Capítulo 18

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En algún momento, mis labios se entumen, mis párpados se tornan pesados y me río de cualquier cosa. Bailo, canto, me la paso bromeando con Lucho y algunas partes se vuelven borrosas. Una parte de mí quisiera encerrarse en el sanitario y llorar desconsoladamente por haber alejado a la primera persona que pareció corresponder mis sentimientos. Otra parte de mí (y la que ha tomado el control), prefiere enmascarar cualquier sentimiento negativo y tirarse al don de olvidar que otorga el alcohol.

Excepto que no olvido, pues, aunque estoy riendo con una chica a la que no conozco de nada y nos decimos "amiga, me caes muy bien", en mi mente hace eco el sentimiento de culpabilidad y derrota. Pronto, me doy cuenta de que he llegado a la ventana que da a la calle y no tengo idea de cómo llegué aquí, solo sé que estoy sudando y necesito respirar aire fresco. Inspiro fuertemente al tiempo que me abanico el cuello y el rostro. Tengo un vaso con una sustancia transparente, cuando lo olfateo, es inodora; cuando la pruebo me doy cuenta de que es agua natural.

Jadeo fuerte y rápidamente mientras mi vista se centra en un automóvil estacionado en la calle. Una chica le grita a un chico que está de brazos cruzados quien no parece estar contento con la situación. Mi sentido del oído no está del todo agudizado, así que no logro percibir las palabras. Por alguna desconocida razón, me dan ganas de gritarle que, si él la lastimó emocionalmente, que se aleje, que no vale la pena. Es tanto mi apuro por decirle, que tengo que alejarme de la ventana para no gritar. Doy un paso hacia atrás y una chica que pasa me quema con el cigarro.

Suelto una maldición cuando siento el dolor urente y brinco lo más lejos posible. Me pide disculpas, apenas y le entiendo, pues se le traba mucho la lengua.

―¡Brisa! ―escucho a Abel quien llega para tomarme del hombro; tiene la mirada desenfocada, también está muy ebrio―. ¿Dónde estabas? Lucho me dijo que te perdió hace rato.

―No...no sé.

―No importa es que estamos jodidos―habla torpemente, pero se nota preocupado―. Sacaremos a todos a la verga.

Me jala del brazo para guiarme entre el laberinto de gente y meterme a una habitación. Me deja encerrada con otra chica quien está acostada, boca arriba, en la cama. Me deja ahí después de gritarme que no salga hasta que él diga ¿qué pasó? Abel se notaba inquieto y logró preocuparme, pero si él dice que no abra la puerta, no la abro.

Me centro en la chica; por puro instinto, la volteo de lado porque me da la sensación de que parece muerta si está boca arriba. Al escuchar sus respiraciones profundas me siento más tranquila.

Me pego a la puerta y escucho a la potente y grave voz de Lucho gritar que todos se larguen lo más pronto posible. Escucho más voces, pero no distingo lo que dicen. Abel también ordena a la gente que se vaya, alguien grita un: "Ahora sí muy vergas, pendejo". Después escucho el sonido de cristal romperse y me asusto. Hay más voces y gritos de chicas, tengo la necesidad de abrir la puerta para cerciorarme de que Abel y Lucho están bien, pero no quisiera arriesgarme.

Después de un par de minutos todo se calma, ya no se oye alboroto y entonces Lucho abre la puerta y me da de pleno en el rostro. Santa papaya, debí quitarme de aquí. Ahora estoy golpeada y he quedado como una fisgona.

―¿Bri? ¿Qué mierda haces atrás de la puerta? ―dice exaltado―. Ya di un buen golpe.

Mi culpa, da igual. Entonces entra Abel, y mira a la chica.

―No tiene amigos aquí, nadie preguntó por ella ―se acerca a ella, pero se muestra dubitativo―. Bris, tienes que buscar su teléfono en el bolsillo, a ver si alguien trata de contactarla.

No estoy muy convencida. Tocar a alguien mientras está dormido no es de buen gusta. Pero es por una buena causa. Bueno, sí, aparte, no tengo malas intenciones. Me acerco y busco en los bolsillos de su pantalón, lo encuentro en el bolsillo trasero. No parece tener llamadas ni mensajes, así que niego con la cabeza.

Cómo declararte a tu crush...sin morir en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora