Ya iba por el cuarto piso, subiendo las escaleras de emergencia de dos en dos, observaba muy bien por donde pasaba o pisaba, ya que los pisos anteriores estaba todo en llamas, grito el nombre de Martina varias veces, con el pie derrumbaba varias puertas, no había absolutamente nada ni nadie. Siguió subiendo al quinto piso, casi nada se distinguía, todo lo que alguna vez fue un estudio de fotografía, ahora era un cuarto con paredes negras y pedazos de papeles sin valor. Con el puño rompió el vidrio que guardaba el extintor de fuego y fue apagando las llamas rojas que se acercaban a él, a cada paso que daba.
-¡Martina! –se escuchaba solo el crepitar de las llamas- ¡¿ESTAS AQUÍ?! ¡RESPONDE POR FAVOR! –Con una patada abrió la puerta donde se encontraban los vestuarios, pero de tela lo único que quedaba era retazos- ¡STOESSEL! –Siguió revisando puerta por puerta, hasta que dio con una que era el camarín- ¡Martina! ¿ESTAS QUI? –Una tos seca se escucho tras un sofá que alguna vez fue lujoso y blanco.
Corrió con el pie el sofá a un lado, y vio el pequeño cuerpo de Martina, acurrucada en la esquina, con la cabeza ladeada y miraba a un punto fijo. El vestido ahora se podría definir entre gris o blanco, su cabello estaba hecho un desastre y su cara lucia sucia y sudorosa por el calor del ambiente, sus ojos olivos estaban cerrados y su respiración era lenta.
-¡Martina! -la alzo en brazos y salió a toda prisa.
Bajo las escaleras, rápido pero con cuidado de no tropezar, al llegar a la salida, se dio cuenta que todas las puertas estaban selladas, trato de abrirlas, pero con Martina en brazos le era muy difícil, se dio vuelta y empezó a recorrer rápido las salidas de emergencia. Las llamas parecían que lo seguían, y para suerte de él no encontraba la maldita puerta.
-¡MALDICION! –grito frustrado. Un tubo de metal había caído en su pie izquierdo, casi se le cae Martina de los brazos, a no ser que ella se sujeto de su cuello- ¡al fin despiertas bonita! –exclamo adolorido, pues el pie no lo podía sacar de allí- respira profundo y cuando puedas me ayudas –le dijo cuando ella se bajo de él y empezó a toser, a la vez que agarraba mucho aire- ¡Vamos Yatra tu puedes! –se daba ánimos a el mismo, se agacho y trato de empujar el maldito hierro.
-Deja que te ayude –una voz ronca lo distrajo un momento, luego unas delicadas manos ayudaron a empujar el metal, poco a poco Sebastián iba sacando el pie de allí, aunque sabría que no iba a poder caminar tan fácilmente- Ven que te ayudo –no dijo nada, no iba a dejar que una mujer lo ayudara y menos si era Martina Stoessel. Se paro difícilmente, y cojeo unos cinco pasos, cuando estaba por caerse unas manos pequeñas lo sujetaron del brazo- ¿Por qué no aceptas mi ayuda? –frunció el ceño, era estúpido de su parte no hacerlo.
-No me gusta que me ayude una mujer, eso es todo –quito su mano y trato de caminar nuevamente.
-Que terco –torció los ojos- apoya tu brazo en mí, pero no mucho que yo tampoco estoy bien –medio sonrió, hizo lo que ella le pidió y empezaron a caminar hasta la salida de emergencia poco a poco, de vez en cuando tosían, ya que el humo estaba por todos lados.
-Stoessel, coño –dijo Sebas al ver que ella no caminaba- ¿quieres que quedemos como carbón? –Pregunto adolorido, ya que las punzadas en el pie no eran normales- ¿de qué mierda te ríes carajo? –pregunto al ver como ella reía como una maniática.
-¿Nos has visto? –pregunto riendo, mientras avanzaba y volvía a reír.
-Pues no tengo un espejo Stoessel –respondió enojado por la actitud de ella ¿a quién se le ocurría empezar a reírse cuando estas a punto de ser carbón? Solo a Stoessel…
-Es que míranos –soltó una carcajada- tu y yo, ayudándonos mutuamente –empezó a reír de nuevo- ¿Cuánto no ganarían los paparazzi por una foto de nosotros así? –meneo la cabeza y abrieron la puerta de emergencia. Sebas sonrió de lado y siguió caminando ‘’abrazado’’ a ella.
- Siguieron avanzando un poco más, y los bomberos y paramédicos fueron a su ayuda. Se los llevaron por separado de emergencia, aunque Martina creía que era mucho drama, ella estaba bien, aunque sus pulmones estuviesen intoxicados de humo… pensó con sarcasmo, aunque igualmente sonrío. Le hicieron algunos exámenes, y el doctor prefirió dejarla en observación hasta la mañana siguiente. Su padre, Oswald, Oscar y Mercedes llegaron exaltados, pues, cuando los llamaron del hospital habían dicho que Martina Stoessel estuvo a punto de morir. Les conto todo lo que paso, y ellos asombrados preguntaron si de verdad Sebas la había salvado así, por así.