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Estaba en un lugar precioso, un prado lleno de flores amarillas, con una luz dorada de atardecer, tumbada mirando algunas nubes esponjosas que pasaban lentamente. Cuando me giré a un costado, Milo estaba allí, tumbado
conmigo. Me sorprendí un poco, pero él me sonrió y poco a poco se acercó más a mí. Primero me tocó el pelo, acariciándolo hacia atrás dulcemente.

Movió su dedo pulgar y lo pasó por mi cejas lentamente, acercando su cuerpo al mío cada vez más. Bajó por la nariz sin dejar de mirarme con aquella mirada intensa y penetrante. Siguió por la mejilla hasta deslizarse lentamente en mis labios. Los rozó lentamente, varias veces, con aquél tacto eléctrico que me estaba volviendo loca. Finalmente deslizó su mano detrás de mi cabeza, suavemente, entrelazando sus dedos con mi pelo. Me apretó suave pero apasionadamente hacia él, y cuando estaba a punto de juntar sus labios con los míos... desperté.

Aquél fue el único sueño bonito que había podido tener en las apenas dos
horas que había conseguido dormir. No me sentía bien del todo. Aquél sueño, a la vez de haber sido el más bonito que había tenido desde hacía mucho tiempo, me dejó una sensación extraña en el cuerpo. Las nubes que volvían a cubrir el cielo, no hacían más que acompañar mi estado de ánimo. Me sentía agotada y con los ojos hinchados. Ya hacía dos noches que no dormía bien. Me había pasado horas dibujando y escribiendo intentando conciliar el sueño, en vano.

Las palabras de Milo , pidiéndome que le dejara leer una de mis historias, me
habían dado una gran motivación para seguir y aplicarme más que nunca. Por
lo menos, la ceja iba curándose bien, y con un poco de suerte no dejaría apenas cicatriz.
Las primeras horas de clase pasaron muy lentamente y me alegró escuchar la sirena que anunciaba el comienzo del recreo. Por lo menos estaba más cerca de la última clase, en la que estaría Milo, y el simple hecho de pensar que lo volvería a ver , me ponía nerviosa. Cuando salí al patio, me senté como siempre en unos de los bancos más alejados del colegio, donde
normalmente solían dejarme en paz, y esos escasos treinta minutos, los pasaba leyendo, escribiendo o dibujando, pero no sería el caso de ese día.

-¿Qué haces aquí solita? – me saludo Angélica en un tono forzado como si le hiciese ilusión verme, acompañada de sus perritos falderos.
Me pillaron completamente desprevenida. Estaba sumergida con uno de los dibujos que estaba acabando para una de mis historias, la que había empezado para Milo , y ni siquiera vi que se acercaban. Intenté esconderlo
disimuladamente antes de que Angélica pudiese verlo, pero ya era tarde, y sin que pudiese darme cuenta, lo cogió.
-¿Qué es esto? –dijo maléficamente mientras lo ojeaba.
–¡Oh!, así que también dibujas, ¿eh? La miré desafiante mientras me levantaba para intentar recuperar mi cuaderno. Intenté cogerlo, pero lo apartó, riéndose.
-Oh, ya veo. Quieres que te lo devuelva, ¿no? –y se rió mirando a las demás, que también rieron. –No sé, chicas, ¿qué les parece?
Se volvieron a reír. Intenté cogerlo de nuevo y nuevamente lo apartó. La
rabia me estaba empezando a hervir la sangre, y tenía ganas de pegarle un
puñetazo en toda la cara de sapo que tenía, pero sabía que no debía rebajarme a su nivel. Tenía que mantener la calma, sin mostrarles ni un signo de debilidad.
Angélica volvió a mirar los dibujos, pasando las páginas con cara de desprecio.
-A mí me parece que son una basura. ¿Por qué querrías tener esta porquería ? –dijo arrancando una de las páginas y rompiéndola por la mitad mientras soltaba su irritante risa. Vi, con dolor, cómo arrancaba varias páginas, y poco a poco las iba rompiendo. Mis dibujos iban cayendo al suelo hecho añicos. Cuando terminó, se fue, no sin antes pisar mis dibujos rotos
y soltar algún que otro insulto. Esperé a que se fuera para recoger los trocitos y guardarlos en mi mochila. Tendría que haberlo impedido, le tendría que haber pegado, o por lo menos intimidado, pero no pude.
Cuando lo recogí todo, me dirigí hacia el lavabo. Tenía ganas de llorar,
así que si tenía que hacerlo por lo menos sería en privado. No les daría el gusto de que me viesen. Me sentía sola y débil, y sólo podía pensar en lo bien que me iría un abrazo de Milo en aquel momento, un abrazo fuerte, que me hiciese sentir protegida, y entonces, cuando me tuviese sujeta, me diría con. aquella preciosa voz que todo iría bien.
Pero tenía que hacerme a la idea de que Milo jamás me abrazaría, y jamás me besaría como estuvo a punto de hacerlo en ese bonito sueño.
Cuando estaba a punto de llegar al lavabo con el nudo de la garganta causándome mucho dolor, la voz de Milo me sorprendió.
-¡___! –me llamó desde mis espaldas al final de pasillo.
Lo ignoré, como si no lo hubiese oído, e intenté acelerar el paso. Si había alguien que no quería que me viese llorar era él. Oí como él aceleraba el paso también y corrió hacia mí.
-¡___, espera, por favor! –me suplicó ya casi a mi lado.
Me paré frustrada por el hecho de que me era imposible ignorarlo. Estaba demasiado cerca. Me sequé las lágrimas rápidamente deseando que no
se diese cuenta.
- ___ ¿estás bien? –me preguntó ya a mi lado.
- Sí –dije un poco seca sin girarme.
- ¿Qué ha pasado allí a fuera? He salido justo cuando ya se iban, y te he visto recoger unos papeles del suelo –dijo preocupado.
- No ha pasado nada – contesté intentando camuflar mi tono cada vez más enfadado.
El nudo en la garganta se hacía cada vez más grande y me costaba
incluso respirar con normalidad. Milo se quedó allí parado, sin saber qué
decir. Hice un movimiento como para seguir hacia el lavabo. Él se adelantó y
me cogió por el brazo con suavidad y me giró hacia él.
-¡Escúchame ___, no tienes porque dejar que te humillen!. Si tú quieres, nosotros podemos hacer que les abran un expediente y que te dejen en paz – dijo con una voz suave pero a la vez con desesperación y preocupación.
Lo miré, y no pude contener las lágrimas.
-Siempre ha sido así y ahora no va a cambiar. Sabes tan bien como yo que un expediente no les hará parar. Sólo quiero pasar el año y que me dejen
tranquila en mi rincón. Si consigo que piensen que no existo, será un buen año para mí –y de un gesto seco me solté de su brazo y seguí
caminando.
Oí como volvía a pedirme que esperase, pero no me detuve. Me encerré en el lavabo y lloré en silencio hasta que toda la rabia se me había agotado, y entonces me sentí mal por haberle hablado mal a Milo.

Enamorada de mi Profesor (Milo y tu) adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora