Confesión

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A quien me enseñó que nunca debes juzgar un libro por su portada.

Algo importante al elegir pareja es la inteligencia. No digo que sea un requisito indispensable para todos, pero imagina pasar el resto de tu vida con alguien que no entiende bromas y hay que explicarle, que no puede resolver un dilema por muy sencillo que resulte o que necesite ayuda incluso para pedir una mugrosa pizza. Y no es que ayudar sea algo molesto, cuando uno lo hace se convierte en un acto de amor y empatía, pero hay límites. Pero la inteligencia no es todo y ¿de qué sirve que lo seas si por dentro estás muerto?

Todo el mundo, al verte, observa a una persona brillante, inteligente, a un maldito genio. Pero obtener buenas calificaciones no es sinónimo de inteligencia, ¿lo sabes? Empezando porque hay distintos tipos de inteligencia y hasta la fecha no sé cuál de todas es la que posees. ¿Y cómo es que eres estudiante destacado? Vale, llegaremos a eso más tarde.

Te voy a contar una historia, una de esas que a ti te gusta contar para ser el centro de atención. Mira que sé de buena fuente que algunas porristas te envidian porque no eres deportista y aun así hay quienes no dudan en voltearte a ver más de una vez cuando pasas por el pasillo. ¿Se trata de tu belleza? ¿De tu cuerpo bien proporcionado? ¿De tu carisma natural? Se trata de todas.

Antes de conocerte, de realmente conocerte; jamás me llamó la atención alguna mujer. No negaré que de vez en cuando notaba que alguna se veía bonita con tal vestido, que le quedaba bien tal maquillaje o que el peinado estaba bien hecho; pero de eso a pensar en tener algo serio con una chica había un abismo de distancia.

Y es que en el fondo sé que no eres lo que aparentas, porque toda tu gracia, tu imagen y tu cerebro obsesivo por aprender cosas de memoria sin razonar en realidad es la fachada de la pequeña chica asustada que tiene miedo de admitir que no está interesada en los chicos. Comprendo tu miedo, en este mundo racista y homofóbico, vivir es una mierda. Estamos en pleno siglo veintiuno y aunque hay mucha más libertad y los temas controversiales son cada vez más aceptados; seguimos encontrando gente retrógrada que se cree superior como para juzgar lo que los demás hacen con su vida. ¿Qué clase de mundo sería este si cada quién se centrara en su vida en lugar de hurgar en la de los demás? Una utopía de paz.

Sé que te asusta una etiqueta y no es tu culpa, es de la sociedad. Mi anhelo más grande es que llegue el día en que no cuestionen con quien salimos, con quien dormimos, si no qué logros hemos tenido y a qué estamos aspirando. Porque escucha, niña, tu círculo de amigos no te defino, los trazos en tu piel no dicen quién eres, tu pasado se queda atrás y es tu presente el que importa más. Quisiera que lo entendieras y no para que estés conmigo; al fin y al cabo caíste de mi gracia y de hecho me caes mal, pero no por eso te deseo mal. Quiero que lo entiendas por ti, por tu bien, para que dejes de odiarte por lo que eres y para que al fin encuentres la felicidad.

Te conocí un perfecto día de octubre, aquella tarde pintaba grisácea, insípida, aburrida. Recuerdo que tenía entrenamiento, pero buscaba cualquier pretexto para saltármelo. Quería convencerme de tener demasiada tarea, inventé un dolor de hombro imaginario e incluso, durante la última clase, me dije que necesitaba un simple descanso. Al final llegué a la alberca dispuesta a pasar las dos horas en el agua aunque mi flojera fuera tan grande como la torre Eiffel y mi sorpresa fue que me salvé del entrenamiento por el simple detalle minúsculo de olvidar meter mi traje de baño a la maleta.

Dicen que cuando a uno le toca, aunque se quite y cuando no, ni aunque se ponga. Y esa vez comprendí que no solo se trataba de habladurías. Pues ese día no me tocó entrenar, pero sí conocerte a ti.

Colisioné contigo accidentalmente porque estaba distraída viendo memes en Facebook, tú estabas ocupada revisando tus pruebas de matemáticas y tampoco me viste. Fue como el jodido cliché escolar en el que chico y chica chocan, a ella se le cae el cuaderno y él lo levanta; comparten una mirada y listo. El amor florece, se vuelve intenso y viven felices por siempre.

Cómo declararte a tu crush...sin morir en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora