64."Huir" - Ashton Irwin

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*Narra Ashton*

Muevo el vaso haciendo círculos mientras observo como el poco de bebida que me queda se va moviendo acorde con a los movimientos. Otra pelea más, otra discusión que, como siempre, desemboca en mí bebiendo whisky en un bar de mala muerte y ella encerrada en nuestra habitación llorando hasta dormirse. Es como si fuese un ciclo sin fin; es algo tan habitual que hasta el camarero cuando me ve entrar por la puerta empieza a preparar la bebida bien cargada con hielos. Empiezo con una, luego otra y otra y otra y así hasta que el bar cierra el turno de noche y empieza el turno de mañana, donde me veo obligado a irme porque solo venden cafés y desayunos. 

No me apetece ir de vuelta a casa, todo está mal. Estamos atravesando una situación económica difícil y, bueno, ella ha caído en depresión. Está apagada, sin ganas de nada y en vez de estar más unidos que nunca, no paramos de discutir y recriminarnos cosas en cara el uno al otro; consiguiendo así que las cosas empeoren y se llenen aún más de mierda. Intento ser paciente y ayudarla en todo lo que puedo y comprenderla hasta puntos inmorales, pero parece no ser suficiente. Y en vez de estar ahí en casa, bajo la luz de la chimenea abrazándola, estoy aquí bebiendo noche tras noche como un malditos desquiciado. Esto es una mierda. 

Observo el reloj deteriorado que cuelga de unas de las paredes cuchumbrosas del local, faltan tres horas casi cuatro para que empiece el turno de desayunos. Saco el móvil y el brillo del teléfono me deslumbra, instantáneamente lo bajo y observo los mensajes y llamadas con la esperanza de que alguno de ellos sea de ella, pero no es así. 

En un acto raro en mí, saco unos billetes de la cartera y los dejo en la barra; me bajo del taburete y me doy cuenta de como el camarero y los señores que me suelen acompañar casi todas las noches me lanzan miradas de confusión al ver que abandono antes del cierre. Me da igual. 

Abro la pesada puerta e inicio mi camino por la solitaria acera, dirigiéndome hacia nuestro apartamento. Las luces navideñas adornan encendidas la calle haciendo dispensable la luz de las farolas. El frío cala mis huesos y a consecuencia de ello, meto mis manos dentro de los bolsillos del pantalón y de una forma un poco incómoda escondo lo que puedo de cara dentro del cuello del abrigo.

 No me gusta la Navidad, me parece un poco bastante ridículo que se marque una fecha para estar con los tuyos y a la vez fingir que todo está bien. Odio la Navidad. Son fechas donde todo el mundo parece ser feliz aunque sea mentira; las calles se decoran con estúpidos adornos navideños y las puertas de las casas con acebo o muérdago. Todo muy estúpido. Y cuando ya ha pasado el seis de enero, las familias vuelven a dispersarse y a no volverse a hablar de la forma en la que solo hacen en Navidad; usan el nombre de esta época como si fuese la solución a todos los problemas durante unos cuantos días, todo mentira vamos. 

Llevo un rato largo andando a través de la calle y de pronto, la nieve empieza a caer. Miro al cielo y se ha teñido de un blanco tan puro que es tentador no lanzarte a intentar cogerlo. Empieza a cubrir los coches aparcados y los buzones y farolas expuestas sin remordimiento a ser ahogadas por una blanca capa. 

Acelero el paso y en cuanto estoy frente al portal se me debilitan las rodillas y siento escalofríos por todo el cuerpo al ver la ventana de nuestra habitación abierta de par en par. Algo va mal, lo presiento.

Subo de dos en dos los escalones hasta nuestra planta, la puerta del apartamento está abierta también, llamo a la puerta de manera absurda y entro. Llamo su nombre mientras voy revisando habitación por habitación y al llegar al baño se me cae el alma al suelo. 

5 Seconds of Summer ImaginasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora