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Me sentí mal al momento, como si tuviese ganas de devolver. Acababa de
descubrir que Milo tenía novia. La imagen se me clavó como un cuchillo en
el pecho. ¿Cómo podía haber sido tan tonta de pensar que un hombre como él estaría interesado por mí? Seguramente lo único que sentía era pena, y por eso era tan cariñoso conmigo. O quién sabe, tal vez quería a alguien con quien divertirse hasta que volviese a ver a su novia a donde fuese que estuviese. El dolor empezó en la espalda, como un calambre que se hacía cada vez más grande. Podía oír mi corazón en los oídos cada vez más fuerte y más rápido.
No sé cuánto tiempo me quedé allí plantada sin poder apartar la mirada de
esa foto que una y otra vez me recordaba lo estúpida que había sido, y lo mucho que me dolía el corazón. Milo salió de la habitación con una caja rectangular bajo del brazo, y el pelo aun mojado. Lo miré un segundo con odio y con lágrimas que nuevamente empezaban a brotar en mis ojos. Me dirigí a la puerta para salir.
-¿Qué te pasa? ¿Estás bien? –me preguntó desconcertado y asustado.
No le contesté. Encima tenía el valor de preguntarme si estaba bien. Tenía
ganas de llorar, pero sabía que tenía que contener la rabia que sentía como
fuese. Si había algo que no se me daba bien era enfadarme, y aquello era más que un enfado. Estallaba como una olla a presión y no había quien me parase. Me volvía medio loca. Tenía que controlarme, pero es que me sentía tan humillada...
-___, espera, ¿qué te pasa? –volvió a preguntar esta vez totalmente preocupado.
-Quiero irme –le dije sin poder reprimir la rabia en mi voz. Milo, asustado, se acercó un poco a mí. Yo intentaba abrir la puerta pero estaba atascada.
-Dime por lo menos qué te pasa –me pidió desesperado sin saber qué hacer. –Por favor.
Entonces me cogió del brazo con suavidad, pero yo me solté bruscamente
de un tirón y me giré hacia él.
-¿Quieres saber lo qué me pasa? –le dije amenazante, llorando.
La expresión de Milo era de completa confusión, y parecía muy preocupado. Se lo tenía que decir todo. No dejaría que se burlase de mí como hacían todos los demás.
-Lo que pasa es que me acabo de dar cuenta que eres otro más en el montón de mierda que hay en este mundo. Te piensas que puedes venir aquí y hacerme pensar que estás interesado en mí, después burlarte de esta manera. Pues no, esta vez no voy a dejar que eso pase, porque ya estoy
harta que la gente me humille de esta manera –le chillé entre el llanto.
Hacía tiempo que no lloraba así. Me costaba incluso respirar.-
____, no me estoy riendo de ti. No sé por qué dices eso. Por favor, cálmate y lo hablamos... -y me volvió a coger por los brazos. Los volví a soltar con brusquedad.
-No quiero hablar nada y no quiero que me toques. No quiero que me vuelvas a hablar jamás. Limítate a ser mi profesor y ya está. No quiero saber de ti, de nadie ni de nada –le chillé y luego miré la foto de la novia en la pared. –¿Por qué no le preguntas a tu novia que le parece que me des
besos en la mejilla, o que te parezca que estoy guapa cuando cuando sonrío?
Milo se quedó sorprendido como si no entendiese de que hablaba, pero se
dio cuenta que me refería a la foto en la que su novia le besaba. Parecía que quería contestar pero no le dejé. No quería oír más mentiras, así que me giré rápido y tirando con todas mis fuerzas, abrí la puerta, con tan mala suerte que me golpeé la cabeza. Tal era mi rabia con la que tiré, que caí inconsciente al suelo.

Cuando desperté me costó orientarme. No sabía dónde estaba. Delante de mí había un ángel que me acariciaba la frente tiernamente, así que empezaba a dudar si estaba despierta o tal vez era un sueño. En cualquier caso, la sensación era tranquilizadora.
-¡Buenos días! –me dijo una voz de hombre muy dulce.
Aquella voz me era familiar, pero no acababa de situarla. El dolor punzante
de la cabeza me impedía pensar con claridad. Poco a poco abrí más los ojos,
y entonces vi quién era y recordé lo que había pasado. La rabia me volvía a
invadir, sobre todo por la osadía que tenía Milo de estar acariciándome después de lo que había hecho. Empecé a incorporarme y recordé que me había dado un golpe con la puerta y seguramente me habría desmayado, pero lo que no podía olvidar era el motivo por el cual quería irme.
- ___, espera un segundo. Te lo puedo explicar. No es lo que parece –dijo intentando tranquilizarme, pero sus palabras sólo me sonaban a mentira. -La
chica que viste en la foto es mi Prima. ¿Su Prima? ¿Así tan cariñosa? Me
paré un segundo aún metida en la cama. Lo miré directamente a los ojos,
desafiante. Si me iba a mentir por lo menos que lo hiciese a la cara. Lo miré
durante un buen rato, intentando encontrar en sus ojos la culpa de la mentira, pero su expresión era sincera.
¿Y si realmente era su Prima? Una sensación abrumadora de vergüenza
estaba empezando a apoderarse de mí.
-Mira. Aquí hay más fotos –me dijo acercándome un sobre. -
Éstas son de cuando éramos pequeños -dijo mientras me iba pasando las fotos, -y aquí con quince años.
Me volvían las ganas de llorar con cada foto que iba viendo. Me miró
preocupado, pero a la vez aliviado.
- ¿Lo ves? No es mi novia. No tengo novia ___. Jamás habría hecho algo así.
Volví a tumbarme en la cama para tapar mi llanto con la manta y ocultar mi
rostro lleno de vergüenza.
-¡Lo siento! –conseguí decirle abochornada.
-Olvídalo, no tiene importa. La culpa también es mía por no haberte dicho nada –dijo con dulzura.
-Me he comportado como una idiota –le dije aún debajo de la manta.
-No pienses más en eso, y sal de ahí abajo que te vas a asfixiar –dijo dulcemente.
Milo se acercó un poco más a mí, hasta destapar mi cara, y volvió a acariciarme la frente, pero las lágrimas seguían cayéndome por la cara.
-No me gusta que nadie me vea llorar –le confesé intentando calmarme un poco.
-¿Por qué? –me preguntó con cariño.
-No lo sé, creo que es porque siempre lo he asociado con la debilidad.
-Llorar no es de débiles. Si el cuerpo te pide que necesitas llorar entonces es porque algo no va bien y hay que dejar salir la tensión. Además, conmigo no tienes por qué avergonzarte de nada.
-Ayer cuando vi la foto me asusté. Pensé que te estabas riendo de mí como hacen los demás. En el colegio, Angélica y las demás siempre se han burlado de mí. El otro día en el patio me rompieron unos dibujos que estaba haciendo para una historia para ti. Cuando viniste a buscarme, me gustó que
me preguntaras qué me pasaba. Sé que te contesté mal, y lo siento, pero es que nunca nadie antes se había preocupado por mí de esa manera. Los demás profesores hacen la vista gorda. No te lo digo porque quiera que me ayudes, sino porque creo que te debía una explicación –le expliqué.
Me había quitado un peso de encima, pero seguía llorando, como si haber
contado eso me hubiese abierto una puerta cerrada desde hacía mucho
tiempo llena de lágrimas que había que vaciar.
-Lo sé ___, ya vi que había un problema. Yo acepto que tú quieras ocuparte del tema sola, pero quiero que sepas que estoy aquí para lo que necesites, y quiero que sepas que yo jamás te haría daño. Por eso no tienes que
preocuparte.
Me puse a llorar con más fuerza pero en silencio. Milo se tumbó a mi lado y me abrazó.
-No quiero que temas nada conmigo ___. Mi primera regla es respetarte siempre. Si puedo ganarme tu amistad con eso ya sería la persona más feliz del mundo. Ya sé que soy mayor que tú y que no tengo posibilidades, pero quiero que sepas que estaré aquí siempre que me necesites. No quiero verte sufrir.
Aquellas eran las palabras más bonitas que jamás había oído pero a la
vez las más tristes. No sabía que contestar. Me había quedado paralizada.
Me dio un beso en la frente y me abrazó con más fuerza, como cuando uno se aferra a algo de lo que no quiere separarse jamás, pero que sabe que
tarde o temprano ya no estará.
-Venga, no llores más –me dijo volviéndome a acariciar la frente. –Verte llorar es lo más triste del mundo.
Me sequé las lágrimas e intenté tranquilizarme un poco. Me sentía mejor, pero aun avergonzada por el espectáculo de la noche anterior.
-De verdad que lo siento mucho por lo de anoche –volví a disculparme.
-No pasa nada, de verdad –y sonrió.
-Aunque te digo una cosa –le dije mirándole, –esa puerta es asesina.
Soltó unas carcajadas, y yo también reí. Luego me miró y sonrió.
-¿Qué te parece si tú te quedas aquí tranquila un momento mientras preparo el desayuno?
Parecía contento de que todo se hubiese aclarado, y yo también lo
estaba. Le sonreí un poco tímida mientras me secaba las últimas lágrimas.
Miré un poco a mí alrededor. El sofá estaba apartado hacia un lado, y yo
estaba tumbada en un colchón, lo cual quería decir que había bajado el colchón desde la parte de arriba. ¿Y dónde había dormido él? Empecé a incorporarme poco a poco.
-¿Este colchón sale de arriba? –le pregunté.
-Sí. No quería dejarte durmiendo en el sofá –me dijo
mientras preparaba unas tostadas.
-¿Y dónde has dormido tú?
-En el sofá –contestó.
-Ahora me siento aun peor.
-No pasa nada, no es la primera vez que duermo en un sofá –me dijo sonriendo. -Lo que no sabía era si tenía que llamar a alguien. ¿Tus padres no estarán preocupados?
-No, tranquilo. Nunca llaman cuando están de viaje –mentí.......................

Enamorada de mi Profesor (Milo y tu) adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora