Capítulo 2: Flores con café

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Luisita llegaba tarde a la radio...otra vez. Esa noche apenas había dormido y no estaba del mejor humor del mundo, pero el trabajo no entiende de mal humor, si fuese así, nadie trabajaría jamás. Definitivamente, necesitaba pararse, más que nunca, a por un café, antes de entrar a la emisora.

Luisa Gómez Sanabria era locutora de radio, tenía un programa propio donde podía dar rienda suelta a su mayor pasión, después de escribir, la música. Su programa consistía en poner canciones, a veces por petición de los oyentes, a veces por decisión personal. La única condición era que las canciones fueran buenas, y con buenas quería decir "Nada de reggeaton ni chunda-chunda". Era su programa y esas eran sus normas. Intercalaba la música con las llamadas de los oyentes, los cuales, a veces, hablaban con ella sobre sus inquietudes del día a día, y a los que ella intentaba contestar lo mejor posible y convertir días malos en días un poco menos malos. Le encantaba su trabajo. Detrás de ese micrófono y con esos enormes cascos puestos se sentía feliz, viva.

De camino a la radio se paró en su cafetería de siempre, hoy un poco más tarde de lo normal, lo sabía y debía darse prisa. Entró por la puerta y miró a Javier, el camarero. Este le devolvió la mirada, le sonrió y le preguntó antes de que Luisita llegase casi ni a entrar:

- ¿Lo de siempre?

- Sí, por favor, Javi, pero pónmelo cargadito hoy que he pasado una noche infernal y como llegue así al trabajo no va a querer hablar conmigo nadie – bromeó la rubia.

- ¡Marchando! – dijo el camarero antes de soltar una risotada.

Luisita se dirigía a la barra, rebuscando en su enorme bolso la cartera para poder pagar, cuando sintió que chocaba con algo, o más bien, con alguien. Sintió un líquido caliente caer por su escote e, instintivamente, dio un paso atrás mirándose el vestido de flores que llevaba. Flores con café. Una enorme mancha marrón apareció y Luisita estaba a punto de cometer un asesinato.

- ¡Dios mío! ¡Lo siento muchísimo! Perdóneme, por favor, no sé dónde tengo la cabeza.

Y aquella desconocida a la que aún no quería mirar, porque sabía que acabaría en la cárcel, empezó a coger servilletas que descansaban en una de las mesas y a intentar limpiar aquel estropicio.

- Ya está, tranquila, no pasa nada – decía la rubia con voz de pocos amigos.

- De verdad que lo siento. No la ví y ahora le he estropeado este vestido tan bonito – decía aquella mujer preocupadísima en limpiar aquello.

- Tu café – dijo el camarero - ¡Ala! ¡Cómo te has puesto! ¿Quieres el quitamanchas?

- Quiero un vestido nuevo – dijo Luisita mirando a Javier, riendo, al fin, y, a la vez, tomando el vaso de café en sus manos.

- ¡Tengo uno! – dijo la desconocida.

- ¿Cómo dice? – y Luisita la miró por primera vez. "¡No puede ser!" pensó

- Que tengo un vestido. Acabo de comprarlo aquí al lado – afirmó rebuscando en una gran bolsa de papel que llevaba en la mano - ¡Aquí está! – lo sacó de la bolsa y se lo ofreció a Luisita con una gran sonrisa. "Siempre aquella sonrisa".

Y, por fin, se miraron aquellas dos mujeres. Luisita no daba crédito a lo que veía "¿De verdad es ella?"

- Gracias, pero no puedo aceptarlo. El vestido es suyo – dijo suavemente – Me tengo que ir, que llego tarde al trabajo – habló nerviosa – Gracias por ofrecerme el vestido, de verdad – y comenzó a caminar marcha atrás hacia la puerta con su café en la mano y el de aquella mujer puesto en su vestido – Gracias, Javi. Hasta mañana – se despidió del camarero y salió a toda prisa del local.

La otra mujer se quedó petrificada en el lugar, con un vestido en la mano y una sonrisa se instaló en sus labios.

- No me lo puedo creer...- susurró para sí sonriendo.

Guardó el vestido en la bolsa y se dirigió hacia la barra. Ese tal Javier y ella, debían tener una conversación.

****

Luisita llegó a la emisora nerviosa y manchada de café. Aún no podía creer que, con lo grande que es Madrid y la de gente que vive allí, ella se haya tenido que chocar en su cafetería de siempre con Amelia Guti...Ledesma, tenía que empezar a acostumbrarse a llamarla Amelia Ledesma.

Cuando llegó a su puesto de trabajo, su compañera Marina, la miró con ojos de sorpresa y soltó una risilla.

- Luisi, sabes que existen las lavadoras, ¿verdad? – se burló su compañera de trabajo.

- Ja, ja...eres muy graciosa, fíjate. Deberían despedirme y darte mi espacio a ti para que hagas "El club de la comedia" versión radiofónica – contestó Luisita.

- Deberían... tendría mucho éxito, si no fuera porque no me pongo yo a hablar en público ni loca – se reía.

- Anda, búscame algo que ponerme, por favor – dijo Luisita riendo mientras dejaba sus cosas en el perchero que había junto a la puerta.

- Claro ¿me cuentas qué ha pasado? – preguntó Marina, buscando en un armario que tenía en la sala de sonido donde ella trabajaba.

- Choque frontal con la mujer más guapa del mundo y su taza de litro y medio de café – Marina le pasó dos prendas que encontró - Las víctimas ascienden a dos: una es mi vestidito de flores, como puedes ver – decía mientras se dirigía al pequeño aseo, que tenían dentro de su estudio, con una camiseta enorme de promoción de la emisora, en una mano, y, en la otra, unos pantalones de chándal grises de hombre, que no sabía de quién eran, pero tampoco quería saberlo. Parecían limpios y eso era lo que importaba ahora.

- ¿Y la segunda víctima? – dijo un poco más alto Marina, para que Luisi la pudiese escuchar desde el aseo.

- La segunda ha sido mi corazón, al que le ha dado un parraque al ver quién me había tirado el café encima – dijo mientras salía de aquel baño con la nueva indumentaria puesta - ¿Qué? ¿Sexy? – preguntó la rubia posando en el marco de la puerta como si fuera una modelo de Victoria Secret.

Marina se echó a reír a carcajadas.

- Yo no sé con quién te habrás chocado, pero si te ve así, cae rendida a tus pies seguro.

- Obviamente, no hay más que verme, que parezco un señor de barriga cervecera un domingo por la tarde viendo el fútbol tirado en el sofá de su casa. Eso conquista a cualquiera y más a ella...- decía riéndose.

- Pero, ¿con quién te has encontrado? – preguntó Marina intrigada.

- Con Amelia Ledesma – afirmó Luisita.

- ¿La actriz? – dijo sorprendida.

- La misma...- y agachó la mirada. No le apetecía contarle ahora toda la historia, lo dejaría ahí y, algún día, fuera del trabajo, quizás lo haría – Bueno, pongámonos a trabajar que, por mi culpa, vamos tarde.

- Sí...vamos...Amelia Ledesma.... ¡qué suerte! – dijo Marina pensando en voz alta.

- Sí, mucha suerte – susurró Luisita con una sonrisa suave.

Después de tanto tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora