Cuando despertó, se dio cuenta que la alarma había sonado más tarde y tuvo que correr prácticamente con su madre, su hermana y su padre al aeropuerto. Tomaron un café, pues no habían llamado a abordar aún, así que no se habían atrasado tanto.
-Hijo, me llamas todos los días ¿oíste? –Sam sonrió, su madre exageraba un poco pero le parecía agradable que su madre se preocupase tanto de él.
-Claro mamá –aseguró el muchacho.
-Ten cuidado, intenta pedir instrucciones si quieres salir Sam, existen lugares que no son demasiado buenos en Londres –dijo Mary. Sam asintió mientras comía un muffin que había comprado.
-E intenta portarte bien–dijo Stevie sacudiéndole picándole el estómago a su hermano, quien frunció el ceño. Stacy le sacó la lengua divertida.
-Pasajeros del avión A-345 destino a Londres, favor comenzar abordar el avión –Sam observó su pasaje y era efectivamente el de él. Se comenzaron a levantar para acompañarlo hasta la zona de abordaje. Su madre sonreía con cierta melancolía, su pequeño bebé emprendía un viaje solo. Se daba cuenta que pronto él se haría todo un hombre y ya no tendría que cuidar de él. Era triste pero a la vez la hacía feliz pensar cuanto había crecido. Y deseaba que su vida mejorara, porque como veía a Sam ahora, no sentía que el tuviese la suficiente fortaleza y madurez ahora para enfrentar el mundo solo. Quizás no hubiese pensado lo mismo un par de meses atrás cuando él y Quinn estaban juntos. Ella lo hacía cambiar, lo hacía ser un hombre maduro y enamorado, que amaba la vida pero era prudente. Pero sin ella, y ese abrupto término, no confiaba en que Sam pudiera enfrentarse al mundo solo. Aun así, no iba a decir nada e iba a dejar a su hijo emprender uno de sus primeros viajes solo, lo haría madurar y lo haría extrañar las cosas hermosas que tiene en su vida.
-Te quiero hermano –le dijo Stacy–cuídate ¿sí? Y bueno, sabes que las cosas mejorarán de una forma u otra –le sonrió. Sam asintió con un nudo en la garganta.
-Sam, cuídate, y recuerda todo lo que te dije –abrazó a su padre, y le sonrió, haciéndole saber que tomaría en cuenta sus sabios consejos.
-Hijito, te quiero mucho –su madre besó su mejilla –cuídate mucho, estudia, y por favor intenta volver a sonreír, pero esa sonrisa sincera que siempre adornó tu rostro. Cuando el destino nos prepara algo que realmente nos pertenece, tarde o temprano vuelve, si no, significa que jamás fue tuyo. Pero la vida es así, solo tienes que ser fuerte y saber enfrentarlo. Te quiero –se abrazaron. Sam le besó la frente a su madre, y se dispuso a abordar.
Se sentó junto a la ventanilla, y cuando el avión partió se puso sus audífonos. Sonó la canción que lograba destruirlo antes de que Quinn se enamorase de él- Need you now de Lady Antebellum llenaba sus oídos y lo hizo llorar sin tener que escuchar siquiera el coro. Siempre le hacía recordar a Quinn, bueno, realmente todo le recordaba a ella. Se preguntaba si ella pensaba en él, como él pensaba en ella. Si cruzaba su mente cada recuerdo con él, pero no tenía la respuesta. Aunque ella estuviera lejos, el se sentía mejor creyendo que ella pensaba en él, que lo extrañaba. Le gustaba convencerse pensando que la decisión de irse no tuvo nada que ver con él, pero claramente era un poco difícil convencerse de aquello.
Miró por la ventanilla las nubes que pasaban bajo ellos. Sonrió a medias, mientras una lágrima caía por su mejilla. Recordó entonces su primer beso con ella. Aquel día borrachos, era algo tan claro en su mente, pese a que su ebriedad era bastante notoria ese día, pero jamás olvidaría la primera vez que tuvo sus labios sobre los de ella. Recordó con una estúpida sonrisa cuando él por fin le dijo todo lo que sentía, y se besaron, todo parecía tan irreal. Era un sueño, y terminó como tal, rápido y sin mucha explicación. Pero el recuerdo más doloroso, era el de su primera vez con ella. Sonrió otra vez al recordar su torpeza, luego de haber tenido bastante experiencia en el tema, al tocarla. Era como si jamás hubiese tocado a una chica. Pero es que Quinn era diferente a todas las demás, era única y la gran diferencia, era que él la amaba. Ni la chica con el mejor cuerpo o la chica más linda, o la con mayor experiencia, podría compararse a lo que sintió ese día. Haberla deseado tanto tiempo, y haber estado con ella de forma tan íntima, con aquella confianza que siempre existió entre ambos, aunque sin dejar de ser un momento algo embarazoso en un principio, le hacía sonreír al recordarlo. E incluso, la piel le quemaba al pensar en aquellos toques, y en la sensación de haber tenido su cuerpo tan cerca... haberla hecho suya, no creía que podría existir una mejor sensación en el mundo. Y deseaba que ella fuese la última mujer a la que tocaba, deseaba que fuese la mujer que despertara día tras día con él. Pero no, eso ya no era posible, realmente debía dejar de hacerse ilusiones, más aún ahora que estaba en camino a Inglaterra y que probablemente jamás volvería a verla o que cuando lo hiciera, sus vidas habrían cambiado al cien por ciento.
El avión aterrizó varias horas después. Sam descendió perezosamente, había dormido casi todo el camino y realmente se sentía cansado. Tomó el papel en que estaba escrito todos los datos y se dirigió a tomar un taxi.
-Buenas tardes, necesito ir a esta dirección –dijo mostrándole el papel.
-¿Americano cierto? –preguntó el conductor, un hombrecito calvo y con bigote.
-Sí –dijo Sam con una sonrisa.
-Tu acento te delata –dijo divertido el hombre –bueno, te llevo enseguida.
El resto del viaje fue en silencio. Cuando llegaron, Sam. Que había aprendido algo de las equivalencias de las libras esterlina, pagó al taxista y bajó frente a un edificio. Entró a la recepción algo confuso aún.
-Hola buenas tardes, soy Sam Evans y tengo un departamento rentado –dijo mostrándole los papeles de la universidad.
-Un momento –dijo la mujer rubia que estaba tras el mostrador. –ah si señor Evans, está todo rentado para usted, apartamento número 18, aquí está su llave –dijo sonriendo.
-Gracias –dijo con una sonrisa. Subió su maleta, y encontró su apartamento en el tercer piso. Entró era bastante amplio. Constaba de dos habitaciones, dos baños, la cocina, el comedor y la sala de estar. Era bonito y sencillo, piso de madera, las paredes pintadas de un blanco perfectamente limpio que iluminaba el lugar. Entró y revisó algunas cosas, y luego fue y dejó su maleta en la habitación. Se lanzó sobre la impecable cama, y miró el techo. Suspiró ahora si que estaba solo. Se sentía extraño, pero a la vez podía estar tranquilo y comenzar quizás a superar todo lo que había sucedido. No notó cuando, pero se quedó profundamente dormido sobre la cama. Tenía que ir al día siguiente a anotarse en la universidad de Londres, con todos los papeles del intercambio, pero esa noche, solo necesitaba un largo descanso.