Capítulo 12 | Fuego

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Cuando pasamos por la puerta, entramos en un lugar muy extraño. No me gustaba, era un lugar oscuro, como un cuarto con paredes de metal oscuro. No parecía tener fin, y en algunas partes se reflejaba algo de luz. No me pregunten de dónde venía porque no lo sé.

–Vaya, cada vez hay sitios más raros... –Veemon opinaba como yo.

–Vamos a buscar esa dichosa puerta, a ver si esto se acaba de una vez. Parece que están jugando con nosotros... –dijo Tai molesto. Yo también estaba molesta; a mí también me parecía que estaban jugando con nosotros. TK no aparecía por ninguna parte, y lo único que ocurría era que aparecían más y más enemigos, obstáculos y problemas.

Caminamos por un oscuro pasillo, bastante amplio, pero silencioso. Estuvimos así durante minutos, horas, pero no encontrábamos la maldita puerta. Estábamos todos muy cansados.

–Tengo hambre –dijo Davis al cabo de un rato.

–Yo también –añadió Veemon.

–¡Y yo! –agregó Agumon.

–Sí. ¿Qué hora será? –preguntó Sora preocupada.

–Según mi reloj –contestó Ken–, en el mundo real deben ser casi las seis de la mañana.

–Nuestros padres deben estar muy preocupados –susurré.

Tai me miró apenado.

–Oye, Ari, si quieres te puedes ir. Le pedimos a E.D. que abra una puerta para ti y te vas a tu casa.

–No, estoy bien –le contesté sonriendo, intentando disimular lo asustada y cansada que estaba–. Pero gracias.

–Entonces, ¿descansamos un poco? –preguntó el castaño al ver nuestras caras agotadas.

–¡Sí! –gritaron Davis y Veemon, felices.

Nos sentamos en aquel suelo. Estaba congelado y duro. Era incomodísimo. Davis se quedó dormido enseguida, roncando como siempre, al igual que los digimon, que estaban agotados. Luego Tai imitó a Davis, seguido de Sora, que apoyó su cabeza en el hombro de su amigo. Ken se quedó dormido a los cinco minutos al lado de Davis, y Kari y yo nos quedamos sentadas en silencio, con Gatomon durmiendo en el regazo de esta.

–Tengo frío –dije abrazando mis rodillas. Con suerte lograría abrir una conversación interesante con ella.

Pero Kari seguía mirando a ninguna parte, sin hablar, sin mirarme.

–Kari, dime, ¿qué pasó con TK el día de su desaparición? –le pregunté con un valor que no sabía de dónde venía. Llevaba todo un año pensando en mil cosas que podían haber pasado, pero nada de lo que se me ocurría parecía coherente y nunca me atrevía a preguntarle.

Ella miró a su compañera y acarició la carita peluda de Gatomon.

–Bueno... cuando quieras contármelo me despiertas –dije, para seguidamente acostarme en el frío suelo y cerrar los ojos.

–Es difícil de explicar –comenzó Kari, haciendo que abriera los ojos y me incorporara.

La miré extrañada. Ella había levantado la cabeza y, de nuevo, miraba a ninguna parte.

Y me empezó a contar.

-*-

TK y Kari se dirigieron al cuarto de ella, dejando a Ari en el salón. Entraron y cerraron la puerta.

–¿De qué querías hablar? –preguntó Kari.

–Kari, ¿por qué no me dices la verdad?

–¿Qué verdad?

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