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Me lo quedé mirando un poco sorprendida, con el corazón a mil. Eso sí que no me lo esperaba. Milo acababa de decirme que estaba guapa cuando sonreía.
-Bueno, cuando no sonríes también, quiero decir que estás guapa siempre, pero que cuando sonríes... pues.... –se estaba poniendo nervioso y eso lo hacía todavía más irresistible.
–Es que la luz es perfecta y quedaría una foto muy bonita –intentó disimular.
Le sonreí un poco nerviosa. No estaba acostumbrada a que nadie me piropease, pero la verdad es que me gustaba.
-Gracias –le dije un poco tímida.
Aquella mirada de conexión se volvió todavía más intensa. Había como
una complicidad entre los dos. Estaba cada vez más convencida de que algo
tenía que sentir por mí, por poco que fuese, porque si no, ¿por qué me habría dicho eso?
No podía estar imaginándomelo todo. Ya sé que no tenía ninguna práctica en esto de los chicos, pero a mí me parecía que yo también le gustaba. Pero, por otra parte.... ¿Y si se estaba burlando de mi como todos los demás? No podía ser... él era un hombre educado, y se preocupaba por mí, seguro que no lo había dicho para burlarse. Pero también puede que le gustara mi sonrisa y ya está, desde un punto fotográfico. Pero prefería pensar en aquella remota posibilidad de que tal vez sintiera algo por mí.
-Bueno, cuéntame un poco de tu vida. Ya sabes casi todo de
la mía pero yo no sé nada de la tuya –me dijo cambiando de tema.
-No hay mucho sobre mí si tengo que ser sincera. Siempre he vivido aquí, en este pueblo, deseando poder escapar algún día.
-¿Tan malo es este sitio?
-El sitio no es malo, es la gente en general. Si pudiese pasarme todo el día en el bosque y por los campos, sería la persona
más feliz del mundo, pero por desgracia tengo que estudiar.
-Sí, es una época que puede ser un poco pesada, pero no es para siempre, ya verás –me dijo. – ¿Entonces vives aquí con tus padres?
-Sí –mentí, -pero viajan muy a menudo por trabajo. Ahora están fuera toda la semana y puede que se alargue un poco más.
-¿Y vives sola durante ese tiempo? –me preguntó asombrado.
-Sí, pero estoy acostumbrada.
-Ya se te ve que eres muy responsable y madura para tu edad –me comentó con admiración.
Anduvimos un rato en silencio, pero no fue incómodo. Simplemente disfrutando de los olores del bosque mezclados con su olor dulce y encantador. ¿Cómo podía un día empezar tan mal y acabar tan bien?
Todas aquellas sensaciones eran completamente nuevas para mí. Estaba un poco asustada, pero a la vez emocionada. ¿Y qué pasaba si intentaba
besarme? Jamás había besado a nadie y no tenía ni idea de cómo se hacía. ¿Y si no me salía bien? Me estaba poniendo nerviosa. Tenía que recordar que
estábamos hablando de mi profesor. No se me podía olvidar. Seguramente sería ilegal besar a un profesor, pero el hecho de que fuese mi profesor le añadía un morbo importante. Tenía que calmarme. Aquellos calores no eran normales.
-Aquella es mi casa –me dijo mientras caminábamos hacia ella.
A lo lejos se veía una casita de madera preciosa. El sol la iluminaba y daba una sensación de bienestar. Me encantaba. Siempre me habían encantado las casas de maderas. Entre mis sueños estaba el de poder tener una casita de madera en el bosque algún día y tener mi huerta y mis gallinas. Una gran
chimenea y alguien con quién pasar el resto de mis días escribiendo mis
historias y dibujando. Milo, por ejemplo. Al acercarnos a la casa, iban
apareciendo pequeños detalles que hacían esa casa todavía más encantadora.
-¡Me encanta! –le dije de corazón.
-Sí, es preciosa. La construyó mi padre para el amor de su vida.
-¿Ah sí? –le pregunté sorprendida. - ¡Qué romántico, tu madre es muy afortunada!.-
No era para mi madre –me contestó un poco triste. – Fue para su primera novia con la que él se quería casar. A mi madre no le gusta el campo.
-Lo siento, no lo sabía – me disculpé.
-No pasa nada –dijo amablemente.
Me fijé unos segundos en los detalles cuando llegamos al porche, un
poco abochornada por haber metido la pata de tal manera.
-¡Es preciosa de verdad!. Tu padre tiene mucho talento.
-Sí. Es muy bonita. Espera a verla por dentro –dijo un poco más animado.
La tarde ya estaba bien adentrada y empezaba a oscurecer un poco, pero en
aquél momento había esa preciosa luz dorada que lo hacía todo todavía más acogedor. Milo se acercó a la puerta, y después de girar la llave, la abrió con un buen empujón.
-Tengo que arreglarla. Se ha hinchado un poco por todo este tiempo que ha estado cerrada –me explicó para aclarar el porqué había tenido que hacer casi un placaje para abrirla. – ¡Adelante! dijo, haciendo una pequeña
reverencia muy graciosa. Dentro todo era precioso. Todo era de madera, y había plantas de todo tipo por todos sitios, y pequeñas decoraciones aquí y allí. Era de concepto abierto, así que el comedor, cocina y sala de estar estaban juntos.
Había una escalera de madera que daba a un altillo que seguramente sería una habitación. A un lado había dos puertas, una sería para el lavabo y la otra para otra habitación.
-¡Es preciosa, me encanta!- le dije completamente enamorada. – ¿La has decorado tu?
-Sí. Muchas de las ideas las encontré en internet y otras ya las tenía mi padre puestas, pero yo he acabado de arreglarlo todo un poco más a mi gusto. Todas las decoraciones de margaritas son de mi padre. Le encantan las margaritas y siempre lo decora todo con esos motivos.
Me fijé en las margaritas, y había muchas, pero eran discretas y quedaban
muy bien. - Está genial. Es como una de esas casas de revistas.
-Pues tú ponte cómoda, como si fuese tu casa –me dijo contento mientras iba hacia la cocina. – ¿Entonces te preparo un té?
-Sí, gracias.
Después de dejar la mochila en la entrada, me senté en una de las sillas de la mesa de la cocina. En la mesa había un bonito tiesto con una planta preciosa que colgaba un poco. Tenía las hojas violetas con el centro plateado y a las hojas que le daba el sol parecía que tenían purpurina.
-Es original, ¿verdad? – me dijo cuándo me vio mirándola.
–Se llama Zebrina Pendula. Tiene unas flores muy bellas, pero lo que más me gusta es como brillan las hojas.
-Sí, ya me he fijado. Es muy curiosa.
-Toma, aquí están las galletas –me dijo acercándome un plato con unas cuantas galletas.-
¡Gracias! –y volvió hacia el tarro de agua que había puesto a hervir.
Observé como acababa de preparar el té. Cogió unas tazas preciosas y sirvió
el té cuyo olor ya impregnaba toda la sala. Primero trajo las tazas a la mesa, luego el azúcar y una pequeña garrafa con leche.
-¿Lo quieres con leche? – me preguntó mientras se sentaba.
-¿El té? –le pregunté un poco confusa.
-Sí. En Irlanda se toma así –me dijo divertido por mi
expresión.
-¿El té con leche? –le volví a preguntar con una mueca de asombro.
-Sí – y se rió.
-¿Tú lo vas a tomar con leche? –le pregunté todavía incrédula pensando que me estaba tomando el pelo.
-Sí –y volvió a reír. – Si no quieres no pasa nada.
-No, no. Si tú lo tomas con leche yo también quiero probarlo, pero es la primera vez que oigo que alguien le echa leche al té.
El me miró divertido. Cogió la leche y echó un poco en cada taza, haciendo
que el té adquiriese un color poco agradable a la vista.
-¿Quieres azúcar?-
- Sí, una cucharadita, gracias.
Removió un poco y me dio la taza. Él hizo lo mismo con su té.
-¡Por nuestra amistad!.- Sonreí y choqué la taza con la suya y probé aquella extraña mezcla, no sin antes verlo a él probarla primero, por si acaso.
-Bueno, ¿te gusta entonces? –me preguntó curioso cuando le había dado un sorbo.
-Sí, no está malo, es distinto, pero no me desagrada –le contesté agradablemente sorprendida por aquél nuevo sabor. Milo se rió.
-No me puedes negar que echarle leche al té no es raro –le dije espontánea.
-Bueno, para nosotros no lo es –contestó divirtiéndose con la situación.
-Tú di lo que quieras, pero a mí me parece un poco raro.
-Ahora me da miedo que pruebes las galletas –dijo mirándome con cara de
circunstancia.
-No será una receta Irlandesa, ¿no? – le pregunté bromeando.-
Mejor no te digo los ingredientes –dijo serio. Lo miré un poco extrañada.
-Llevan un champiñón que crece del estiércol de las ovejas de montaña. Son muy típicas en Irlanda, y muy apreciadas. Las he hecho con lo último que me quedaba de mi último viaje a Irlanda. Ese champiñón sólo se encuentra allí –me explicó.
-¿En serio? –le pregunté completamente confundida.
-¿Quieres una? –me preguntó acercándome la bandeja. Ya no sabía si bromeaba o no. La verdad es que con la descripción no tenía muchas ganas de probarlas. Se quedó serio durante un rato, pero al cabo de unos segundos ya no pudo retenerlo más y explotó en risas.
-¡Ah, ya veo!, muy gracioso, con que riéndote de mí – le dije con una media sonrisa en la cara, un poco sonrojada.
-Lo siento, pero es que tenía que hacerlo, tenías una cara que tendría que haberla grabado – dijo entre lágrimas de risa.
-¡Bueno, menos cachondeo! –le dije intentando ponerme un poco más seria, en vano. Su risa era muy contagiosa.
-No te lo tomes a mal. No podía resistirlo. Estabas medio asustada – dijo recuperándose del ataque de risa. -Me encanta tu inocencia –y me miró con aquella mirada de complicidad que nuevamente me sacudió el cuerpo.
-Te estaba siguiendo el juego –le dije intentando engañarlo, pero no fue posible. Mi sonrisa me delató. Cogí una galleta y le di un bocado.
-No está mal –le dije intentando parecer poco impresionada. –El champiñón de la caca de oveja es lo que le da el toque –y le sonreí. Él también sonrió y cogió una galleta que primero mojó en el té. La verdad es que eran unas galletas buenísimas. Volví a darle otro bocado.
-Dame un segundo que me duche rapidísimo mientras tú te acabas el té. Así me quito el sudor del ejercicio y te traigo las fotos también. Te prometo que no tardo nada –me dijo mientras se levantaba engullendo lo que le
quedaba de galleta y terminándose el té.
-No te preocupes. Tómate tu tiempo –le dije tranquila.
-Gracias – y sonrió. –Tú ponte cómoda que de seguida vuelvo.
Se levantó y dejó su taza en la pica, y después se acercó hacia mí como si
fuese a coger mi taza, pero de repente, sin yo darme casi ni cuenda, me dio un beso en la mejilla, me miró con su bonita mirada y se fue hacia el cuarto de baño.
No pude ni reaccionar. El corazón se me había parado y no podía respirar.
Milo me acababa de dar un beso en la mejilla. En aquél momento era la
persona más feliz del mundo. Sentía como me latía el corazón, con fuerza, en los oídos. Había sido tan solo un instante, pero sólo había hecho falta eso para darme unas ganas enormes de chillar y saltar. Me quedé sentada unos minutos intentado calmarme y darme cuenta de lo que acababa de pasar. Había sido muy dulce e inocente, y me encantó la manera en la que me lo dio, sin que yo me lo esperase, así, tan normal. Tuve que levantarme y pegar unos saltitos y gritos mudos de la tensión y emoción que sentía. No podía parar de sonreír.
Para intentar calmarme un poco, me puse a dar una vuelta por la sala,
prestando atención a cada pequeño detalle, para distraer mi mente. Una de
las paredes estaba recubierta por una gran estantería llena de libros sobre
fotografía y arte. Pasé delante de un espejo que había al lado de la estantería y me sorprendí al ver las ojeras que tenía. Me picaban un poco los ojos y sentía el cansancio acumulado, pero con tanta emoción del momento, no estaba cansada. Seguí mi recorrido y en la otra pared encontré un rincón recubierto de fotografías.
La primera que vi fue una de Milo guapísimo en un campo verde con unas
montañas al fondo, pero su sonrisa distraía de cualquier paisaje de detrás.
Estaba bien tapado con una chaqueta, y en la mano tenía una cámara. La
siguiente lo mostraba a él, con el pelo un poco más corto, con un perro cachorro que en ese momento le chupaba un lado de la cara. Milo ponía una cara rara, riendo, como si el lametazo le hubiese pillado de improviso, pero aun así estaba muy guapo. Había algunas más de él con amigos, y con lo que parecían ser sus padres, pero de repente mis ojos se clavaron en una foto en particular. Ahí estaba la foto que temía encontrar. Él y una mujer muy guapa que le estaba dando un beso muy tierno en la mejilla, y él la miraba, contento. Se les veía muy enamorados.......

Enamorada de mi Profesor (Milo y tu) adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora