18. ¿A dónde nos llevas?

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24 de julio, 12:57 de la madrugada.

Salgo de mi escondite, abriendo cuidadosamente la puerta de la enfermería, por si ellos siguen cerca.
Camino por el pasillo, agachada y pegada a la pared, escondiéndome en las sombras, me agradezco a mi misma por ponerme ropa negra, creo que ayuda mucho en esta ocasión; mi mochila es del mismo color, en ella cargo lo que considero necesario, cosas pequeñas que me podrían ayudar, por ejemplo, mis navajas.

Cuando tenia 13 años fui a un campamento, ahí fue donde conocí a Nicolás, en el aprendí demasiadas cosas para la supervivencia, en su momento era divertido y nunca creí que llegaría a necesitarlo. Ahora me alegra de que no se me olvidara, gracias a eso pude atar nudos difíciles, perfeccioné mi puntería y mis reflejos, aprendí arquería e incluso algo tan básico como hacer una fogata. Fui la mejor del campamento en ese invierno, desde entonces nunca he dejado de practicar con mis navajas, mi papá estaba orgulloso de mi, de la capacidad que mi cerebro tenía para almacenar cosas, yo lo estoy también. Sin embargo, a mi madre siempre le pareció peligroso, no le gustaba que lanzara mis navajas a la pared de mi cuarto.

— ¡Vas a cortarte una mano, Leah!— me reprimía.

Me hubiera gustado que mis hermanos asistieran al mismo campamento, quiero creer que así ellos se hubieran defendido y ahorita no estaríamos en esta situación. Tan solo si mi mamá hubiera accedido...

El hubiera no existe, niña tonta. Concéntrate.

Tienes razón.
Parpadeo un par de veces para concentrarme mejor, el chico de lentes va detrás de la persona con capa, esta última va acariciando la pared, da un aura de misterio y terror. El chico va de brazos cruzados, creo que probablemente tiene frío.

Caminan hacia la salida de emergencia, yo espero unos cuantos segundos antes de salir detrás de ellos, con la esperanza de que no me vean ni escuchen.
Abro ligeramente la puerta y ellos ya van unos 5 metros delante de mi, bajo con cuidado los escalones y me escondo abajo de ellos. La luz de los postes me ayuda demasiado, puedo lograr esconderme en la sombra a la perfección. La persona con capa voltea hacia la puerta de salida, desde este ángulo puedo ver que tiene una máscara puesta, es de color negro y en una mejilla trae dibujada una mariposa dorada mientras que cerca del ojo izquierdo se ve algo así como una corona diminuta.
Se vuelve a voltear cuando no mira a nadie y continúa caminando, pasa a través del campo de fútbol, deja que el chico de gafas sea el que sale primero por un agujero en la malla de la cerca que rodea el campo, directo al bosque.
Cuando ambos están lo suficientemente lejos, corro lo más rápido que puedo para no perderlos de vista, ajusto las tiras de mi mochila para que al correr no haga tanto ruido, paso por el agujero en la malla y me escondo en un árbol, ellos caminan sin prisa.
Miro a mi alrededor para verificar que esto no sea una trampa y que no haya nadie más aquí.

Este es el único bosque de Northell, es un bosque pequeño y solo te lleva a dos direcciones, al río o al cementerio.
Que probablemente sea casi lo mismo, en el río se encuentra una cascada, si sigues la dirección correcta puedes llegar a salvo a el, es decir, al nivel del agua, si no conoces el bosque y te desvías llegas a la cima del barranco, el cual es peligroso, debajo de el hay muchas rocas, si pisas mal te puedes caer y eso es una muerte segura.

Ellos continúan caminando en línea recta mientras yo me voy escondiendo entre los árboles, cada vez que ellos dan un paso yo lo hago también para que no escuchen mis pisadas, las ramas y hojas secas crujen bajo mis pies, por más que intente ser silenciosa no lo logro por completo. Estoy a unos 4 metros de distancia, no estoy muy cerca cuando los escucho hablar.

— ¿A d-donde iremos?— pregunta el chico— ¿m-me llevarás al río o... el panteón?— la otra persona se detiene, hemos llegado al punto medio, a partir de aquí se pueden divisar los dos caminos, ¿cual escogerá?... la otra persona saca un bolígrafo y un cuaderno pequeño de una de las bolsas de su capa. Escribe algo y se lo entrega al chico.— Y-yo se que dijiste q-que estaban enterrados pero...— se queda callado cuando la otra persona coloca un dedo en los labios de su máscara. Toma el camino del cementerio.

No es un crimen si no hay un cuerpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora