Capítulo 17 | Esperanza

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–¿Lo ves? Como no te des prisa, Kari morirá –dijo TK, observando impasible cómo el encapuchado se acercaba a la chica–. Y aunque te des prisa, no tienes nada que hacer. Ni siquiera eres una niña elegida.

Pasé olímpicamente de él y seguí mirando lo que estaba ocurriendo delante de mis ojos. TK tenía razón, no podía hacer nada.

¿O sí?

Pensándolo bien, podía hacer algo para que La Profecía avanzara.

Pero ¿cómo?

A ver, sus palabras eran: "Los elegidos, por la Esperanza, arriesgarán su vida, y uno a uno se irán quedando atrás. Entonces, el Poder Sagrado se reunirá en el ser enviado y este lo dividirá en dos, haciendo que se produzca un corto milagro." ¿El ser enviado? ¿A qué se refería? ¿Quién podía ser el ser enviado?

Pero un fuerte ruido me sacó de mis pensamientos: era Angemon, que había lanzado al encapuchado varios metros para alejarlo de Kari.

–¡Corre, Kari! ¡Escóndete! –le dijo el ángel. Kari reaccionó y corrió hacia mí.

–Kari, ¿estás bien? –le pregunté.

–Más o menos –dicho esto, se quedó mirando al rubio que continuaba encadenado a la pared–. TK... –susurró.

Él solo la miraba a los ojos, en silencio, sin demostrar ningún tipo de afecto.

–¡Kari, huye! –le gritó Angemon, haciendo que TK y ella perdieran el contacto visual.

–Pero ¿adónde?

–No lo sé, pero ¡escóndete! –añadió Angemon desesperado, sin quitar la vista de donde se suponía que estaba el encapuchado.

Kari miró a todos lados buscando un refugio, pero no había nada.

–Kari... –susurró Angewomon– Acércate.

La chica obedeció y se acercó corriendo. Se agachó a su lado y el ángel le susurró algo en el oído.

–TK –le dije. Tenía que intentar ayudar fuera como fuera–, tienes que reaccionar, por favor. No puedes estar así. Tú no eres así; no pierdes la esperanza tan pronto. Kari está en peligro, tienes que reaccionar para salvar su vida y la de los demás. No lo hagas por ti, hazlo por ellos.

–Es inútil.

–TK, ¡maldita sea! ¡El único inútil que hay aquí eres tú! –le grité. Me estaba enfadando de verdad, iba a explotar– ¡No te das cuenta de la situación!

–Sí me doy cuenta. Soy el único que se da cuenta de la verdadera gravedad del asunto. Esto no es un juego. Si mueres, no puedes reiniciar la partida y comenzar de nuevo. Esto es la realidad. Si mueres, mueres. Para siempre.

–¡¿Te crees que no me he dado cuenta?! –¿EN SERIO?– ¡Lo mismo te digo! Si no reaccionas y nos ayudas, ¡moriremos! ¡Moriremos para siempre!

–¡Es una estupidez! –gritó.

–¡No lo es! –le reproché.

–¡Déjame en paz! –era un estúpido.

–¡No lo haré! –grité más fuerte aún.

–¡Que me dejes! –gritó.

–¡Que no! –le grité en el mismo tono, justo antes de propinarle la cachetada más fuerte que mis músculos me permitían en ese momento.

Dije que iba a explotar, y lo hice de la forma más impulsiva y simple posible. No me pude controlar; tenía que darle esa cachetada obligatoriamente, por mi propio bienestar emocional. Si el destino estaba escrito, esa cachetada era lo único bueno que, por ahora, había escrito bien.

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