Eran ya casi las ocho y estaba oscureciendo. Fui al instituto para comprobar que mis hermanos no seguían allí. Y no solo mis hermanos no estaban ahí: no había nadie, así que me fui a mi casa sola. La verdad es que estaba bastante lejos, casi a un kilómetro y medio. Caminando sola se me hizo eterno. Todo era silencio en las calles de Odaiba, salvo por los coches que pasaban. A mitad de camino cayó una oscuridad y un silencio que me inquietaron bastante, y se encendieron todas las farolas de la calle. Hacía frío y no tenía ningún abrigo, y empecé a caminar a paso acelerado porque me estaba entrando miedo.
Un poco más adelante, me metí en una especie de callejón por donde no pasaban los coches, para atajar y llegar a casa lo antes posible, a poder ser antes de que mi madre me matara. Caminé por el callejón y un poco más adelante vi dos siluetas apoyadas contra la pared. Entonces aceleré el paso aún más, pero al pasar al lado de ellos frené en seco. No sabía por qué. Sabía que era una locura, pero algo me decía que me detuviera. Fue un impulso. Las dos siluetas eran de dos hombres vestidos completamente de negro, con capucha. Lo peor de todo era que no se les veía la cara. Uno era más alto que el otro, y los dos parecían mirarme. Yo los miré fijamente, sin poder contenerme. ¿Por qué hacía algo así?
De repente escuché dos voces.
–¿Dónde está el chico? –decía uno.
–Lo teníamos, pero se escapó –dijo otro.
Miré a los dos hombres, pero estos no se movían. No eran ellos los que hablaban. Escuché bien las voces para poder adivinar de dónde venían, pero las oía en todas partes. Miré a todos lados para ver si veía a alguien más, pero solo estábamos los dos hombres y yo. ¿Me estaría volviendo loca?
–¡No puede ser! ¡No sirves para nada, inútil! –decía el primero, que sonaba enfadado.
–Pero yo... –se disculpaba el otro.
–¡Pero nada! ¡Tráeme al muchacho con vida!
–Pero señor, no está solo. Es muy peligroso.
–¡Me da igual que tú mueras, imbécil! Solo quiero al chico con vida. Y no me discutas o pagarás tu error con tu vida.
–Sí, señor.
Y no escuché nada más. Las voces desaparecieron de mi cabeza, y entonces me di cuenta de la situación en la que estaba: había dos hombres encapuchados justo a mi lado y yo estaba en medio de un callejón casi completamente oscuro y en silencio. Así que corrí. Corrí como si me fuera la vida en ello hasta salir del callejón. Estaba en mi barrio, por fin. Fui a mi casa a paso rápido, entré y cerré la puerta de un portazo.
–¿Se puede saber dónde estabas? –Mi madre. Genial, lo que me faltaba. Hubiera preferido cerrar en silencio y escabullirme sigilosamente a mi cuarto, pero no. Tuve que llamar la atención dando un portazo. Bravo por mí– ¿Sabes la hora que es? –Su acento español no suavizaba en absoluto la fuerza de sus palabras.
–Lo siento, mamá. Yo...
–¡Nada de perros!
–Peros –le corregí.
–¡No me corrijas! ¿Dónde estabas?
–Estaba en casa de los Yagami con Kari y Tai.
–Tus hermanos te esperaron y te buscaron y tú en casa de Kari. Muy bien –la ironía de mi madre: un clásico–. Estás castigada sin salir una semana.
–Sí, mamá.
–Vete a tu cuarto.
Por una extraña razón, esa discusión que tuve con mi madre me recordó a la discusión que escuché en mi cabeza. No sabía si estaba loca o simplemente Kari me había contagiado la fiebre.
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Mi historia Digimon
FanfictionAño 2005. Me llamo Ari Kitori y soy amiga de TK y Matt desde que éramos muy pequeños. Hace ya tiempo que me contaron las historias de sus aventuras con los digimon y con el Mundo Digital... y ahora seré yo la que viva mi propia historia junto a ello...