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Se me aceleró el corazón. Pude ver como Milo me hacía gestos desde un
Todoterreno algo antiguo. Me paré y él bajó la ventanilla.
- Sube que te llevo.
-No, gracias. Mi casa está muy lejos –respondí un poco nerviosa.
-Pues con más razón. Vas a pillar la gripe.
-De verdad, muchas gracias, pero ya voy caminando. No quiero molestar.
-No me molesta, si soy yo quien te lo ha ofrecido –me dijo sonriendo.
Me quedé un momento dudando sin saber qué hacer. Tenía la posibilidad de
subirme en el coche del hombre más guapo del mundo y ahí estaba yo, dudando. También tenía que pensar con sangre fría (lo cual no era difícil ya que pronto llegaría a la hipotermia). ¿Y si era un asesino en serie? Era un poco imprudente subirse al coche de un desconocido, aunque desconocido del todo tampoco era.
-No te voy a raptar si es eso lo que te preocupa. Sólo quiero acercarte a donde tengas que ir, está lloviendo mucho.
-Pero estoy chorreando, te voy a mojar todo el coche.
-No me importa. En serio. Ojalá fuese sólo eso todo lo que le hubiese pasado a este coche –contestó amablemente con una gran sonrisa.
Y me subí. Si algo me tenía que pasar no podía ser peor que la idea de seguir caminando bajo aquella gélida lluvia. Además era mi profesor.
Al entrar, me invadió un olor delicioso, dulce pero no empalagoso.
-Muchas gracias, no tendrías que haberte molestado.
La verdad es que me daba un poco de vergüenza estar en el coche con él.
Entre la ceja que estaba un poco hinchada y mi pelo mojado pegado a la cabeza, no tenía mi mejor aspecto. Aunque siempre lo llevaba recogido, el
viento se había encargado de soltarme algunos mechones que se me pegaban en la cara. No es que fuese tampoco una 'top model' con el pelo seco, pero un poco arreglada podía dar el pego. Del montón para arriba, diría yo.
-No te preocupes. Me alegra poder ayudar. ¿No tienes paraguas o un impermeable?
-No. Es que no pensaba que iba a llover.
-Sí, la verdad es que se ha puesto así en un momento. Bueno, dime, ¿dónde quieres que te lleve?
Al fin del mundo, pensé, contigo donde sea. Él también tenía el pelo un poco
mojado, seguramente de llegar hasta su coche, pero a diferencia de mí, le
quedaba increíblemente bien.
-Vivo un poco a las afueras, en el bosque. Más allá de la piscina municipal.
-Pues perfecto porque yo también voy hacia esa dirección –y se puso en marcha. –
Te pongo el aire caliente para que entres en calor –dijo amablemente al verme temblar.
Puso el aire y luego le dio a los parabrisas. Tuve que esconder una sonrisa. Hacían un ruido agudo chirriante como lo hacen las puertas poco engrasadas. A cada pasada, parecía que alguien le pisaba la cola a
un gato.
-No te rías que te veo – me dijo riendo. –Bien orgulloso que estoy yo de ellos, ahí dándolo todo.
Se me escapó una carcajada y él también rió. De repente empezó a imitar
el ruido de los parabrisas, poniendo unas caras muy divertidas. Volví a reír.
El también rió. Cuando acabó de hacer su numerito, me miró sonriendo, y ahí estaba de nuevo, esa mirada entre los dos, ese momento de complicidad, como si lo hubiese conocido de siempre. Mesonrojé, y él se dio cuenta.
-Estoy entrenando para el coro. Canto la semana que viene como soprano.
-Ya... – Le dije yo con media sonrisa.
- Te regalaré una entrada para que vengas a verme –y me miró sonriendo. –En primera fila, para que no te pierdas detalle –y guiñó un ojo. –bueno, ya empiezas a tener mejor color.....

Enamorada de mi Profesor (Milo y tu) adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora