15

721 30 3
                                    

Me desperté completamente repuesta. Hacía tiempo que no dormía tan bien y que me despertaba con tanta ilusión. Todo me parecía posible. ¡Tenía ganas de correr y saltar, e incluso de cantar! Se me habían ocurrido un montón de nuevas ideas que anoté en mi cuaderno antes de salir para clase, para que no se me olvidasen. El chichón casi no se me notaba, y la cicatriz de la ceja estaba casi curada. Me pasé todo el domingo haciendo cosas creativas y avanzando mis deberes, sin parar de pensar en Milo. Al día siguiente, lunes 16 de septiembre, cuando iba de camino a clase, me sorprendió una vibración en el bolsillo. Era Milo "el del coro".
-"Sólo quería enviarte un mensaje rápido para darte los buenos días. Nos vemos en clase. Y acuérdate de ponerlo en silencio, o tendré que confiscarlo"- y puso un emoji de cara sonriente.

Me tuve que parar un momento para contestarle. Lo de caminar y escribir aún no lo tenía dominado.
-"¡Gracias, me ha hecho ilusión ver tu mensaje!. Buenos días a ti también. Hasta luego" –le contesté.
Seguí caminando. Tenía ganas de que empezase su clase. Había trabajado por lo menos 3 horas sólo en la redacción de la obra de arte. Siempre me aplicaba mucho en todas las clases y sacaba muy buenas notas, pero en
aquella especialmente tenía que aplicarme todavía más. Quería que estuviese orgulloso de mí. Las horas pasaron lentamente, pero
afortunadamente, Angélica protagonizó un incidente que tardaría años en
olvidar. Esto ocurrió cuando, desde la fila de atrás, intentaba tirarme bolas de papel mascado con un tuvo que había conseguido quitando la tinta de un bolígrafo. Se pasó un buen rato así, hasta que unas de las bolas llenas de saliva fue a parar justo en el escritorio de la profesora Carmen de matemáticas, casi tocando su mano.
-¿Se puede saber quién se dedica a hacer estas cochinadas?- dijo con voz amenazante levantando la mirada para inspeccionar la clase.
Angélica intentó esconder el bolígrafo rápidamente, pero a todas sus fieles amigas se le empezaban a saltar las lágrimas intentando aguantar la risa.
-Claro... Angélica... –dijo cuando la pilló infraganti escondiendo las bolas que le quedaban y que tenía en la mesa listas para ser proyectadas hacia mí.
Carmen se levantó con aire amenazante y se dirigió lentamente hacia Angélica de la misma manera que lo hace un tigre cuando se acerca a su
presa. La risa pronto paró. Hacía cuatro años que teníamos a Carmen para
matemáticas, y la verdad, aunque físicamente parecía poca cosa, cuando
se enfadaba imponía mucho respeto.
-Me gustaría poder decir que me sorprende que esto venga de ti, pero no es el caso. –dijo seria y amenazante tomándose su tiempo para decir cada palabra. – Esto sólo puede significar que te aburres en mis clases. Angélica abrió la boca para hablar pero la mirada de Carmen bastó para que entendiera que era mejor que estuviese callada. Carmen se giró un
momento y fue hacia su mesa. Buscó en una libreta que tenía, y saco unos folios con algo escrito. Volvió a dirigirse a Angélica.
-Me parece que necesitas una motivación extra, así que para la clase de mañana quiero que hagas estos ejercicios –y le puso las hojas sobre la mesa. –Ya sé que pueden parecer muchos, pero te irán bien –dijo con una voz irónica que daba miedo.
Hubiese dado cualquier cosa por poder hacer una foto a la cara de Angélica. A Carmen aún le quedaban hojas en la mano.- Y lo mismo digo para ustedes –y repartió las hojas restantes a su grupito.
Ahora sí que hubiese dado cualquier cosa por retratar aquella estampa. Algunas parecían incluso al borde de las lágrimas, pero esta vez no era por las risas.
-Y por último –dijo mientras volvía a su escritorio en un tono un poco más elevado que antes, haciendo saltar a media clase del susto, –Angélica, quiero que me traigas trescientas bolitas de estas que me acabas de lanzar.
Tráelas en una bolsa de plástico, no quiero tocar tus babas. Las quiero todas, las trescientas, porque te aseguro que las contaré aunque me tenga que poner guantes. Si no las traes, no hará falta que vuelvas a aparecer por
clase, porque tu registro escolar estará suspendido. A ver si así se te
pasan las ganas de mascar papel. No podía estar más contenta. Tenía
muchas ganas de contárselo a Milo -
"Te vas a reír cuando te cuente lo que ha pasado hoy en clase de matemáticas" –le escribí durante la hora del recreo escondida en los lavabos. Me contestó enseguida.
-"¿Ahora me vas a dejar con la intriga? Estoy en mi despacho. ¡Ven y cuéntamelo! Puerta 112 en la segunda planta."
No sabía qué contestar. ¿Yo en su despacho? Ya me estaba poniendo nerviosa sólo de pensarlo. ¿Y si nos veía alguien? Aunque seguro que había
más alumnos que iban a su despacho. Que yo fuese a su despacho tampoco
podía parecer tan raro, y además tenía muchas ganas de verlo y de contarle
todo lo que había pasado.
-"Vale. Ahora voy" –le contesté nerviosa.
El nerviosismo iba aumentando a medida que me iba acercando a la puerta 112. Esos nervios eran cada vez más habituales, pero no por ello más fáciles
de llevar. Cuando pensaba en él, en sus palabras y en su beso, un calambre me recorría todo el cuerpo, empezando siempre por el estómago. Cuando llegué, llamé a la puerta y esperé unos segundos hasta que su voz me dijo que entrase. Su despacho era muy luminoso y estaba muy ordenado. Olía muy bien, seguramente por el té que tenía humeando en la mesa. Él estaba sentado escribiendo algo en el teclado del ordenador.
-¡Hola! –me dijo con una gran sonrisa. Se levantó enseguida y se dirigió a mí. Pareció que quería darme un abrazo, pero en el último momento se paró y cogió una silla que había al lado de la puerta, intentando disimular.
-¡Hola!.
-Ponte cómoda –me pidió amablemente poniendo su silla al lado de su mesa. - ¿Te apetece una taza de té?
-Vale, gracias.
-Bueno, cuéntame, me tienes intrigado- me dijo expectante mientras cogía una taza y me servía el té. Le conté lo que había ocurrido.
-Carmen es la mejor –dijo entre carcajadas.
-Sí. La verdad es que cuando la ves no parece que pueda dar tanto miedo.- y le conté todo lo qué pasó con Angélica y sus amigas
-Se lo tiene bien merecido. Se va a pasar toda la noche mascando papel –dijo volviendo a reír. –Con un poco de suerte hará más bolitas en mi clase
y así le puedo mandar otras trescientas bolas más. Me reí. Imaginarme a Angélica pasándolo mal me hacía sentir mejor, aunque sabía que en el fondo no estaba bien pensar ese tipo de cosas. Milo se quedó un momento mirándome, reponiéndose de la risa.
-Oye, una cosa que no te dije, espero que tus padres no se enfadasen cuando te quedaste por la noche en mi casa. Me puse nerviosa, pero intenté
disimularlo lo mejor posible.
-No te preocupes. Aún están fuera –mentí.
-¿Y cuando vuelven? Pensar que estás sola en esa casa tan grande y tan alejada me pone un poco nervioso –dijo con dulzura.
-El sábado, creo –inventé sobre la marcha –Pero no te preocupes, Ya estoy acostumbrada.
-Bueno, ahora ya sabes que cualquier cosa me puedes contactar. Me acordé del regalo. Aún no le había dado las gracias personalmente.
-Es verdad... perdona... soy una mal educada. Ni siquiera te he dado las gracias al entrar – me disculpé avergonzada.
-No te preocupes –sonrió amablemente.
-Es un regalo demasiado caro. Me siento mal porque te hayas gastado tanto dinero en mí. La sirena sonó anunciando el final del recreo.
-No pienses más en eso. Me hace feliz poder hablar contigo, y así sé que si te pasa algo tienes algo para poder comunicarte.
Me levanté para ir a la puerta. Milo se levantó para acompañarme.
Fui a abrir la puerta, pero justo en aquél momento Milo se avanzó un poco y me dio un beso en la mejilla mientras ponía su mano en el otro lado de mi cara, como si me aguantase la cabeza. Me puse colorada al instante y se me volvió a cortar la respiración. El contacto de su mano con mi piel me supo a terciopelo y sus labios suaves en mi mejilla me sacudieron el cuerpo como si le hubiese dado una leve descarga eléctrica. Le miré un poco tímida y sonreí. Milo también sonrió.
-Te veo de aquí una hora – me dijo con dulzura.
-Vale.
Tenía que dejar de mentirle y tenía que encontrar la manera de decirle la
verdad. Esos fueron mis únicos pensamientos durante la siguiente hora, y los que me habían atormentado unos días atrás. Estaba asustada de qué pensaría cuando supiese que le había mentido, pero no podía seguir adelante sin decirle la verdad, pero, ¿y si después de eso no querría verme nunca más? Sabía que no podía seguir mintiendo, pero me daba miedo perderlo. Esos últimos días habían sido increíbles para mí. Había sentido cosas que jamás había sentido antes, y cada vez me sentía más enamorada de él.
-____, te toca –me sobresaltó Milo mientras estaba sumida en mis pensamientos.
Milo había decidido que fuéramos saliendo de uno en uno delante de toda la clase a leer la redacción. Después nos hacía preguntas sobre por qué habíamos escogido la obra y qué entendíamos de ella. Marcos, uno de los chicos más tímidos de la clase, volvía a su pupitre al haber acabado su presentación. Estaba pálido y sudoroso, y parecía que en cualquier momento fuese a vomitar. Alguna vez había intentado hablar con él, en cursos anteriores, pero era tan tímido que no conseguía apenas contestarme.
Me levanté y fui hacia la pizarra. Milo me sonrió discretamente. Respiré hondo. La verdad es que a mí tampoco me hacía mucha gracia hablar en
público, sobre todo cuando Angélica y su clan me miraban fijamente para hacer que estuviese todavía más incómoda.
-La pintura que he escogido es Ophelia, de John Everett Millais.
Milo me miró interesado. Escribió en un ordenador que había en su mesa
buscando la obra como hacía con los demás. Una vez la encontró, la proyectó justo a mi lado para que todo el mundo pudiese verla.
-Muy bien. Ya puedes empezar a leer tu redacción.
Cuando empecé, todos se quedaron raramente callados. Incluso hubiese
podido decir que estaban interesados. Cuando acabé, todos me estaban
mirando, como si quisieran que continuase.
-¡Muy buena redacción,___!–dijo Milo entusiasmado.
Notaba cómo mis mejillas se ponían coloradas. Milo me miraba, como si
quisiera decir más cosas pero se estuviese conteniendo.
-¿Por qué es tu obra preferida? -preguntó cómo había hecho con los demás.
-La historia que representa para mí es muy bonita. Es una pintura basada en un personaje de Hamlet de Shakespeare, y éste es el momento justo antes de morir ahogada después de caer al río. La historia cuenta que su vestido la mantiene a flote durante un tiempo, y ella, sin darse cuenta de cuál
será su destino, canta canciones mientras es arrastrada lentamente hacia su muerte. Esta pintura me gusta porque de alguna manera demuestra como algo tan bonito, como es la pintura, esconde un mensaje tan triste. Aun así, me parece que es una de las muertes más bonitas en la literatura y que
la pintura no hace más que añadir belleza a ese momento. Milo volvió a mirarme asombrado.
Yo seguía sintiendo mis mejillas al rojo vivo. La clase seguía en silencio
escuchando cada palabra que decía.
-¿Y puedes ver algún simbolismo en la obra?
-Sí. Los colores juegan un papel importante en el simbolismo. Por ejemplo, la amapola que flota en el agua significa sueño y muerte, lo cual tiene que ver con la historia – expliqué señalando la flor. -
También hay gente que dice que la posición en la que se encuentra Ophelia
tiene connotaciones religiosas. Milo anotó en un cuaderno que tenía. Me miró y sonrió.
-Muy bien, ya puedes sentarte.
La tensión disminuyó, la clase volvió a tener los habituales murmullos y pude al fin relajarme un poco sentada de nuevo en mi pupitre. Los demás
fueron pasando uno tras otro hasta que todos leyeron su redacción.
-Para la próxima clase no voy a poner deberes. Los que no hayan presentado esta redacción espero que sepan que si no la entregan para la próxima clase les quedará un cero en la calificación que hará promedio con los otros trabajos y el examen final. De todos modos, aunque lo traigan para la próxima clase, sólo podré contarles sobre 5, ya que no sería justo que les puntuara sobre 10 como a los demás que lo han entregado a tiempo.
Angélica no parecía muy preocupada. Tres personas no habían entregado el trabajo y ella era una de ellas, lo cual no era de extrañar. Sonó la sirena.-
- Muchas gracias por sus trabajos. Veo que hay mucho nivel. La semana que viene les entregaré las notas.
Todo el mundo empezó a salir lo más rápido posible. Era la última hora del día. Mientras recogía mis cosas, Milo se acercó a mi pupitre.
- ___, ¿puedes quedarte un segundo? Quiero hacerte algunas preguntas sobre la redacción.
Justo en aquel momento Angélica pasaba por mi lado y clavó su mirada en
mí y luego en Milo. ¿Estaría pensando que tal vez había algo entre nosotros?
¿Qué pasaría si alguien se enterase de que estaba enamorada de Milo y que
Milo también sentía algo por mí? ¿Pero cómo iba a saber nada si simplemente estábamos hablando? Su mirada me puso nerviosa, y yo tal vez me estaba empezando a volver un poco paranoica.
-Vale –le contesté.
Cuando todos estuvieron fuera, me acerqué a su pupitre.
-____, tu redacción está genial. Ya me habían dicho que eras muy buena alumna, pero lo que has leído es brillante. Tal vez es porque he pasado tres
horas trabajando en ello, pensé.
-Gracias –le contesté humildemente.
-¿Quieres que te acerque a tu casa? –cambió de tema rápidamente.
-No te preocupes, gracias, tengo que hacer algunas compras por el camino. Parecía un poco triste. sonrió pero algo en su mirada mostraba que se había dado cuenta de que algo no iba bien.
-¿Estás bien? –me preguntó un poco preocupado.
- Sí –mentí, intentando parecer un poco más animada.
No volvió a insistir, pero no parecía convencido.
-Vas con cuidado, ¿vale? Cualquier cosa ya sabes que puedes llamarme en cualquier momento.
-Vale, gracias.
Y entonces nos quedamos un momento parados, otra vez con esa
sensación incómoda en la que Milo no sabía bien que hacer, y yo, con mis
dudas y preocupaciones, no le daba pie a que hiciese nada. Fui hacia la puerta y Milo se quedó mirándome sin saber qué hacer. Quería abrazarle con todas mis fuerzas y sentir esa protección que sus brazos me daban. Cogí el pomo de la puerta y me paré un segundo. De repente, como si me hubiese dado una descarga eléctrica, me giré, caminé hacia él y le di un abrazo. Ese arrebato, nos pilló de sorpresa tanto a él como a mí. Me abracé fuerte y él me envolvió en sus brazos y nos quedamos así unos segundos, solos en la clase. Tenía ganas de llorar. Cuando parecía que Milo iba a decir algo, me separé y me fui. Justo antes de salir pude ver de reojo como Milo se había quedado allí plantado sin saber qué hacer, con una expresiónde tristeza y de preocupación que no le había visto nunca antes. Sólo esperaba que no hubiese visto la lágrima que me caía por la cara justo antes de salir.
La tarde pasó lentamente. No me sentía bien. Había estado mintiendo a
Milo y estaba segura que no me lo perdonaría. Milo era la persona más
importante para mí y no podía seguir mintiéndole, así que tarde o temprano
tendría que decirle la verdad y arriesgarme a perderle.
Me pasé las horas esperando un mensaje suyo. Miraba el teléfono a cada
momento, pero nada. Estaba empezando a pensar que le había pasado algo, o que tal vez se había dado cuenta de la realidad de la situación. Se me hundía un puño helado en el pecho cada vez que pensaba en él.
Escribí y dibujé toda la tarde hasta que cayó el sol en el horizonte. Era lo
único que me tranquilizaba en aquél momento. Seguía a mis personajes en
sus aventuras y de alguna manera sus mundos se convertían en el mío, donde cualquier cosa era posible.
De repente el teléfono sonó e hizo que me sobresaltase. No tardé ni un segundo en coger el teléfono deseando que fuera Milo.....

Enamorada de mi Profesor (Milo y tu) adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora