿Qué te parecen unos waffles y jugo de uva? –me dijo ilusionado.
-¡Perfecto!. Me encantan los waffles–le sonreí. –¿Seguro que no quieres que te ayude?
-No, tú relájate. De haber sabido que ibas a venir hubiese preparado algo más elaborado – me dijo antes de bajar por las escaleras.
La espera se me hizo eterna. No quería estar ni un segundo sin él. Los olores iban invadiendo la casa y hacían que me rugiese el estómago. Milo
había puesto la radio de fondo mientras preparaba el desayuno y tarareaba. De vez en cuando iba soltando algunas frases como '¿estás bien?' o 'ya casi
estoy'. Le oí salir un segundo al exterior por la puerta de la cocina, pero pocos minutos después subió el desayuno en una gran bandeja, y había una rosa roja preciosa en un vaso con agua.
-Ya te estaba echando de menos allí abajo –me dijo mientras dejaba la bandeja en una silla al lado de la cama.
-Yo también.
Se acercó a mí y me dio un beso rápido en los labios.
-Me he puesto nervioso pensando que cuando volviese tal vez no estarías aquí, como si todo hubiese sido un sueño –me dijo un poco nervioso.
Y entonces le di un bofetón que sonó muy fuerte. Milo me miró con los ojos
bien abiertos sorprendido por lo que acababa de pasar.
-¿Te ha dolido? –le pregunté.
-¡Un poco! –dijo confundido.
-Pues no es un sueño –y sonreí. Milo se quedó unos segundos sorprendido, pero después estalló en risas.
-Con que esas tenemos, ¿eh? –me dijo mirándome con cara de pillo –pues ahora verás. Y se tiró sobre mí haciéndome cosquillas.
-Para, para –le supliqué entre risas.
Estuvo un rato haciéndome cosquillas, que todo acabó en otro montón de besos apasionados.
-¡Esa sí que no me la esperaba! –me dijo sonriendo.
-Es que me lo has puesto en bandeja –le contesté feliz. –Y hablando de bandeja, vamos a desayunar que me muero de hambre.
Los waffles estaban buenísimos, sobre todo con el jarabe de arce que Milo había traído y que estaba delicioso. Cuando acabamos de desayunar, seguimos besándonos durante un rato. Por lo menos nos quedamos otra
hora más enredados en los labios del otro. Era una sensación tan agradable...
le hubiese besado hasta el fin del mundo, y así hubiese sido de no ser porque sonó el teléfono de Milo. La primera vez lo dejó sonar, pero cuando
vio que insistían, me pidió disculpas y respondió.
-Es mi madre –me dijo antes de responder.-
- Tranquilo, tómate tu tiempo.- Se levantó de la cama y bajó las escaleras.
-Hola Mamá, ¿cómo estás? –pude oírle decir desde la planta baja.
Yo también me levanté. Me quité la camiseta y los 'shorts' que Milo me había dejado para dormir, y me puse un jersey suyo mientras mi ropa se secaba.
-Ya lo sé, lo siento, pero he estado muy ocupado estos últimos días. Iba a llamarte hoy.
-¿Qué tal todo por ahí? –le decía a su madre amablemente. –¿Ah sí? Pero si yo pensaba que no le gustaban los perros...
Cuando acabé de hacer la cama y recoger lo del desayuno, bajé y ordené
un poco la cocina.
-Mamá, ya te he dicho que no quiero hablar de ese tema. ¿ Para eso me llamas? – le dijo, cambiando el tono drásticamente intentando hablar más bajo como si no quisiera que lo escuchase. -
¡Ya te he dicho que no hay vuelta atrás... no... no va a ocurrir jamás, y por favor, no insistas más en hablar de ello! –dijo un poco enfadado. –Te voy a dejar que estoy ocupado. Te llamaré mañana. Dale besos a papá de mi
parte –se despidió. –Vale, adiós. Colgó el teléfono y se frotó la frente
un poco estresado. Se quedó un segundo mirando al teléfono y luego me miró.
-Te digo una cosa, las madres pueden acabar volviéndote loco –me dijo intentando disimular. Me sonrió y parecía un poco más aliviado, pero algo me decía que había algo más que una simple disputa. De todos modos no iba a insistir a preguntar, y además aquello me había hecho recordar que tenía que contarle lo de mis padres.
Milo se acercó a mí por detrás y me dio un abrazo y un beso en el cuello que me sacudió el cuerpo. Me entró calor de golpe. Milo pareció notar mi reacción, aunque había intentado controlarla, y me dio otro, pero esta vez más lento. Movió sus manos lentamente por mi estómago y me apretó más contra él. Mi respiración se estaba alterando. Era la primera vez que me besaba en el cuello, y la verdad es que era como si me hubiese dado en un
punto específico de mi cuerpo que me estaba haciendo perder el sentido, y Milo parecía contento de haberlo encontrado. Las piernas me flaqueaban y
la respiración cada vez me iba más rápido.
-Para, por favor –le pedí acalorada después de haberme concentrado mucho para encontrar la voluntad de pedirle tal cosa. Me miró con cara de pillo, pero paró. Me giró y me dio un beso en la boca.
- Milo , quiero que hablemos un segundo. Tengo que explicarte algunas cosas –le dije un poco nerviosa.
-Vale –me dijo cariñosamente. – No te preocupes, que sea lo que sea, verás que encontramos alguna solución. No quiero que tengas miedo de decirme las cosas.
Nos sentamos en el sofá y me cogió la mano. Me tomé unos segundos para
concentrarme y empecé a hablar.
-Te mentí sobre lo de mis padres, y no tendría que haberlo hecho, pero nunca pensé que acabaría enamorada de ti. Cada vez que te tenía más cerca, peor me sentía por haberte mentido y ya no sabía cómo contártelo –le dije intentando disculparme de alguna manera. – Lo siento mucho. Tenía
miedo de perderte.
- No te preocupes. Lo entiendo.
-Lo que te voy a contar ahora no es fácil para mí. No se lo he contado a nadie excepto a Minerva, que es básicamente como si fuese mi abuela. Llevo
viviendo sola desde los quince años. Desde que tengo memoria, recuerdo a mi padre maltratando a mi madre. Siempre la insultaba e incluso, algunas veces, le pegaba.
Muchas veces tenía morados que intentaba ocultar, y cuando le preguntaba qué le había pasado siempre decía que se había caído –las lágrimas empezaban a empañarme la vista. – A pesar de que yo oía los golpes por las noches, jamás la vi llorar. Siempre que estaba conmigo intentaba estar feliz y sonriente para hacer que mi vida fuese un poco más fácil. Cuando mi padre estaba fuera de casa éramos las personas más felices. Hacíamos un montón de cosas y reíamos mucho. Cuando regresé de una de mis clases ya hace unos dos años, mi padre estaba muy alterado y borracho, e insultaba a
mi madre.
Cuando entré por la puerta, mi padre me tiró una lata vacía de cerveza que me dio en la cabeza. Me dijo que no era más que una rata que no paraba de
pedir. Por primera vez mi madre se reveló y se tiró sobre el pegándole con todas sus fuerzas, gritándole que no se le ocurriese tocarme jamás, pero mi padre era grande y la empujó para quitársela de encima. Mi madre cayó en el
suelo y se dio contra el bordillo de la escalera en la cabeza. Desde entonces está en coma y voy a verla cada jueves y cada sábado.
Por eso tuve que irme el otro día. Mi padre me amenazó diciéndome que si decía algo me haría lo mismo que le había hecho a mi madre, así que cuando vino la ambulancia, les dije que se había caído sola por las escaleras. Poco después mi padre desapareció, y mi padrino, que es su hermano, se hizo cargo de mí, pero la cosa fue a peor. Tuve que aprender a
espabilarme sola porque él no se hacía cargo de mí. Fueron los años más difíciles de mi vida. Estaba mal alimentada y descuidada porque aquél señor no quería que tocase nada de la casa. Se gastaba todo el dinero en cervezas y apenas compraba comida. Cuando tenía quince años, una noche, mi tío entró en mi habitación, borracho –le dije mientras volvían a caerme lágrimas por la cara.
Tomé un momento para respirar. Milo me cogió la mano con fuerza. Podía ver su expresión de impotencia y dolor.
-Empezó a decirme que si decía algo o chillaba le diría a todo el mundo lo que había hecho –las manos de Milo le temblaban –Se metió en mi cama y empezó a tocarme. Estaba aterrorizada. No podía moverme del miedo que
tenía –las lágrimas me estaban ahogando. -En un momento que se incorporó para ponerse sobre mí, no sé cómo, pero intenté meterle mis dedos en los ojos para arañarle. Como estaba tan borracho, no le dio tiempo a reaccionar, y pude hundirle bien los dedos. Se retorció de dolor, y justo en aquél momento conseguí escapar por la ventana. Estuve corriendo toda la noche,
intentando encontrar mi casa, pero no había manera. Todo estaba oscuro y además estaba aterrada que en cualquier momento mi tío apareciese, así que me acurruqué bajo unos arbustos del bosque hasta que me quedé dormida.
Al día siguiente la encontré y encontré la llave que mi madre guardaba debajo de un macetero. Nunca volví a ver a mi tío, aunque al principio lo pasé muy mal pensando que vendría en cualquier momento. Desde entonces vivo sola, y es por eso que me he aislado de todo y de todos, para
intentar protegerme.
Milo me miró con lágrimas en los ojos. Temblaba de rabia e impotencia. Yo miré al suelo nerviosa por lo que le había contado y agotada por los recuerdos.
-¿Cómo pensaste que si me contabas esto no querría estar contigo? –me preguntó con la voz entrecortada.
-No lo sé. Creo que tenía miedo de tu reacción. La verdad es que no tengo ni idea de cómo tengo que tratar con hombres. Tenía miedo de perderte, pero a la vez quería protegerme para que no me hicieses daño. Todos los hombres en mi vida me han hecho daño y no quería que volviese a ocurrir.
Milo me cogió y me abrazó con fuerza.
- ___, yo jamás te haré daño. Lo que hicieron tu padre y tu tío es horrible. Tendrían que estar encerrados. Sólo pensarlo me dan ganas de matarlos –tomó aire para intentar tranquilizarse. – Tienes que creerme cuando te digo que no te haré daño jamás. Le miré sin poder evitar nuevas lágrimas.
-Te creo –le dije mirándole a los ojos.Me volvió a besar con ese dulce
sabor que desprendían sus labios. Me abrazó un rato hasta que conseguí
tranquilizarme. Me sentía mucho más tranquila ahora que lo sabía.-
Hay otro tema que me preocupa –le dije un poco nerviosa.
-Dime –me contestó con su suave voz.
-No sé bien como decir esto... la verdad es que estoy un poco nerviosa.
-No te preocupes, lo que sea quiero que sepas que conmigo lo puedes hablar.
-Bueno... como ya te podrás imaginar... yo no he... ya sabes... no he tenido nunca ningún novio –le dije deseando que lo captara.
-Ya –me dijo, pero me pareció que no lo acabó de captarlo.
-Bueno... pues eso... que no he estado nunca con ningún chico –le dije pero en su expresión quedaba claro que aún no lo entendía. –Soy virgen. - Noté cómo se me encendían las mejillas.
-¡Ah! – exclamó captándolo por fin. – Pensaba que era más grave –dijo sonriendo.
-Bueno, es un poco grave, la verdad. Tengo diecisiete años y experiencia nula en este tema - le dije un poco seria.
Milo me miró divertido.
-No te preocupes ___, no hay fecha de caducidad para esas cosas –y rió. -Además no haremos nada que tú no quieras y con lo que tú no te sientas
cómoda. No tenemos que poner metas y desde luego no hay prisa. Quiero que estés tranquila en ese tema. Si finalmente quieres que pase conmigo, pues será cuando tú estés lista.
La verdad es que no podía haber encontrado un hombre mejor que Milo.
-No sé por qué, y puede que suene estúpido, pero siempre quise llegar virgen hasta los dieciocho como mínimo. Sé que es una estupidez, pero siempre lo pensé así –le expliqué tímida. – Bueno, en realidad pensé que
moriría virgen... pero bueno... si había la posibilidad por lo menos hasta los 18.
-No te preocupes ____. Cuando tú estés lista. Estando a tu lado ya soy el hombre más feliz del mundo. Nos volvimos a besar, y nos pasamos todo el día besándonos. La lluvia seguía acompañándonos con su suave melodía al revotar contra las ventanas. Fue un día maravilloso. Hicimos castañas al fuego y galletas, y jugamos a juegos de mesa, y después seguimos besándonos hasta que, cuando ya estaba entrada la noche, nos volvimos a quedar dormidos en los brazos del otro...

Enamorada de mi Profesor (Milo y tu) adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora