Estaba en el mundo real. Estaba segura de que estaba en el mundo real porque una pareja se había asustado y había salido corriendo al verme aparecer de repente de la nada. Hogar dulce hogar.
Me dolía la mano. No me había dado cuenta, pero estaba agarrando el artefacto de Régar con demasiada fuerza. Intenté relajarme. Por ahora, nadie me seguía, como Jake me había dicho. Miré el artefacto. Era de oro. Era como un grueso palo de oro con una extraña bola de color rojo que no paraba de girar sobre sí misma. Me quedé maravillada. A un lado había unos símbolos tallados con una letra preciosa. Brillaba tanto que me podía ver reflejada en el artefacto. Menudos pelos tenía.
Intentando que la cosa que llevaba en la mano no llamara mucho la atención, me encaminé al parque infantil que Jake me había indicado, el que estaba por detrás del instituto. La gente me miraba. Bueno, no me miraban a mí, miraban el artefacto de oro. Y no les culpaba; a mí también me daban ganas de mirarlo.
Cuando llegué al parque, alcé el objeto todo lo que pude y esperé. En menos de diez segundos, una especie de película diáfana había rodeado el parque casi en su totalidad. Ahora se suponía que nada ni nadie podía salir ni entrar a menos que yo lo quisiera. Me senté en el columpio y, de nuevo, esperé. Esperé durante minutos. Esperé durante horas. Había empezado a oscurecer, pero las farolas ya se habían encendido. Ya no quedaba gente a los alrededores. Quería irme, tenía muchas ganas de llegar a casa, darme una ducha, discutir con mis hermanos, comer lo que quiera que hubiera preparado mi madre e irme a la cama. Pero no podía. Todavía no podía. Tenía que esperar.
De pronto, se abrió un boquete en el techo de la película que había envuelto el parque. Un halo de luz iluminó el parque, y del boquete cayeron todos y cada uno de los elegidos. Y, por último, Jake. Antes de levantarme para ir a ayudarles y ver si estaban bien, Davis corrió y se abalanzó sobreJake. Empezó a darle puñetazos a diestro y siniestro, y el rubio, en lugar de defenderse, dejó que le pegara.
–Davis... –susurró Yolei.
–¡Davis, para! –grité.
–¿Que pare? –preguntó, indignado, y me miró– ¿Se puede saber qué mierda tramas, Ari?
Todos me estaban mirando en silencio. Nadie entendía nada de lo que había pasado.
–Ari –dijo Izzy–, dame eso, por favor.
Señalaba el artefacto de Régar.
–No puedo –contesté.
–Dinos qué pasa –habló Cody, tranquilo. Pude notar cómo algunos se preparaban por si tenían que quitarme el artefacto a la fuerza.
Miré a Jake. Estaba tirado en el suelo, debajo de Davis, y me miraba con seriedad. Una gota de sangre se deslizaba por su cara, debajo de su labio. Davis se lo habría partido. Después miré a Tai, que me miraba sin pestañear. Kari estaba más pendiente de Gatomon, que descansaba en sus brazos, herida, que de mí. Matt había cerrado los puños, y Joe solo parecía esperar una explicación, paciente. Yolei se había sentado en el suelo, y Ken, a su lado, había bajado la mirada. Izzy escuchaba interesado, esperando que resolviera sus dudas. Cody solo me miraba, al igual que TK, que se había arrodillado en el suelo, aún débil. Sora se había cruzado de brazos, y su mirada solo demostraba que quería que aquello terminara cuanto antes. Mimi estaba cabizbaja, y Michael había apoyado una mano en su hombro. Miré a los digimon. No estaban todos. Además de Gatomon, Patamon descansaba en el regazo de TK, y Armadillomon me miraba con la cabeza ladeada. Wormmon miraba a Ken desde sus brazos. Los demás debían estar peleando todavía. Kari y TK tenían sus D3 en las manos; Jake se los había devuelto en algún momento.
–Tenemos que ayudar a Jake –hablé.
Todos me miraron en silencio. Davis sonrió, irónico.
ESTÁS LEYENDO
Mi historia Digimon
Fiksi PenggemarAño 2005. Me llamo Ari Kitori y soy amiga de TK y Matt desde que éramos muy pequeños. Hace ya tiempo que me contaron las historias de sus aventuras con los digimon y con el Mundo Digital... y ahora seré yo la que viva mi propia historia junto a ello...