36| Eres mi paz.

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Greyson.

Las chicas y yo estamos en mi casa, específicamente en mi sala con un enorme cartel frente a nosotras mientras buscamos maneras de cómo sobrellevar la cena de mañana en casa de Cotton, si se preguntan para que es el cartel bueno, en el estamos escribiendo las diferentes formas en las que su tóxica hermana puede asesinarme y si, tengo miedo de lo que pueda hacerme esa perra psicótica.

Por un lado se que debo decirle a mi novio mejor dicho a Cotton que su hermana me odia y que posiblemente trate de asesinarme los días que esté presente en la ciudad ya que por lo qué se la desgraciada está aquí, el falto a clases hoy por ir a recogerla al aeropuerto, ¿Pueden creerlo? Me abandonó hoy por ir a buscar a la persona que posiblemente quiera matarme.

El timbre suena sacándome de mi trance, las chicas nos miramos a la otra unos segundos, ninguna anda esperando a otra persona o mucho menos pedimos algo de comer así que si, me aterra que Mabel esté en mi puerta, la verdad me estoy preparando para lo peor.

Lo peor es que sea Mabel Hayes.

Owen se acerca a la a puerta, me levanto con rapidez del suelo tratando de alcanzarlo antes de que la abra, al llegar a la entrada del pasillo veo a Owen tomar el manubrio y darle la vuelta abriéndola por fin, suelto un grito de miedo y cierro mis ojos.

—¿A ti que te sucede?—Abro un ojo tratando de regular mi respiración, frunzo el ceño al ver a Bruno de pie en la entrada de la puerta con un lindo ramo de rosas.—¿Greyson?

¡Bruno está de pie en la entrada de mi casa con un lindo ramo de rosas! ¿Qué? O sea, ¿A que se debe tanto maldito romanticismo? Me quedo de pie totalmente pasmada tratando de comprender que hace aquí si ayer le dejé en claro que hablaríamos el martes próximo cuando ya tuviese la situación totalmente controlada, ahora mismo no tengo nada controlado.

—¿Qué haces aquí?—Es lo único que me sale preguntarle, el sonríe sin mostrar los dientes y me extiende el ramo de rosas.

—Que tierno, amor a lo Romeo y Julieta.—Responde Owen con algo de sarcasmo.

—Romeo nunca le regaló flores a Julieta.—Le digo con cara de pocos amigos, con pasos lentos me acerco a ellos y tomo el ramo entre mis brazos abrazándolo.—Gracias, están hermosas.

—Nada que agradecer.—Me da una corta sonrisa.—¿Hablamos en privado?—Asiento, tomó su mano y caminamos en dirección a la cocina.

Puedo sentir como los ojos de Owen y las chicas están sobre mi.

—¿Qué sucede?—Le preguntó, dejó las flores sobre la meseta y me acercó al grifo para llenar de agua alguno de los jarrones actualmente desocupados, siento una mano tomarme del brazo, girar mi cuerpo con rapidez y en cuestión de segundos Bruno y yo ya nos estamos besando, lleva ambas manos a mi cuello y sus pulgares a mis mejillas, rodeó su cuello con mis brazos acercándolo más a mi, me separo de él algo confundida.—¿Por qué el beso? ¿Por qué las flores?

—Me dijiste que hablaríamos el martes pero sería una semana sin verte, sin probar tus labios, sin tocarte.—Con sus pulgares acaricia mis mejillas.—Así que desobedecí tu orden, te compré flores y vine a darte un beso.—Sonrió sin mostrar los dientes.

—No debiste hacer eso.

—No, pero quise.—Se encoge de hombros, vuelve a besarme nuevamente esta vez más duro, más profundo.—Por favor.—Me ruega en un gemido.

—¿Por favor qué?—Le preguntó en un susurro, sus ojos conectan con los míos unos segundos.

—Déjame hacerte mía, aquí, ahora y en este preciso instante.—Sus manos de dirigen a mis caderas dándome un fuerte apretón haciendo que suelte un pequeño gemido.

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