Capítulo 10

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Siento un empujón en el hombro y trastabillo hacia adelanto, alcanzo a sostenerme de la manija de la puerta, me salvé de la caída, pero no me salvo del líquido caliente que cae sobre mi hombro. Suelto una exclamación de dolor, volteo y veo que un líquido moja mi sudadera. La separo de mi piel para evitar la sensación de quemazón. Me llega un aroma frutal; creo que es té.

―¡Perdona, perdona! ―se disculpa Estela quien toma una servilleta―. Estaba viendo el video de...

Y entonces cae en la cuenta de que soy yo con quien está hablando. Aun tiene la boca entreabierta de cuando estaba hablando, pero su mirada es entre avergonzada y burlona, como buen punto para ella, no detiene la limpieza de mi sudadera.

―Brisa ―dice con los dientes apretados―. No fue mi intención tirarte el té, es que estaba viendo el video que subiste ―me lanza una mirada que no sé interpretar―. No sé qué objetivo tienes con esto, pero amaré ver como Fabrizio cae.

Yo no pensaría que va a caer, no se verá bien que haya sido partícipe de una golpiza contra un chico indefenso, pero aunque el tal Alfredo haga una denuncia, no hay pruebas. Han pasado casi dos años de eso, nada servirá como evidencia. Creo. ¿Qué es lo peor que podría pasar? ¿Qué la denuncia salga a la luz y le den más fama? Eso será mucho mejor para él.

―¿Cómo supiste lo de Los Dorados Anteles? ―veo una pizca de genuina admiración en la mirada de Estela― Eso se supo ayer en la fiesta, pero te fuiste temprano y no supiste. Te luciste, Bris.

Es la primera vez desde que la conozco, que Estela me llama Bris, siempre usó el nombre completo o simplemente se refería a mí como: "Oye, tú." Y aparte me sonríe, ¿le caigo bien porque indirectamente provoqué desgracia ajena?

Entramos juntas a la alberca, el entrenador ya está dando órdenes a diestra y siniestra, le grita a los nadadores que se metan ya y dejen de perder el tiempo mientras acomoda el cronómetro de forma que todos lo puedan ver. Entro justo a tiempo para ver a David salir en traje de baño luciendo todo su escultural cuerpo. Santa papaya, no debería ser legal que alguien tenga ese cuerpo, tengo que cerrar los ojos para borrar la imagen de mi mente y poder seguir el camino. No lo veas, Brisa, y si lo vas a ver, mínimo que no se de cuenta.

Últimamente mi suerte está pal perro, así que no me arriesgo y uso toda mi fuerza de voluntad para no echarle otra mirada. Venga, una rápida, un vistazo nada más. Nel, primero lo primero.

―¡Estela! Llegas tarde y todavía caminas como tortuga ―le grita el entrenador Nava, Estela corre hacia el vestidor―. Espero que no nades como una.

Me muerdo el labio para no aportar que una tortuga, de hecho nada rápido. El entrenador entrecierra los ojos cuando me ve, no lo he visto en un año, recuerdo que me llevaba bien con él; espero que siga siendo comprensivo conmigo. Si se ofreciera a firmarme el servicio sin quedarme a hacer alguna actividad, lo amaré por siempre.

―¿Brisa? ¡Qué milagro!

Sonrío porque no tengo idea de qué hacer o qué decir. De reojo puedo ver a David quien está al borde de la piscina y parece mirar hacia acá. Durante la fiesta de ayer nos ignoramos mutuamente, pero hoy no sé si sea tan fácil.

―Hola, entrenador, lamento importunarlo ―digo tímidamente―. Me mandaron a hacer servicio comunitario. El director cree que le seré de ayuda.

Y vaya que soy de ayuda. Me manda a acomodar las tablas, a ir por aletas y paletas para todos los deportistas, me pide que lo ayude poniendo conos alrededor de la alberca para un ejercicio de patada y vueltas. En menos de veinte minutos ya estoy sudando como si hubiese corrido un maratón, este es un lugar encerrado, el vapor del agua incrementa la temperatura. Uf, espero no verme muy acabada. Una vez que termino mis tareas y el entrenador me permite sentarme a su lado para ver a los deportistas terminar el calentamiento, me doy un respiro.

Cómo declararte a tu crush...sin morir en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora