XIV

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Bull se levantó enojado, no solo porque su techo estaba destruido, ni porque su cocina y su barra también lo estaban, ni porque habían robado todo los ingredientes, ni porque su café le sabía a meados de burro. Bull estaba molesto por la paranoia del cuervo que se hacía llamar su amigo.

—¡Yo te lo advertí, Bull! —graznaba el cuervo— ¡Mira lo que hicieron! —señaló el lugar parcialmente destrozado.

—¡Cálmate! —gritó, harto de las habladurías de su amigo y le lanzó la taza donde se había servido ese horrible café, pero él la esquivó— ¿Crees que no me di cuenta?

—¡Más te vale haberte dado cuenta! —seguía alterado— ¿Cómo vas a arreglar esto?

—Ugh, ya lo veré —se sobó las sienes y cerró los ojos con fuerza—. Ahora, déjame en paz.

Crow entró en la cocina del bar, refunfuñando y Bull le escuchó lanzar una que otra cosa para desquitarse, él solamente suspiró y se llevó una mano al rostro en señal de frustración. Pasó algunos minutos mirando su bar hecho trizas y se encaminó a casa de Pam, no sin antes pasar a comprar un costal de cemento y pintura color terracota, con la esperanza de haber escogido bien el tono.

Llamó a la puerta con insistencia, pues cargar las cosas todo el camino le había cansado y quería sentarse un rato en alguno de los cómodos sillones que habían en la casa de Pam. Fue Colt quien abrió la puerta y le recibió, ayudándole a cargar el bote de pintura el cual, para su infortunio, era unos tonos más oscuro que el que adornaba las paredes. Se echó en el sillón, soltando un fuerte gruñido, una mezcla de su alivio la frustración. Colt le llevó una taza de café y se sentó a su lado, dándole unas palmadas en el hombro, quizá para animarlo.

—Y eso que no has empezado a trabajar —escuchó la voz de Pam—. ¿Tuviste una noche dura?

—Una mañana —corrigió a la pelirroja.

—El trabajo te ayudará a distraerte —dijo ella—. Tengo que ir al almacén, ¿pueden cuidar de Jessie? Sigue dormida.

Ambos asintieron y Pam les agradeció. Les dijo que había comida en la cocina por si les daba hambre y procedió a retirarse, no sin antes darle un beso en la frente a su hijo. La puerta se cerró y Bull suspiró, inclinándose hacia el frente para alcanzar su taza de café, dándole un largo sorbo y regocijándose en su sabor, un contraste total a la mierda que había bebido en la mañana.

—Una mañana difícil, ¿eh? —dijo Colt, intentando contener su curiosidad, pero fallando miserablemente a los pocos segundos— ¿Qué ocurrió?

—Unos locos se metieron a destrozar mi bar en la madrugada —respondió, una pizca de hartazgo se alcanzaba a notar en su voz.

—¿Todos están bien? —preguntó Colt, exaltado.

—Sí, sólo fue daño material —pausó durante unos segundos—... otra vez.

—¿Lo reportaste con Shelly?

—No tiene caso, estoy seguro que es sólo una travesura de una vez —lo descartó como si no fuese nada y se puso de pie—. ¿Dónde puedo preparar la mezcla?

—¿Sabes cómo arreglarlo? —lo miró, inclinando un poco su cabeza, intrigado.

—No realmente, pero lo descifraré en el camino.

Colt sacó un recipiente amplio y una cubeta llena de agua y se las entregó al de cabello negro, que vació el cemento en polvo en el recipiente e hizo un hoyo en el medio, donde vertió poco a poco el agua. El pelirrojo sólo lo miraba entretenido, yendo de vez en cuando a la cocina a comer algo y luego regresaba. Bull, por su cuenta, ya estaba aplicando el cemento en la pared, su cara estaba roja y su frente sudorosa.

Cegado por una Dalia Negra. [Hiatus] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora