Capítulo 32

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LUKE

Por el momento, estamos teniendo un día increíble, hemos visitado museos, parques y acuarios y, por la sonrisa que Kris es incapaz de borrar, sé que está valiendo la pena. Ahora el sol ha comenzado a esconderse y estamos llegando a nuestro último destino.

—Llegó la mejor y última parte de la excursión.— Digo mirándola mientras apago el motor.

—¿Se pone mejor?— Suelta una risa.

—Oh, sí, se pone mejor.

Apenas nos bajamos del auto, risas de niños y gritos de gente llenan nuestros oídos.

—Wow.— Susurra con los ojos como platos.

La he traído a la feria que se celebra los fines de semana en el pueblo. Las luces coloridas de los juegos hacen un contraste increíble con la oscuridad de la noche, reflejándose en los ojos de Kris.

—Es una feria, tampoco babees.— Digo empujándola juguetón con mi hombro.

—Nunca he estado en una feria antes.— Me mira.

—¿Nunca has...?— Gruño con frustración. —Mierda, Kris, nunca habías patinado, nunca habías estado en una feria, ¿qué has hecho con tu vida todos estos años?, ¿estudiar?

—Mas o menos, sí.— Se encoge de hombros.

La tomo de la mano y la arrastro dentro de la multitud que camina a un lado a otro. Jugamos a explotar globos con dardos, a lanzar agua al punto rojo, a atinar los aros en el cuello de las botellas de cristal, a meter las canicas dentro de los pequeños huecos, a pescar patos de hule y fútbol de mesa. Ahora estamos terminando de jugar boliche con pelotas y bolos de plástico.

—Te he dado una buena paliza, ¿eh?— Digo riendo mientras comenzamos a caminar de nuevo.

—Es porque tú tienes más experiencia que yo.— Dice sacándome la lengua como niña pequeña.

—¿Quieres subir?— Digo señalando la rueda de la fortuna.

—No lo sé, ¿es seguro?— Sus ojos muestran una chispa de miedo que sólo me obliga a tomarla de la mano y subir.

Nos sentamos en el asiento y bajamos la barra de seguridad, unos segundos después la rueda comienza a girar lentamente y, cuando se detiene, no quedamos en lo alto como te muestra las películas, no quedamos como yo esperaba, quedamos abajo, muy abajo, nuestros pies casi tocan el suelo.

—Pero, ¿qué mierda?— Susurro.

—¿Qué?— Me mira inocente.

—Deberíamos quedar arriba, en lo alto y ver el paisaje.

—Bueno, no siempre puedes conseguir lo que quieres.— Dice burlona.

Eso me ha sonado a reto. Me dirijo al hombre canoso que maneja la rueda y, sin que Kris escuche, le doy unos billetes a cambio de que la mueva, y así lo hace. La rueda comienza a girar de nuevo y, esta vez, quedamos justo en la cima.

—Eso ha sido trampa.— Dice riendo.

—Pero ha funcionado, ¿no?

Menea la cabeza con una sonrisa en el rostro, que desaparece cuando su mirada se dirige al paisaje y se queda paralizada al verlo. Estamos a dos pasos de poder tocar las millones de estrellas que hay en el cielo, a lo lejos se pueden ver árboles y montañas escondiéndose entre la neblina y, lo único que yo no puedo dejar de mirar, es ella.

—Esto es hermoso.— Susurra, más para sí misma que para mí.

—Sí, lo es.— Digo sin apartar mi mirada de su rostro.

Me mira y las mejillas se le ponen rojas, así que intento quitar un poco la tensión.

—¿Cuál es tu libro favorito?— Pregunto.

—Bueno, soy más de películas, no he leído tantos libros, pero definitivamente Crepúsculo de Stephenie Meyer. ¿Lo has leído?

—Nunca he leído un libro en mi vida.— Digo riendo.

—Era de imaginarse.

—Y, ¿cuál es tu parte favorita?

Me mira y una leve sonrisa se asoma por la comisura de sus labios junto con un brillo en los ojos que, estoy seguro, no es consecuencia de las luces.

—Eso es nuevo.— Dice.

—¿Qué es nuevo?

—Todos preguntan cuál es mi libro favorito, pero nadie me había preguntado mi parte favorita.

—Bueno, ¿de qué me sirve saber tu libro favorito si no se por qué te gusta?

Su mirada se desvía al paisaje de nuevo y se pierde en lo lejano.

And so the lion fell in love with the lamb.— Susurra, se queda unos segundos en silencio y luego me mira. —Es mi parte y frase favorita. Explica un amor imposible entre un depredador y una presa, me hace tener esperanzas de que el amor, sea como sea, existe. —Se encoge de hombros.

Ha hablado con tanta pasión que no quiero arruinar el momento, sólo me quedo en silencio, mirándola.

—Crees que es estúpido.— Ríe con nerviosismo. —Digo, eres alguien que no cree en el amor y esa frase...

—No es estúpido.— La interrumpo. —Tal vez, esa frase, me ha hecho cambiar de parecer.

Su mirada me congela y, sin pensarlo más, la tomo de las mejillas y junto nuestros labios, besándola con calidez y sin prisa, como si el tiempo no existiera, como si sólo estuviéramos ella y yo, como si nada en el mundo pudiera apartarla de mi lado.

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