Luisita y María estaban preparando un tiramisú tamaño XXL para toda la familia en la cocina de su piso. Era domingo y hoy tocaba ir a casa de los Gómez a tener su comida familiar semanal. María no paraba de bostezar. Había dormido poco esa noche. El King's había cerrado algo más tarde de lo normal y cuando terminó de cuadrar la caja era casi de día.
- Uf...no puedo con mi alma, Luisi – decía frotándose los ojos.
- Te dije que te quedases un poco más en la cama que yo me encargaba de hacer el postre de hoy – contestó su hermana con gesto de preocupación, mientras ponía un poco de café en un plato.
- Si es que no he podido quedarme más tiempo en la cama. Estoy agotada, pero también estoy de los nervios – le confesaba María abriendo el paquete de bizcochitos.
- Ya... pero es que esto tenía que llegar tarde o temprano – le decía Luisita intentando calmarla – Y, la verdad, mejor que sea temprano.
- Si yo lo sé, Luisi, pero es que me estoy viendo venir a papá – decía María mientras removía la mezcla del mascarpone.
- No te preocupes por él, es bruto como un olivo, pero tiene muy buen corazón y si te ve feliz, pues él también lo será – le aseguraba mientras mojaba los bizcochitos en el café.
- ¡Dios te oiga, Luisi! – le decía mientras empezaban a montar el dulce. – Y ya te podías aplicar el cuento, hermanita.
Luisita decidió ignorar aquel último comentario. Habían pasado dos meses desde aquella primera cita con Amelia. La vida para Luisi se había vuelto especial de repente. Estaba calmada, feliz y le dolía la cara de tanto sonreír. Sus padres habían preguntado, en anteriores reuniones familiares, que a qué venía tan buen humor y Luisita siempre se quejaba, porque le parecía que le estaban diciendo que, de normal, ella era una especie de orco con mal café. Pero no podía culparles, porque sí que era cierto que estaba de buen humor siempre y eso en ella era raro.
Amelia y ella habían empezado una relación y todo iba mejor de lo que Luisi jamás imaginó. Aquella mujer era atenta, detallista y le hacía los días bonitos, aún sin verla. La morena trabajaba muchas horas, aquella serie diaria no le dejaba tiempo para nada más durante los días laborables, pero los fines de semana eran suyos, de las dos.
A veces quedaban en casa de Luisi, a veces en casa de Amelia, pero procuraban estar juntas siempre que podían. Pasaban horas haciendo el amor y, el tiempo que les sobraba, lo usaban para salir, ir a cenar, a bailar, pasear... vivir.
A pesar de eso, Luisita tenía miedo. Cuando uno es tan feliz y todo le va tan bien, siempre aparece ese demonio minúsculo y malintencionado que te susurra en el oído izquierdo que no mereces todo eso y que se acabará. La rubia había conseguido callarlo muchas veces, pero se quedaba ahí, mirándola para que no estuviera tranquila del todo.
Quizás por eso no era capaz de decirle a Amelia aquello que se le estaba atragantando en la garganta, aquello que había tenido que obligarse a no decir cuando la miraba como solo Amelia podía hacerlo.
María y ella habían conseguido salir de casa a una hora decente, tiramisú en mano, para llegar a casa de sus padres a comer. Estaban tensas, pero, al menos, se tenían la una a la otra para superar ese día.
Cuando llegaron a la puerta de los Gómez, golpearon dos veces la madera y esperaron.
- ¿Lista? – preguntó Luisita.
- No – dijo María.
- Fenomenal. Vamos. – dijo la menor y se quedaron mirándose la una a la otra con expresión de pánico.
La puerta se abrió y Pelayo apareció del otro lado.
- Hola, abuelo – dijeron las dos a la vez y se abalanzaron juntas a abrazarle.
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Después de tanto tiempo
De TodoLuisa Gómez se entera de que su compañera de instituto y primer amor, Amelia Ledesma, va a empezar a trabajar en una longeva serie de televisión. #Luimelia *Esta historia está inscrita en el Registro de la propiedad intelectual*