Capítulo 30: ¿Recuerdas?

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- Amelia... - susurró Luisita en mitad de la noche. – Amelia... – repitió un poco más alto, acariciando a la morena en un brazo. – ¡Amelia! – finalmente gritó zarandeándola.

- ¿Qué, qué, qué? – contestó la actriz desorientada, incorporándose torpemente en la cama y buscando por todas partes, aún con los ojos medio cerrados, quién estaba atacando a su chica para que gritase de esa manera a esas horas de la madrugada.

- ¡Ya está! – dijo la rubia nerviosa sentada en el colchón.

- Ya está... ¿qué? – preguntó Amelia con el corazón en la boca aún por el susto que se había llevado.

- ¡Qué vienen! – gritó Luisita.

- ¿Quiénes? – inquirió totalmente desorientada.

- ¡El Orfeón Donostiarra, cariño! – espetó y esperó unos segundos a ver si la morena se daba por enterada. La cara de confusión de Amelia le decía que no era así - ¿Quiénes van a ser, Amelia? ¡Tus hijas! ¡Qué ya vienen! – gritó con nerviosismo.

- ¿Qué dices? – y por fin se le abrieron los ojos a Amelia - ¡Ay madre, ay madre, ay madre! – encendió la luz de la habitación.

Luisita estaba sentada en la cama sujetando con la mano derecha su enorme barriga y con la otra apoyada en el colchón. Tenía un inconfundible gesto de dolor e intentaba respirar profundamente, como les habían explicado en las clases preparto a las que llevaban semanas acudiendo. Amelia se quedó petrificada mirándola.

- Vamos, Amelia. Ayúdame a levantarme que tenemos que ir al hospital. – ordenó la rubia, pero la morena no se movió y la miraba con los ojos más abiertos que Luisita había visto jamás. Respiró hondo y echó todo el aire. – Cariño, vamos. Sé que estás nerviosa, yo también lo estoy, pero esto ya lo hemos ensayado mil veces. Llama a un taxi, ayúdame a cambiarme, cogemos las cosas y bajamos a esperar ¿recuerdas?

- Sí, sí, sí – dijo la morena, saliendo del trance – Vamos, mi amor. – dijo ayudándola a salir de la cama.

Cuando Luisita consiguió levantarse de la cama, Amelia le acarició la mejilla con los ojos brillantes y llenos de ilusión y la rubia la miró.

- Cariño mío... - le dijo la morena en la caricia – Vamos a ser madres... – y la sonrisa le llenó el rostro.

- Sí, mi amor – contestó la rubia sonriendo con gesto aún dolorido – Y espero que quieran salir pronto, porque esto duele un montón. - se separó el cuello de la camiseta del pijama con dos dedos y se miró la barriga desde ese punto – Por favor, chiquititas mías, no le hagáis mucho daño a mamá hoy. Si no lo hacéis os compro un pony. – dijo dirigiéndose directamente al abultado vientre.

- Eso, mis niñas. – dijo Amelia poniéndose de rodillas delante de la tripa de Luisita mientras la acariciaba con las dos manos – Hacedle caso a mamá. – y dejó un beso en la zona.

Amelia ayudó a cambiarse de ropa a Luisita, bajaron y el taxi, al que la morena había llamado minutos antes, ya estaba en la puerta esperando.

- ¿Lista? – preguntó la morena.

- Para nada – contestó la locutora.

- Estupendo. Vamos. – y le abrió la puerta del vehículo en el que Luisita se subió con mucha dificultad.

Luisita se retorcía de dolor a cada pocos minutos en el asiento trasero de aquel coche mientras Amelia le acariciaba el brazo y la acompañaba en las respiraciones.

- Cuéntame algo, Amelia – dijo la rubia con gesto de sufrimiento. – Cuéntame algo y así no pienso en lo que duele esto.

- Cariño, la que sabe contar historias eres tú – contestó con suavidad la morena.

Después de tanto tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora