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'Nuevo mensaje de Milo "el del coro'" ponía en una notificación. La sangre se me aceleró.
-"Me parte el corazón verte triste, y de alguna manera me siento responsable por ello. Puede que haya sido un poco lanzado y que te haya agobiado, y lo siento mucho. Por un momento pensé que tal vez algo pudiese ocurrir, dejándome llevar por mis emociones. Lo único que quiero es
lo mejor para ti, y ahora comprendo que yo no puedo dártelo. Te mereces estar con alguien de tu edad. Te dejaré más espacio para que puedas hacer tu vida. Lo siento mucho por todo, y espero que algún día pueda ganarme tu amistad."
Milo pensaba que estaba rara por su culpa. Me sentía paralizada, como si algo muy pesado recorriera mis venas lentamente, haciéndome sentir incapaz de moverme. Me quedé varios minutos mirando el mensaje incapaz de contestar. Milo ya no quería saber nada de mí. Las horas pasaron y no le
contesté. Seguía paralizada por el dolor que sentía por todo el cuerpo. A duras penas había conseguido meterme en la cama, y allí me quedé durante toda la noche, intentando dormir y despertándome a cada momento con
dolores intensos en el corazón.
Lo único en lo que podía pensar era que había perdido a Milo por mis mentiras, y que volvía a estar sola. El martes se despertó tan nublado como mi mente. No tenía ganas de hacer nada. Sólo podía pensar en Milo y en
todos los momentos que habíamos pasado juntos, aunque hubiesen sido pocos. Sus abrazos, sus besos... Cada vez que pensaba en ello se me llenaban los ojos de lágrimas. El tiempo no hacía pasar el dolor que cada vez se aferraba más a mí haciéndome recordar cada detalle con más viveza. Miraba una y otra vez su mensaje y los que me había escrito con anterioridad. Me hacían sentir más cerca de él por un momento, sólo para darme cuenta después de lo lejos que lo tenía. Se había convertido en una obsesión. No fui a sus clases ni el jueves ni el viernes. No salí de casa ni siquiera para ir a ver a Minerva. La depresión me envolvía.
El sábado, 21 de septiembre, me supuso un gran esfuerzo salir de la cama. El cielo amenazaba tormenta.
-¡Uf! Vaya cara traes –dijo Minerva al verme entrar.
Intenté parecer un poco más animada pero debería haber sabido que era inútil. No se le escapaba nada.
-Ven aquí y cuéntame que ha pasado –dijo, dando unos golpes en la silla que estaba a su lado.
La verdad es que no tenía muchas ganas de hablar del tema porque seguro
que acabaría llorando, pero de alguna manera el cuerpo me lo pedía. Necesitaba un poco de apoyo y consejo, y Minerva era la única que podía
hacerlo.
-Todo estaba yendo muy bien y de repente... - no pude contener las lágrimas.
Empecé a llorar desesperadamente. Minerva se levantó y me abrazó.
-No llores mi niña. Ya verás cómo encontramos una solución -me dijo con cariño. – supongo que es por eso que no viniste el jueves.
-No hay solución. Yo le he mentido y seguro que él jamás me perdonará. Además piensa que es por la diferencia de edad –le dije llorando.
-Tú cuéntamelo y verás como algo se nos ocurre, ¿Vale? – me dijo limpiándome las lágrimas que me caían por las mejillas.
Volvió a toser con fuerza y me dio mucha pena al verla tan frágil pero tan
llena de vida. Su cuerpo empezaba a mostrar la extrema delgadez que la
enfermedad le causaba. Cada vez tosía más, y cada vez sonaba peor.
Se sentó en su cama y me cogió la mano. Le conté todo lo que había ocurrido. Lo de su beso, lo de mis mentiras y lo del mensaje. No paré de llorar en todo el tiempo.
-___, cariño, no llores más. Ya verás que todo irá bien. Milo te quiere, eso te lo aseguro yo, lo único que pasa es que no sabe por qué estás preocupada y se piensa que es por él, por la diferencia de edad y porque es tu profesor. Tú tienes tus dudas porque te preocupa que te haga daño, y porque le mentiste acerca de tus padres, pero él eso no lo sabe, y entonces se piensa que es por otras razones.
-¿Pero cómo voy a contarle lo de mis padres, o lo de mi tío? Cuando sepa que le mentí, no querrá estar conmigo –le recordé desesperada.
-A veces pensamos que las personas reaccionarán de una manera y nos asustamos por la reacción que nos imaginamos que tendrán, pero muy pocas veces ocurre lo que uno se imagina.
- ¿ Qué puedes perder? Ahora no lo tienes, ¿verdad? –me dijo mirándome con ternura –Pues si le dices la verdad y resulta que no quiere estar contigo no pierdes nada, estarás en la misma situación.- Las lágrimas seguían cayéndome por la cara.
- ___, lo mejor es que le digas la verdad y así por lo menos podrás estar tranquila contigo misma. Milo te quiere, y no te va a decir que no porque le
hayas dicho una mentira. Cuando sepa el porqué, seguro que lo entenderá. Tú tienes que dejar de tener miedo, porque el miedo no lleva a ningún lado. Si no arriesgas, jamás podrás vivir las aventuras maravillosas que te depara la vida. Sus palabras eran sabias, y me aliviaban, pero dudaba mucho que ese fuese a ser el caso. Minerva se incorporó un poco hacia mí. De repente
me sonó una notificación en el móvil. Lo cogí un segundo y vi que era publicidad. Comprobé rápidamente si Milo me había escrito, y entonces vi la foto.
-Mira, éste es él –le dije enseñándole al foto, notando otra ola de lágrimas bajar por mi cara.
-¡Es muy guapo! –dijo sin poder quitarle los ojos de encima.
-¿Y este teléfono?
-Me lo regaló él. Yo no quería, pero insistió para que me lo quedase –le respondí sintiéndome culpable, mientras seguía llorando.
-Pues entonces no te preocupes. Si tiene dinero déjale que te haga regalos. Ojalá me los hiciese a mí –me dijo despreocupada intentando animarme.
Me quedé unos minutos callada, mientras guardaba el teléfono, intentando tranquilizarme un poco.
-Te voy a contar mi historia de amor para que entiendas porqué tienes que
arriesgar. Que sepas que no se la he contado nunca a nadie –me dijo sonriendo mientras se ponía cómoda en su cama. -Cuando yo tenía veinte años, me enamoré de un chico muy guapo, y él se enamoró de mí. Nos conocimos cuando salíamos de trabajar de la fábrica textil. Yo trabajaba en las máquinas de coser y él en el almacén. Hacía ya tres meses que nos mirábamos, pero ninguno de los dos se atrevía a dar el primer paso. Un día, ya cansada de que no me dijese nada, dejé caer una bufanda que me había hecho mi madre, y él, rápidamente se abrió paso entre la gente, lo cogió y me lo devolvió. Desde entonces nos hicimos inseparables, y el siguiente año fue el mejor de mi vida. Antes las cosas no iban tan rápido como ahora, y él era todo un caballero, así que me cortejaba muy educadamente, y a mí eso me gustaba. Aunque ahora no te lo creas, yo antes era muy puritana. Cada vez que me veía me traía margaritas silvestres, porque sabía que eran mis preferidas. Me escribía poemas y cartas preciosas que leía una y otra vez
hasta el punto de memorizarlas. Dábamos paseos, íbamos al cine, ya sabes, lo normal para entonces.
Cuando hacía cuatro meses que salíamos juntos, me llevó a dar una vuelta por el bosque. Me llevó por unos caminos hasta llegar a un precioso prado. Una vez allí me dijo que había comprado ese terreno y que me iba a hacer una casa en la que podríamos vivir juntos y tener una familia. Fue allí
cuando me regaló este colgante enforma de margarita. Recuerdo aquel día como si fuese ayer – relató sin ocultar la melancolía en sus ojos, cogiendo el colgante que llevaba alrededor del cuello –Los meses pasaron y la casa iba avanzando. Era preciosa, no muy grande pero preciosa. Me dijo que cuando la tuviese lista me pediría que me casara con él. Yo le hubiese dicho que sí sin dudarlo en cualquier momento, pero él siempre estaba acomplejado de no tener nada que entregarme, y quería acabar la casa antes de pedirme que me casara con él. Pero entonces mi madre enfermó y tuvimos que llevarla a un pueblo a 200km de éste y yo no tuve más remedio que quedarme a cuidar de ella. Nos prometimos que nos esperaríamos, que él seguiría construyendo la casa y que cuando yo volviese nos casaríamos y viviríamos juntos felices para siempre.
Respiró un segundo. Parecía que las memorias empezaban a ser demasiado
pesadas para ella.
-Le echaba tanto de menos... pero no podía dejar a mi madre sola. Cada día lo echaba más y más de menos, y cada vez era más doloroso estar lejos de él.
Una vez al mes conseguía encontrar unas horas libre para venir a verme, pero recuerdo que parecían pasar volando. Cuando mi madre murió al cabo de un año y medio, volví al pueblo deseando encontrarle y abrazarle. Fui sin
decirle nada para poder darle una sorpresa, pero me encontré primero con una amiga. No tardó ni un minuto en decirme que corría el rumor de que él había besado a otra chica –podía verle como los ojos se le llenaban de lágrimas. –
Yo no sabía que pensar. De algún modo quería convencerme de que
eso no era verdad. Cuando nos vimos, me abrazó con tanto amorque hubiese deseado fundirme en ese abrazo para siempre. Le dije lo que me había dicho mi amiga y me dijo que era verdad. El pobre lloraba y lloraba y no paraba de
pedirme perdón. Me decía que no había sido nada, un simple beso que no significó nada, que no sabía por qué lo había hecho. Que me había echado muchísimo de menos, y que la noche que ocurrió estaba muy borracho y apenas se acordaba. Que no quería perderme, que había acabado la casa y quería casarse conmigo –se paró un momento para tomar aire.
Su mirada perdida me entristeció enormemente.- No lo perdoné jamás. Él
intentó por todos los medios demostrarme que me quería y lo mucho que se arrepentía, pero yo jamás le perdoné, y si te digo la verdad aquél fue el peor error de mi vida. Se quedó un año en el pueblo intentando recuperarme, pero después se fue a algún sitio muy lejos. Algunos decían que era porque no podía seguir viéndome y viviendo con la culpa de lo que
había hecho. Lo he echado de menos cada segundo de mi vida, y no hay ni un solo día que no piense en él, y en lo mucho que me arrepiento de no
haberle perdonado. En mi vida ha habido otros hombres, por supuesto, pero
nada se ha parecido a lo que una vez sentí por él. Desde entonces vivo con la pena de pensar lo diferente que hubiese sido mi vida si me hubiese quedado con él.
Me quedé un segundo intentando asimilar la triste historia.
- Es una historia muy triste Minerva. Lo siento muchísimo –le dije muy apenada. -¿Por qué no intentaste buscarle?- Pero de repente entró una enfermera.
-Ya es hora Minerva. Vengo a buscarte para ir a las pruebas médicas- dijo
la enfermera mientras entraba empujando una silla de ruedas.
Miré a Minerva con pena porque no quería que se fuese, pero ella me respondió con su gran sonrisa habitual.
-Te veo el jueves cariño y seguimos nuestra charla. No te preocupes. Ya verás cómo las cosas irán bien. Dale una oportunidad a la vida –me dijo
antes de que se la llevaran por la puerta.
Empezó a llover, y para no perder la costumbre, me había vuelto a olvidar el paraguas, así nuevamente me estaba poniendo chorreando. Había sido una
semana muy dura, y la historia de Minerva era tan triste... ¿Y si a mí me pasaba lo mismo que a ella? ¿Y si me quedaba sola toda la vida? ¿Y si jamás
encontraba a alguien como Milo? Tenía que decirle la verdad y arriesgarme.
Como había dicho Minerva, no tenía nada que perder. Llegué a casa tiritando de frío. Era tarde y estaba todo oscuro. Abrí la puerta deseando haber encontrado un hogar un poco más caliente, pero el frío empezaba a asentarse poco a poco y no tenía suficiente dinero para mantener la casa caliente. A duras penas me llegaba para el gas y el agua. Al cerrar la puerta
me di cuenta de que había un sobre en el suelo. Lo cogí y lo giré esperando
encontrar facturas, pero no fue el caso. Reconocí la letra enseguida. Mi corazón se aceleró. Era de Milo . Intenté abrirla, nerviosa, pero mis manos
mojadas hacían la tarea bastante difícil. Cuando conseguí abrirla, comencé a
leerla nerviosa.......

Enamorada de mi Profesor (Milo y tu) adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora