24

551 27 6
                                    

Ese día no fui a clase. Me quedé horas y horas tumbada en la cama, tan sólo levantándome para ir al baño y beber de vez en cuando, paralizada por aquél enorme dolor que sentía por todo el cuerpo. Sólo podía pensar en Milo y en Minerva, una y otra vez, de forma compulsiva, y cada vez que lo hacía, me
sentía más y más hundida en mi depresión. Así me pasé los siguientes cuatro días, sin apenas comer y sin apenas dormir, en la oscuridad, sin poder parar de llorar. Me daba la sensación que me estaba volviendo loca.
No sé si Milo me escribió o no, porqué apagué el teléfono en cuanto llegué a casa y no lo había vuelto a encender. Si tenía que estar sin él, prefería no recibir noticias suyas. Su recuerdo era la peor de mis torturas. Sabía que estaba cometiendo un error, lo supe incluso antes de hablar del tema, pero no podía dejar que nadie me hiciese daño. No podía hacerlo. Mi madre estaba casi muerta por dejar que mi padre le hiciese daño, por protegerme a mí... porque yo dejé que mi padre le hiciese daño a ella.

Todo me daba igual. Ya nada importaba. El dolor constante me agotaba y aunque pasaban los días, la intensidad no disminuía. Cuando llegó el jueves de la siguiente semana, aún no había ido aclase. Al día siguiente haría una semana que no había visto a Milo.

Octubre había entrado con fuerza azotando cada rincón del país haciendo temblar hasta los árboles más fuertes. La casa estaba helada, igual que todo mi cuerpo. Apenas había comido en esos últimos seis días y me sentía débil. Mis brazos empezaban a estar delgados, pero no sentía hambre, sólo dolor. Aquella tarde ni siquiera me vi con fuerzas de ir a ver a mi madre.
Me pareció que el viernes amaneció gris, pero no conseguía distinguir gran cosa detrás de las persianas que llevaban cerradas ya siete días. Mis ojos se habían acostumbrado a la penumbra. Algo empezó a dar golpecitos en las
persianas.
Decidí ir al cementerio y llevarle a Minerva un enorme ramo de flores silvestres y margaritas, y allí abriría el sobre. Tenía que dejar escapar el dolor e intentar seguir con mi vida. Tenía que dejar que Minerva se fuese y
descansase en paz.
Me duché y conseguí comer algo consistente, lo cual me hizo ver las cosas un punto más positivo. Después me abrigué bien y salí en busca de flores
para hacer el ramo para Minerva. Al estar nublado, los colores otoñales parecían resaltar todavía más que de costumbre. En tan sólo una semana los árboles habían cogido preciosos tonos anaranjados, y el suelo empezaba a cubrirse de una magnífica capa de tonos marrones. Cogí también algunas de aquellas preciosas hojas y madroños para complementar el ramo. Una vez de vuelta a casa, me esmeré todo lo posible hasta que me quedó el ramo más bonito que jamás había hecho. Sé que le hubiese encantado. Me sentía mal por no haberle preparado uno así cuando estuvo en vida. Uno siempre se da cuenta de las cosas cuando es demasiado tarde. No había casi nadie en el cementerio. Algunos pajaritos cantaban, lo cual ayudaba a disminuir la sensación fúnebre del lugar. La lápida de Minerva era simple, fría, sin ninguna flor que la acompañase. Puse el ramo y de pronto se convirtió en la lápida más destacada y más bonita de todas. Quedaba precioso, tal y como ella se merecía.
Cogí el sobre y lo abrí. Metí la mano para ver que había dentro, y encontré su collar de la margarita. Poder tener ese colgante, sabiendo lo que significaba para ella, me llenaba de orgullo, pero a la vez de tristeza. Me lo
puse enseguida, y sentí como si de repente estuviese a mi lado. Volví a
mirar en el sobre, y vi que había una carta. Ni siquiera había conseguido sacarla del sobre, que los ojos se me llenaron de lágrimas.
"Mi querida ____,
Si estás leyendo esto es porque estoy muerta (Siempre quise escribir esto, como en las películas). No pude evitar sonreír por su gracia. Desde luego era única. Me vino a la cabeza la imagen de su cara sonriente con ese pelo de naranja chillón, y su bata multicolor. El nudo de la garganta cada vez se hacía más grande y cada vez me costaba más respirar. Seguí leyendo. Sé que estarás un poco triste (espero) pero sé que lo superarás. Eres la persona más fuerte que he conocido jamás (pero no la más guapa, ¡esa soy
yo!). Por favor, no me odies por no haberles dejado avisarte. Nunca quise que nadie me viese agonizando. Sé que lo entenderás. No sé bien qué escribir... y mira que si hay algún momento de mi vida más importante que este para saber qué escribir que me caiga un rayo... bueno... o tal vez no...Sé que las cosas te irán bien. Lo has pasado muy mal en la vida, pero no va a ser siempre así. Créeme. Todo el mundo no es malo, aunque te cueste creerlo. Tienes que darle una oportunidad a la gente. Sé que para ti es
difícil, pero no cometas los mismos errores que yo. Tienes que aprender a
perdonar, y sobre todo a perdonarte. Las cosas que pasaron nunca fueron
culpa tuya. A veces, en la vida, pasan cosas malas y no podemos hacer nada
para evitarlo. Serás feliz, lo sé. Sea con Milo o no, la vida te
depara grandes aventuras. No dejes escapar las oportunidades. Te quiero mucho. No estés triste, porque siempre estaré a tu lado. Un beso muy grande de Minerva." Y firmó la carta.
La releí varias veces, visualizando con viveza su imagen. Aunque no podía parar de llorar, un peso dentro de mí había desaparecido me hacía sentir un poco mejor. Emprendí el camino a casa un poco más optimista, pensando en las sabias palabras que Minerva me había escrito. Decidí tomarme los dos días siguientes para recuperarme y reincorporarme al colegio de nuevo el
lunes. Cuando volví al colegio no asistí a las clases de Milo. No tenía todavía el valor de volver a verlo. El martes, durante la hora del recreo, lo vi de lejos y el corazón me dio un vuelco. Cada día me daba más cuenta de lo mucho que lo echaba de menos y de lo mucho que había perdido. Lo único que me tranquilizaba era seguir escribiendo el libro que había empezado para él, esforzándome al máximo para hacer los mejores dibujos que jamás había hecho. De alguna manera me hacía sentir más cerca de él. Cuando estuviese listo se lo daría, tal y como le prometí. El jueves fui a ver a mi madre desde la última vez que fui cuando me enteré que Minerva había muerto. Me resultó raro no visitar a Minerva. Tardaría mucho en acostumbrarme a no verla más.
El domingo por la noche decidí encender el móvil. Hacía dos semanas que estaba apagado. Me llegó un único mensaje de Milo, de justo el día después que le vi por última vez.

-"_____, quiero que sepas que te quiero con todo mi corazón. Siempre estaré aquí por si me necesitas. Pienso en ti constantemente. No volveré a
molestarte. Milo "
Volví a llorar, echándolo muchísimo de menos. Tenía muchas ganas de abrazarlo y de no separarme de él jamás. ¿Y si realmente lo había hecho
mal? Minerva me había escrito en su carta que tenía que darle una oportunidad a la gente. Pero a la vez, las palabras que él me dijo antes de irme me daban vueltas sin parar en la cabeza. ¿Qué era lo que no me quería contar?
El lunes 21 de Octubre volví a ir a sus clases después de veinticuatro
largos días. Pensé que verlo, de algún modo me haría bien, pero fue todo lo contrario. Tenerlo tan de cerca me produjo todavía más dolor. Sus ojos
también mostraban dolor. Parecía triste y su voz había perdido todo color. Verlo de ese modo me partía el corazón. Intenté mantener la vista baja todo el tiempo para no cruzar mi mirada con él, pero hubo un momento en el que nuestras miradas se cruzaron, causándome una gran punzada en el corazón. Él también quedó afectado perdiendo el hilo de su explicación, y su mirada entristeció aun más. Al final de la clase, quería quedarme y hablar con él, pero algo me impulsó a salir sin hacerlo. ¿Por qué no aceptaba simplemente a contarme lo que ocurría, a ser sincero conmigo? ¿Y por qué no podía yo estar con él sin que me lo contase? Los dos días siguientes no pasaron muy bien. El tiempo lluvioso no acompañaba mi ánimo. Estuve tentada en muchos momentos en escribirle, pero no lo hice. Cada vez me costaba más reprimir mis impulsos y no podía parar de pensar en él y en lo que Minerva me había escrito.
El miércoles por la noche, justo cuando estaba a punto de escribirle un
mensaje, mi teléfono sonó. Como si de telepatía se tratase, era un mensaje de Milo.
-"Sé que no debería contactarte, pero no saber cómo estás me está torturando. Por favor, dime si estás bien. Sólo eso y te dejaré en paz si es lo que quieres".
Me quedé paralizada un momento, hasta que conseguí reaccionar.
-"Estoy bien, dentro de lo que cabe. No puedo ni empezar a describir lo mucho que te echo de menos. Ya no sé si he hecho bien o no, pero creo que merecía saber la verdad, merecía que fueses honesto conmigo" Lo envié nerviosa. Su respuesta tardó unos minutos.
-"Lo sé y no sabes lo que me arrepiento de no habértelo dicho cuando me lo pediste. Me asusté. Ahora entiendo que debía habértelo dicho. Sé que ya no
tengo derecho a pedirte nada, pero si tan sólo me dieras unos minutos, me gustaría poder contártelo todo, aunque ya sea demasiado tarde.
Mereces saberlo."
No supe qué contestar. Hablar con él sería muy doloroso, pero a la vez, sentía que si pasaba más tiempo sin hacerlo no podría soportar el sufrimiento.
-"De acuerdo. ¿Cuándo quieres que quedemos?" –le escribí.
-"Si quieres podemos quedar mañana, después de clase, en mi despacho."
-"Vale" –le contesté. – "Te veo mañana"
- "Muchas gracias. Que Descanses".

Enamorada de mi Profesor (Milo y tu) adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora