Epílogo | Ojos verdes

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Emiko empezó a carcajearse delante de mi cara, y yo no pude hacer más que devolverle la risa mientras intentaba explicarme.

–Que, a ver, solo lo he soñado algunas veces, pero nunca me acuerdo bien de su cara.

TK apareció en la cafetería de la universidad y se sentó en nuestra mesa.

–Con permiso –nos sonrió y comenzó a sacar su ordenador portátil–. ¿Qué es tan divertido?

–Ari me estaba contando que ha soñado varias veces con un chico rubio. A lo mejor eres tú, Takaishi –Emiko le lanzó una mirada pícara–. Cincuenta sombras de Takaishi –y comenzó a carcajearse de nuevo.

TK se rio con ella y me miró. Me mordí el labio sin poder bajar la sonrisa porque a mí también me estaba haciendo gracia.

–¿Qué clase de sueños tienes, Ari? –me acusó él.

–¡No es nada raro! –exclamé– Dije que a veces sueño con un chico rubio que me habla, no que me espose a la cama.

Mala idea. Las carcajadas aumentaron todavía más y Emiko tuvo que echarse hacia delante para sostenerse el abdomen.

–Ah, duele –reía–. Estoy llorando –se limpió una lágrima y se rio todavía más.

Tuve que reírme con ellos porque no podía más, y cuando las cosas se calmaron me recogí el pelo en una coleta porque tanta risa me había dado calor.

–A ver –quise explicarme–, el chico con el que sueño me mira desde el frente y me habla. Ese es todo el sueño, no pasa nada más.

–¿Y qué te dice? –TK abrió un documento de Word en su portátil.

–No lo sé –me encogí de hombros–. Nunca recuerdo lo que me dice ni sé qué cara tiene. Sé que es rubio, pero ni siquiera sé de qué color son sus ojos.

Emiko jugueteó con la servilleta de papel sobre la mesa.

–¿Y siempre sueñas lo mismo? –TK me miró un momento con el ceño fruncido.

–Sí, desde los catorce o los quince años sueño con ese chico y siempre pasa lo mismo: él me mira, me dice algo y cuando despierto solo me acuerdo de que tiene el pelo rubio. No es que sueñe todos los días con él –aclaré. Iban a pensar que estoy loca–. Pero sí que a lo mejor sueño dos o tres veces al año.

–A lo mejor somos Matt o yo.

–Lo he pensado, pero cuando sueño me despierto convencida de que no son ninguno de los dos, de que es otra persona. Y por mucho que lo piense no doy con quién puede ser. No sé, es solo un sueño –sonreí para quitarle importancia.

Emiko se inclinó sobre la mesa para acercarse a mí.

–¿Estás segura de que al final no te ata a la cama?

–Idiota –reí.

–A lo mejor es el chico nuevo –dijo TK, pendiente de su ordenador.

–Oh, yo también he soñado con él –Emiko apoyó la espalda en el respaldo de la silla y se mordió el labio inferior.

–¿Qué chico nuevo? –fruncí el ceño.

–El camarero nuevo –explicó TK–. Es rubio también.

Me di la vuelta y miré a la barra, pero detrás solo estaba Kaede, la camarera de siempre.

–No lo busques, suele llegar a las tres menos cuarto –miré a Emiko.

–¿Ya te conoces su horario?

–Claro –rio–. No hay que perder el tiempo. A lo mejor es el chico que te habla en sueños y no lo sabes. Y si no lo es, lo será –levantó la mano y le indicó a Kaede que le trajera su café. Siempre lo pedía antes de irse a estudiar a la biblioteca–. Me voy yendo, chicos –empezó a rebuscar en su bolso, a colocar los bolígrafos y las hojas de apuntes que no había utilizado para nada y me miró–. Mañana te traigo tu camiseta, te lo prometo –se puso en pie.

–Más te vale –solté–. Me vas a dejar sin armario.

–Prometido –cruzó los dedos delante de mí y se cargó el bolso al hombro.

En ese momento, una mano dejó el café caliente sobre la mesa, con su tapa puesta, una bolsita de azúcar y un palito de madera para removerlo. TK me lanzó una mirada cómplice y me di cuenta de que ese brazo no era el bracito rechoncho de Kaede. Alcé la mirada para ver a Emiko pagándole el café al nuevo camarero: un chico rubio. Debía ser tan solo un poco más bajito que TK y su ropa oscura conjuntaba con la de su compañera Kaede. Ah, ahora entendía a Emiko. Lo miré de arriba abajo de la manera más disimulada posible. Pf. Ya, Ari.

–Gracias –el camarero le sonrió.

–A ti –Emiko le guiñó un ojo con ese carisma suya que a mí siempre me sorprendía, y la mirada del chico se dirigió hacia nosotros. Me quedé helada.

–¿Van a tomar algo más?

–Un té verde, por favor –le pidió TK.

Yo no respondí. Me quedé mirándolo como si fuera idiota y como si acabase de ver un fantasma. Sus ojos verdes se clavaron en los míos y una sensación tremendamente familiar y potente me recorrió el cuerpo. Me sonrió. Pf, socorro.

–¿Ari? –TK me tocó el brazo y Emiko se tapó la boca para no reírse.

–Eh... –pude decir. ¿Qué me había preguntado?

–¿No quieres nada más? –me repitió.

Abrí la boca para responder, pero lo único que me salió fue negar con la cabeza. El chico nuevo se tomó unos segundos más para mirarme. Para mirarme como si buscase en mí algo más que una respuesta concreta.

Arg, ¿qué digo?

–N-no. Gracias –balbuceé.

¿QUÉ TE PASA, ARI?

–Bueno, si cambias de opinión, ya sabes dónde estoy.

Vaya si sabía dónde estaba.

–¡Jake! –lo llamó Kaede– ¿Puedes ir a por más queso al almacén?

¿Jake?

–Claro –se dio la vuelta y se acercó a la barra.

–Oye, Ari, que el chico está muy bien, pero no sé si será para tanto –rio Emiko.

–Cállate –sonreí, y TK sonrió a mi lado–. No es eso.

–¿Qué es, entonces? No me digas que has descubierto que es el chico de tus sueños –volvió a reír, y me reí con ella–. Me voy. Nos vemos mañana, chicos.

Nos despedimos de ella y miré a mi derecha. El camarero nuevo, Jake, se acercó a una puerta que había al fondo de la cafetería. Antes de abrirla, desvió la cabeza hacia mí y me miró a los ojos.

Porque me estaba mirando, ¿verdad?

Me sonrió.

Abrió la puerta y apartó sus ojos verdes de mí para entrar en el almacén.

Ojos verdes.





Sombra&Luz

Este epílogo ocurre en 2011, cinco años después del último capítulo.


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