28

566 26 2
                                    

Me di una ducha mientras Milo se preparaba en su habitación. Me puse el vestido y me sorprendí de lo bien que me quedaba, y para que yo pudiese decir eso, era que realmente me quedaba bien.
La forma del vestido marcaba las curvas de mujer que ya se habían adueñado de mi cuerpo y que ocultaba bajo mi ropa de diario. Me puse espuma en el pelo y me quedó con una bonita ondulación que ni siquiera sabía que tenía. Después me pinté un poco los ojos con una sombra negra discreta que hacía que me resaltara la mirada. También me puse
rímel, un poco de colorete y un toque discreto de pintalabios rojo. Cuando acabé de ponerme los pendientes, el collar de Minerva y los zapatos de
charol, no había quien me pudiese reconocer. Salí del cuarto de baño un
poco nerviosa. Milo me miró boquiabierto durante un buen rato.
-¡Estás increíble, ____!– me dijo atónito. Se acercó a mí, me cogió de la
mano, y me hizo dar una vuelta bajo su brazo. Después me cogió por la cintura y me apretó contra él.
-Soy la persona más afortunada del mundo –me dijo dándome un tierno beso en los labios.
Milo también iba muy guapo. Se había puesto unos pantalones oscuros que le quedaban genial y le hacían una figura por la cual más de una estaría dispuesta a morir. Llevaba un jersey de punto fino muy elegante de un azul clarito que le iba genial con el color de los ojos. Pero lo que más me distraía era un perfume que se había puesto que me estaba volviendo loca.
El restaurante era muy bonito, y muy caro, por lo que me ponía un poco
nerviosa. Intenté no pensar en eso. Si Milo me llevaba allí era porque le hacía ilusión, y yo quería que él supiera que estaba muy agradecida por todo lo que había hecho por mí.
De camino a la mesa, noté cómo los hombres de las otras mesas me miraban al pasar, y cómo las mujeres que les acompañaban también lo hacían, pero con otro tipo de mirada. Nunca me habían mirado tanto. Milo parecía divertido por aquella reacción, y me seguía orgulloso. Por una vez me miraban más a mí que a él.
La cena fue exquisita, con platos que tenían nombres que ni siquiera podía
pronunciar. Todo era muy elegante y romántico, con velas y flores en cada
mesa. Para el postre, me trajeron un pastel sorpresa con unas velas encima, y aunque al principio el único que empezó cantando el cumpleaños feliz fue Milo, poco a poco todo el restaurante se fue uniendo y tuve que levantarme al final, un poco abochornada, para agradecerles sus felicitaciones.
Una vez de vuelta en su casa, Milo me pidió que me quedara unos segundos
en la habitación de estudio. Con todas las cosas que habíamos hecho ese día, no me había apenas dado tiempo en pensar lo que iba a ocurrir esa noche. Tenía ganas, pero no podía evitar tenerle un poco de respeto al asunto.
-Ya puedes salir –me avisó desde el comedor.
Cuando salí, vi que Milo había apartado el sofá y había bajado el colchón y lo había puesto delante del fuego, que ardía con fuerza. Había puesto las flores y los globos repartidos por el comedor, y en el colchón había otro regalo. Cuadrado y grande, pero plano. Le miré emocionada sin decir nada. Se acercó a mí y me besó.
-Éste es el último por hoy. Mañana por la mañana te daré el último –me dijo cariñosamente.
Era inútil reprenderle, así que me senté en el colchón para abrir el último
regalo. Era lámina tras láminas de las fotos que me había hecho en las sesiones de fotos, pero estaban retocadas con el efecto de sobre exponer imágenes como me había enseñado de sus trabajos anteriores, pero éstas eran mucho más bonitas, no porque saliese yo, pero porque de verdad que eran increíbles.
Mi cuerpo y mi cara se unían de maneras inimaginables con fotos de la naturaleza. Había unas diez fotos de ese tipo, y después llegaron las del río. Había una que era igual que la pintura de Ophelia. Había otras diez que también eran increíbles.
-No sé qué decir Milo, son magníficas.
-Sólo son magníficas porque sales tú en ellas. Se me volvieron a llenar los ojos de lágrimas de la emoción.
-Eres tan bueno conmigo... no tendrías que haber hecho tantas cosas por mí –le dije acurrucándome en su pecho mientras no podía aguantar más las lágrimas.
-¿Te ha hecho feliz? –me preguntó con cariño.
-Sí –le contesté entre sollozos.
-Pues es todo lo que quería.
Me limpió las lágrimas con sus manos y me besó. Apartó las láminas y
las puso en el sofá. Luego me cogió con cariño y me tumbó en la cama.
-Quiero que sepas que si no estás preparada y prefieres esperar, sólo tienes que decírmelo. No es ninguna obligación que ocurra hoy. Esperaré el tiempo que necesites.
-No, quiero hacerlo contigo y quiero que sea hoy. Estoy un poco nerviosa pero supongo que es normal.
-Si en cualquier momento quieres parar, por favor dímelo. Quiero que ante todo sea algo bonito y que tu estés a gusto –me contestó acariciándome la frente.
–He pensado que con el colchón aquí abajo al lado del fuego sería más romántico.
-Es todo perfecto, Milo.
-Te amo más que a nada en este mundo –me dijo mirándome a los ojos.
-Yo también te amo.
Me besó y enredó sus brazos en mi cuerpo. Se quitó el jersey y le vi por
primera vez el torso desnudo bañado por la luz dorada que salía de la
chimenea. Yo no era de fijarme mucho en los músculos de los chicos, pero los suyos eran de infarto. Me recordó a los chicos que salían en los anuncios de calzoncillos, con aquellos cuerpos increíbles. Siguió besándome mientras
se pegaba a mí. Poco a poco, me bajó la cremallera del vestido y me lo quitó con suavidad mientras me besaba. Me quedé en ropa interior y se apartó un poco para poder mirarme.
-Tienes un cuerpo precioso –me dijo mientras me acariciaba y me daba besos por la cintura, subiendo entre mis senos hasta llegar al cuello.
Se volvió a apretar a mí, y el contacto de su piel desnuda con la mía era suave, pero a la vez eléctrico. Me encantaba notar el calor de su piel sobre la mía. Se quitó los pantalones y volvió a apretarse a mí. Podía notarlo todo y él lo sabía. Mi sangre se seguía acelerando. Los dos respirábamos con fuerza a cada movimiento que hacíamos, a cada roce de nuestros cuerpos.
Entonces me quitó el sujetador, y contempló mis senos desnudos por primera vez. Todos sus movimientos eran suaves y calmados y eso me
tranquilizaba. Lo deseaba con todas mis fuerzas y podía ver en su mirada que él también me deseaba. Y entonces, con un gesto suave, me quitó lo que me quedaba de ropa interior. Se apretó contra mi cuerpo acariciando cada centímetro de mi piel, besándome con pasión sin intentar reprimir su deseo. Al cabo de unos minutos, Milo se desnudó del todo y se puso sobre mí, y poco a poco, y como si fuese la cosa más natural del mundo, ocurrió, al principio me dolió, lo que es normal porque era virgen, pero con el pasar del tiempo mi cuerpo se fue acostumbrando y se volvió placentero, Milo muy tierno, y fue despacio para no hacerme daño, noté como se estaba conteniendo, la verdad no sé cómo logré excitarlo tanto puesto que yo desconocía la mayor parte de este acto hasta el día de hoy.
-___!como te amo!
-Yo igual Milo- le respondí – mientras entraba y salía de mí, una y otra vez.
Qué bien se sentía!
La verdad es que lo amo con toda mi vida, de otra manera no estuviera haciendo esto con él.
Lo hicimos dos veces en la noche, terminamos cansados y con una satisfacción enorme porque nos habíamos demostrado cuanto amor nos teníamos, al final nos quedamos dormidos uno en los brazos del otro.

Enamorada de mi Profesor (Milo y tu) adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora