Capítulo 3 | La discusión

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–Hola, chicos –Kari estaba sonriendo, lo que significaba que se encontraba mejor. Me alegré– Pasen.

Entramos y la televisión estaba encendida. Nos sentamos los tres a hablar un rato en el sofá y, pasados unos minutos, a TK le entró la misma curiosidad que hacía un momento:

–Kari, ¿qué te pasaba antes? –le preguntó. ¿No se podía quedar callado un rarito?

Kari me miró, suplicando ayuda.

–Bueno, esto... –Kari no sabía qué responder.

–TK, son cosas de chicas – le contesté. Fue lo primero que se me ocurrió. Cuando dije esto Kari me miró con cara de alivio.

–Exacto –dijo–, son cosas de chicas –y le guiñó un ojo a TK. Puede que Kari no lo notara, pero a este último se le empezaba a ver un poquito de color en las mejillas. Sonreí.

Seguimos hablando de cosas sin importancia durante un rato. Bueno, prácticamente solo hablábamos Kari y yo, porque TK a veces parecía estar en otro mundo.

–Oye, Kari –TK articuló palabras después de un buen rato y levantó la cabeza suavemente.

–¿Sí?

–¿Podemos...podemos hablar en privado? –cuando dijo esto sé que se sintió incómodo por cómo podía tomármelo, pero no me importaba. Hay cosas que se pueden contar y cosas que no, por muy amigos que seamos.

Kari me miró y yo le asentí con la cabeza y le sonreí.

–Claro, TK.

–Tranquilos, yo me quedo viendo la televisión, que están echando un programa que me encanta –esto solo lo dije para que no se sintieran mal. En realidad, los programas que echaban a esas horas en la tele eran muy aburridos: programas del corazón. Los odiaba. Me parecían programas de gente entrometida que disfruta con los errores y defectos de los demás.

–¿Segura?

–¡Claro!

Entonces se fueron a la habitación de Kari a hablar y yo me quedé viendo la tele. Bueno, en realidad me quedé pensando mientras fingía que veía la tele. Tenía muchas cosas en la cabeza: de qué estaban hablando Kari y TK, si Davis se habría dado cuenta, los malditos exámenes, los deberes que no había hecho, el helado que me debía Jake... Hey! ¡El helado! Chocolate, vainilla, turrón, dulce de leche, fresa... había tantos sabores...

Lo siento, me estoy desviando del tema.

¡Ups! ¡Me acabo de acordar de que mis hermanos iban a ir a buscarme al instituto cuando terminara el entrenamiento del equipo de fútbol! Bueno, que se esperen. Además, seguro que llegan tarde.

De repente se escucharon las voces de Kari y TK más altas de lo normal. Estaban alzando la voz demasiado, había problemas. ¿Estaban discutiendo? Poco después, TK salió de la habitación como un rayo.

–TK, ¿qué...? –en ese momento fui interrumpida por el portazo que pegó el nombrado en la puerta al salir del apartamento.

Me quedé un momento en silencio, esperando a que Kari saliera de su cuarto, pero no salía. Entonces me levanté y entré en la habitación. Ella estaba sentada en el suelo, pegada a la pared, con la cabeza entre las rodillas. No pude ver bien si estaba llorando o no, pero me suponía que sí. Me agaché hasta estar a su altura y posé mi mano sobre su hombro. Le iba a decir algo, le iba a preguntar qué había pasado pero, como ya dije antes, hay cosas que se cuentan y cosas que no, así que preferí no presionarla. Si ella me lo quería contar, que me lo contara, pero eso era decisión suya.

Ahora sí, Kari se ahogaba en su propio llanto. Yo la abracé sin entender del todo la razón por la que la estaba consolando. Ella me devolvió el abrazo. Parecía destrozada. Posó la cabeza sobre mi pecho buscando consuelo. Me dolía mucho verla así, sobre todo porque en esos tres años de conocidas le había cogido mucho cariño.

–No quería hacerle daño –dijo llorando–. No quería que se marchara así.

Dejé que se desahogara, aunque no entendiera ni pipa de lo que decía.

–Tampoco quería que se enfadara –continuó–, ni que le doliera tanto.

Siguió diciéndome palabras sin sentido para mí, pero muy importantes para ella, y yo simplemente la escuchaba. Lo que pasó ahí dentro debió haber sido algo muy fuerte para ellos.

Cuando Kari se tranquilizó un poco le ayudé a levantarse, la llevé al salón y le di un vaso de agua. Fui a quitarle un mechón de la cara y la noté muy caliente. Comparé nuestras temperaturas y la suya estaba notablemente más elevada que la mía.

–¿Dónde tienes un termómetro? –le pregunté.

–Allí, en el segundo cajón.

Abrí el cajón, cogí el termómetro y le tomé la temperatura. Treinta y ocho con cuatro. Tenía fiebre. No era mucha, pero aun así era preocupante, así que decidí quedarme con ella hasta que llegara su hermano, que ya estaba tardando demasiado. El entrenamiento ya habría terminado hacía rato. Ah, claro, me olvidaba de Sara. Seguramente lo tenía bastante entretenido.

Unos diez minutos después llegó Tai. Kari ya se había calmado un poco y ya no lloraba, pero tenía los ojos hinchados de hacerlo.

–¡Ya estoy en casa! –gritó Tai nada más entrar– ¿Me echaban de menos? ¡Ah, hola, Ari! ¿Qué le pasa a Kari? –Se acababa de dar cuenta del estado de su hermana y se empezó a preocupar, sentándose a su lado.

–Estoy bien, hermano. Solo tengo un poco de fiebre.

–Tai, hace diez minutos tenía treinta y ocho con cuatro.

Tai cogió el termómetro y le tomó la temperatura de nuevo.

–Mierda. Cuarenta –dijo.

–¡¿Qué?! –me sorprendió esa cifra tan alta. No esperaba que la fiebre subiera tanto en tan poco tiempo– Kari, será mejor que te acuestes y descanses. Como te siga subiendo la fiebre lo vas a pasar muy mal y nos lo vas a hacer pasar mal a nosotros.

–Eso, hazle caso –opinó Tai en un tono más que preocupado.

–Sí –Kari no puso objeciones, sorprendentemente. Creo que se sentía muy mal. No era normal en ella eso de no protestar cuando se trataba de cuidar de su salud.

La chica se levantó y se dirigió a su cuarto acompañada de Tai.

–Tai, yo me voy –dije.

–Ari, lo siento. Te acompañaría, pero no quiero dejar sola a Kari –se disculpó.

–No importa –le dije sonriendo–. Puedo ir sola. Tienes que cuidar a Kari.

–Sí, pero... –sabía que se sentía mal, lo notaba en sus ojos. Seguramente por dejarme ir sola a estas horas, cuando ya estaba oscureciendo y no era aconsejable que una niña de trece años se paseara sola por las calles de Odaiba. Pero yo comprendía que no podía hacer nada por el estado de Kari.

–Te he dicho que no pasa nada. ¡Hasta mañana! –y seguidamente salí del apartamento Yagami, encontrándome con la madre de Tai y Kari en la puerta.

–Buenas noches, Ari –me saludó.

–Buenas noches, señora Yagami –le devolví el saludo con una sonrisa y seguí mi camino.









Sombra&Luz

Mi historia DigimonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora