Capítulo 27 | Jake

197 24 34
                                    

Cuando pensé que las cosas no podían ponerse peores, un ejército de hombres apareció fuera de la cúpula que nos rodeaba y los niños elegidos se pusieron en guardia. Miré a Jake. Parecía tan destrozado y tan decepcionado consigo mismo y con la situación que pensé, otra vez, que me iba a echar a llorar.

No podía ser. No podía ser real. No podía ser que esos sombra de Ofiuco hubieran llegado apenas unos segundos después de que Jake... no. No puede ser. Sostuve el artefacto con fuerza e hice algo que todos me habían dicho que no debía hacer: corrí hacia Jake. Uno de los sombra se zafó del agarre de Zudomon y vino hacia mí. Me detuve en seco y lo miré. Parecía tan furioso que no veía ni lo que hacía. Angemon se puso delante y recibió el impacto de su cuerpo de lleno. Mierda, Ari. No debí haber salido de mi sitio.

Jake se acercó, agarró al hombre por los brazos y se los llevó hasta la espalda para inmovilizarlo. Me miró. Había algo en sus ojos que me decía que se echaría a llorar en cualquier momento, pero sabía que con esa determinación era imposible que se le escapara una sola lágrima... ¿verdad? Miró a nuestro alrededor y lo imité. Los hombres que habían aparecido, los de Ofiuco, esperaban impacientes a que yo deshiciera la cúpula, y mis amigos me miraban desde el exterior.

–Ari –me habló Jake, y yo lo miré.

–¡Mestizo! –gritó el hombre entre sus manos– ¡Rata inmunda!

Jake lo sacudió con fuerza e ignoró sus gritos. Arg, qué rabia me daban esos gritos.

–Ari, cuando salgamos de aquí, Ofiuco atrapará a todos estos hombres y los someterá a juicio.

–¿Hay juicios en Ofiuco?

Ya me lo había dicho antes, pero aun así le pregunté para asegurarme. Asintió.

–Para que se cumplan las leyes, hay consecuencias. Y para conocer esas consecuencias, se celebran juicios. A mí también van a hacérmelo.

–Yo puedo ser testigo –le dije–. Puedo hablar a tu favor y decir todo lo que tuviste que hacer obligado y por su culpa.

–Por desgracia, las cosas no son tan sencillas, y menos en Ofiuco –miró a su alrededor–. Los tenemos a todos, ¿verdad?

Los digimon asintieron.

–No importa; hablaré a tu favor.

–Gracias, Ari –me sonrió–, pero ya has hecho suficiente. Nadie en Ofiuco te dejaría declarar o pasarte por allí. Aun así, me has ayudado más de lo que crees. Yo no hubiera podido solo.

–No im...

–Será mejor que dejes pasar a los demás antes de que se pongan más nerviosos –me interrumpió–, pero ten cuidado con no dejar salir a los que tenemos aquí.

–Jake...

–Me he sentido acompañado por primera vez en toda mi vida –soltó. Pf, no me digas eso. Abrí la boca para responderle, pero no fui capaz de decir nada–. Gracias, pequeño saltamontes. Tienes más arrojo que cualquiera de los sombra que hemos pisado este mundo.

Por un momento, me quedé helada mirándolo. ¿Qué me quería decir? ¿Qué me estaba diciendo? Mi cabeza funcionaba tan mal en ese momento que no era capaz de entender a dónde quería llegar. ¿Se estaba despidiendo? ¿Se estaba abriendo a mí? ¿Me estaba agradeciendo? Por un momento perdí todo el aplomo que había logrado y la cúpula se debilitó: los sombra de fuera y los niños elegidos pasaron sin problemas, y E.D. forcejeó en las garras de MegaKabuterimon hasta deshacerse de él y desaparecer. Me concentré rápidamente y evité que ninguno más se teletransportara hasta escapar. Mierda, Ari.

Mi historia DigimonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora