Capitulo 32

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En una mansión que solo parecía poseer oro e poder, donde yacía una mujer con un cabello del mismo color que las paredes que la rodeaban. Los ojos usualmente despiertos, explorando, vigilando todo movimiento a su alrededor. Descansaban por una impresión que su mente e corazón no podían entender. Donde el corazón solo podía registrar como cada pedazo de este caía al abismo más oscuro. En donde su mente se golpea por haber permitido que su ahora destrozado corazón se haya entregado al punto en el cual donde usualmente habita un corazón solo habita un espacio negro e sombrío.

Lucio solo puede posar sus manos en el cuerpo de Altagracia, la misma mujer que los espíritus lo habían escogido para cuidar de su alma. Esa alma que con cada minuto corría el riesgo de morir, desintegrarse en el aire de las almas perdidas. Felina sentada justo al lado de un Ángel dormido por todas las horas que pasaban e su madre aun no recobraba la conciencia. Solo puede morderse sus uñas esperando con ansias las palabras del espiritista. Observa como con cada paso la palma de su mano Altagracia respiraba más rápido, como con cada rezo desconocido para sus oídos la voz de su amiga se hacía más cercana.

Lucio continúa su trayectoria abruptamente siente una fuerte fuerza que proviene de la pelvis de la mujer rubia. Dedos remueven la fina tela que esconde la suave piel golpeada, felina solo puede posar una mano en sus labios imaginando lo peor. Lucio solo puede sonreír dejando que la palma de su mano se hunda poco a poco en la pelvis de la mujer obteniendo como respuesta un gemido que escapa de los labios carnosos color rosa coral e unos ojos verdosos que se abren abruptamente.

-Finalmente te decides a unirte al mundo de los vivientes- dice lucio sin remover la mano de su pelvis. Los ojos verdes encuentran los ojos café.

-¿dónde estoy? ¿Lucio? ¿Qué demonios haces aquí?- ella deja que su mirada explore todos los lujos a los cuales ella ya estaba acostumbrada pero que le parecían desconocidos.

-Altagracia las siete potencias e la dueña del amor te ha concedido tus peticiones- dice sonriendo lucio tomando la mano de Altagracia en la de él. –ella te ha escuchado e te ha concedido los deseos que tu corazón tanto anhelaba-

-De que demonios hablas maldito loco- Felina lo mira con cierta desconfianza, ella nunca había creído en la brujería. Ella no deseaba que lucio estuviera hay per matamoros había insistido en tenerlo junto a Altagracia.

-no lo insultes Felina, lucio es de confianza e todo lo que él dice es como si fuera ley. –Altagracia deja que su voz se derrame fuera de sus labios, felina nota una furia interminable en esos ojos verdosos. E en su voz un veneno dulce e tentador que lentamente puede asesinar a cualquiera.

-No se podrán ir del país Eunice- contesta lucio todavía sintiendo en sus manos las manos heladas de la mujer blanca elegida por los espíritus, la justicia hecha mujer.

-¿Cómo dices?- felina dice tratando de contener el enojo que sentía al escuchar esas palabras.

-en su estado no puede salir del país, además ella no puede alejarse del único lugar donde puede dar las gracias por los regalos que los espíritus le han otorgado- lucio besa la frente de Altagracia.

-¿Qué estás diciendo lucio?- los ojos de lucio se iluminan con un brillo travieso en el cual Altagracia le responde con lágrimas de tristeza.

-No- sus ojos se comienzan a humedecer con lágrimas que buscaban su libertad en las mejillas acaloradas de la mujer –No puede ser, porque así porque ahora-

-los espíritus sabes el porqué de las cosas e nosotros solo debemos tratar de escúchalos e entender sus intenciones-  lucio le contesta limpiando las lágrimas que se escaparon de sus pupilas verdosas.

Una segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora