Capítulo 21: Amelia.

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Amelia llegó a Buenos Aires con los ojos hinchados de todo lo que lloró durante el vuelo. Un chofer la esperaba en el aeropuerto con un cartel que anunciaba su nombre.

- ¿Está bien, señorita? – preguntó aquel caballero cuando se montó en su coche.

- Sí, sí – decía limpiándose las lágrimas – Solo es que estoy un poco asustada.

- Buenos Aires la tratará bien, lo presiento – dijo aquel desconocido intentando animarla.

El chofer la llevó hasta un apartamento en el centro de la ciudad. Era amplio y bastante bonito, pero a Amelia le pareció vacío. Allí estaba, en medio del salón decorado con sumo gusto, en la ciudad que le daría la oportunidad de crecer como actriz, con un futuro brillante delante de sus ojos, pero sola. Ella siempre había compartido sus espacios, primero con sus padres, luego con Nacho y luego con ella y, ahora, estaría allí sin la gente que más quería en el mundo.

Comenzó a caminar por el lugar, revisando cada rincón. Sus pasos retumbaban en el aire, remarcando con su eco lo vacío de personas que estaba. Era curioso como ese eco de casa nueva se evapora de todos los hogares con el paso del tiempo. Amelia suponía que era porque se llenaban de vivencias y recuerdos y, éstos, amortiguaban el sonido.

Encontró la que, a partir de aquel momento, sería su habitación y dejó las maletas dentro. Se sentó en la cama, miró a su alrededor y suspiró antes de tumbarse. Giró su cuerpo hacia el lado izquierdo por inercia, ese era su lado de la cama, acarició el colchón con la palma de la mano, como si así fuera a encontrarla allí y se echó a llorar de nuevo. Se quedó dormida de puro cansancio y llanto. Mañana sería otro día.

Las primeras semanas de la morena en la ciudad argentina estuvieron dedicadas a adaptarse y a conocer a la gente con la que trabajaría en los siguientes meses. El proyecto le encantaba y su personaje le parecía un sueño. Una mujer poderosa, de éxito y del colectivo. Era un dulce que debía aprovechar, con la responsabilidad de dar una buena representación. Personas de todo el mundo la podrían ver y eso daba vértigo, pero estaba deseando empezar.

Su rutina diaria consistía en ir a trabajar, llegar a casa, comer algo rápido y escuchar el programa de Luisita hasta quedarse dormida. Le ayudaba a conciliar el sueño tenerla en su oído. Su voz siempre le había dado calma y ahora la necesitaba.

Le escribió varios whatsapps para contarle cómo iban las cosas e, incluso, la llamó y lloraron juntas, pero Luisita no parecía muy receptiva y oírla, leerla y sentirla tan distante le estaba arrancando el poco corazón que le quedaba. Amelia le escribió tres mensajes que no recibieron respuesta, cada día entraba en la aplicación, miraba su foto de perfil y la veía en línea, pero nunca le contestaba. Había pillado la indirecta. No quería molestarla más, así que decidió que no volvería a escribir ni llamar. Luisita debía seguir con su vida en Madrid y, quizás, ella no se lo estaba permitiendo.

Las grabaciones seguían su curso, apenas le quedaba tiempo para nada que no fuera el trabajo y en aquellos momentos, necesitaba eso. Necesitaba el estrés y mantener su cabeza ocupada todo el tiempo que fuera posible. Pero las noches las tenía reservadas para ella. Para escucharla. Para las dos.

El programa de Luisita estaba llegando a su fin y, en breve, empezaría el nuevo: "Despierta con Luisa Gómez". La rubia había pedido a sus oyentes, que les mandasen mensajes para el último programa, para el día de la despedida. Amelia se sentó frente a su portátil un millón de veces, no sabía si sería correcto invadir su espacio con un mensaje para aquel último programa. Quizás a la rubia no le sentaría bien si ella aparecía de la nada "¿Y si es anónimo?" pensó. Se volvió a sentar frente a su ordenador, se creó una cuenta de correo con el primer usuario que se le pasó por la cabeza, así no podría relacionarlo con ella, y se puso a escribir.

Después de tanto tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora