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Abrió los ojos, desconcertado, su visión algo nublada, pero alcanzaba a distinguir siluetas a su alrededor y lo que podrían ser luces neón. Después de un par de segundos, logró captar lo que se hallaba frente a sus ojos, tres sujetos aparentemente muy molestos por su irrupción en aquél ¿bar?

A todo esto, ¿qué estaba haciendo ahí? Miró a su alrededor, la incertidumbre apoderándose de su mente, vio unas gemas a su alrededor, ¿las había robado? Soltó una risilla nerviosa y comenzó a juntar aquellas piedras preciosas que le rodeaban con la esperanza de que se apiadaran de él.

-Oh, Sherif, ¿qué lo trae por aquí? -inquirió una chica de cabello negro con un tono algo amenazante, el bate que llevaba en la mano no lo hacía mejor.

¿Shérif? Arqueó las cejas, incrédulo ante tal título, pero miró lo que llevaba puesto: una camisa arremangada azul claro, un chaleco de un tono índigo y, efectivamente, una impecable placa de shérif. Miró nuevamente hacia arriba y los otros dos lo miraban, expectantes y dispuestos a atacar apenas diera un paso en falso. ¡Joder! Ni siquiera sabía quién era y tenía que lidiar con tres molestos posibles bandidos.

-Oigan -empezó, su voz algo quebrada debido a los nervios-, esto debe ser un malentendido. No sé dónde estoy ni por qué estoy aquí -comenzó a levantarse muy paulatinamente, sus brazos extendidos y sus manos siempre visibles para no alertar a ninguno-. ¿Las gemas son suyas? Porque si lo son, pueden tomarlas, no sé por qué estaban ahí.

La chica miró a los otros dos, parecía estar confundida, se encogió de hombros, pero él pudo notar cómo su agarre en el bate se hizo más firme.

-De acuerdo, veamos -mascó su chicle e hizo una burbuja con él-, ¿sabes quién eres?

El ser... aquella cosa que es tan presente y tan irreal a la vez, como la sombra de un globo... Sabes que está ahí, pero no estás seguro por completo. El pelirrojo guardó silencio, no tenía que ser un genio para saber lo que estaba pasando.
Sintió como alguien se acercaba, se levantó con suma precisión, tratando de alejar todo pensamiento que amenazaba de apoderarse de él, tenía que guardar la calma si quería salir de esta.

-Es suficiente, Bibi -dijo una voz grave atras de él-, no se está metiendo con nadie

Suspiró aliviado, pensando que se había librado de un poco de su problema, aún nervioso giró para encontrarse con su salvador.

Un hombre más alto y fornido que su persona, de un aspecto muy intimidante. En serio quería agradecerle, pero las palabras no le salían.

-Vamos, amigo, déjanos divertirnos con el shérif un rato -dijo un voz más fuerte, como si de un cuervo se tratase.

Santa mierda, ¡en serio era un cuervo! Debió golpearse muy fuerte en la cabeza. Los pensamientos de tranquilidad desaparecieron y retrocedió lleno de pánico a la pared de atrás, tratando de tranquilizarse inútilmente con gritos.

-¿Qué pasa, campeón -preguntó con tono burlón la chica de rasgos asiáticos-, jamás has visto un ave?

Dejó de gritar al escucharle, pero su corazón latía muy rápido, su respiración aún alterada y el sudor había comenzado a formarse en su frente. Sus manos lograron sentir algo metálico en su cinturón y él volteó a ver qué era. ¡Claro, pistolas! Con manos temblorosas, las sacó.

-Cuidado con esas, shérif -dijo aquél cuervo que en un inicio tanto le había asustado, una sonrisa descarada se formó en su pico al tiempo que levantaba un poco su chaqueta de cuero para mostrarle los cuchillos que llevaba-, puede que tampoco recuerdes cómo disparar.

-Crow -otra vez era la voz grave que había intercedido para salvarle, esta vez reprochando al pajarraco-, déjenlo.

Escuchó una risilla y, en un abrir y cerrar de ojos, había un cuchillo clavado en la pared al lado de su rostro. Dio un grito y, bastante atemorizado, cargó las pistolas y comenzó a disparar mientras corría de un lado a otro. Sus balas parecían no darle a nada, él veía los cuchillos volar por los aires y, una que otra vez, a la chica con el bat intentando acercársele con claras intenciones de pegarle.

Vio cómo el hombre intentó embestir al cuervo y, de un golpe con el bat, la chica lo echó a la calle, haciendo que rompiera la ventana. Él siguió disparando hasta que sus municiones terminaron por acabarse y al ver a esos dos acercándose tan amenazantes, sólo le quedó arrinconarse.

-Hmm, ¿entonces sabes quién eres? -preguntó la chica, presionando su cuello con la punta del bat.

Él miró a la chica con temor, intentaba buscar en su mente algún recuerdo, algún indicio de su identidad, pero por más que escarbaba, nada salía a la luz. Su desesperación se hizo cada vez más latente hasta el punto en que las lágrimas empezaban a desbordarse de sus ojos involuntariamente. Negó con la cabeza, frustrado y aún con miedo.

-¡Bibi -escuchó la voz del hombre gritar-, es suficiente! -caminó con pasos pesados hasta donde se hallaban y la tomó del hombro-. Aléjate de él.

-Vaya que eres aguafiestas -a pesar de su tono arrogante, hizo como le ordenaron y fue a inspeccionar las gemas-, como quiera que sea, estas son nuestras ahora.

-No tiene idea de quién es -comentó Crow, despreocupado-. Un shérif menos, qué suerte.

El hombre se giró para encarar a Crow, su ceño fruncido; el pájaro simplemente se encogió de hombros y se quejó para sí mismo, para después ayudarle a Bibi a guardar las gemas en la caja fuerte.

-Bien -ahora se dirigía al pelirrojo-, ¿recuerdas dónde estabas antes de llegar aquí?

Él negó rotundamente con la cabeza, las lágrimas eran aún más abundantes que antes, era demasiada frustración no saber quién era o qué hacía en aquél lugar.

-De acuerdo -el hombre suspiró-Tu... Tu eres el shérif del pueblo, ¿de acuerdo?-hizo una mueca indescifrable, demostrando su incomodidad-. ¿Sabes dónde vives?

-No -acentuó su respuesta con una negación de su cabeza-, no puedo recordar nada -tomó una gran bocanada de aire, pues sus pulmones se vaciaron con su llanto desamparado.

-Colt, necesito que te tranquilices -lo tomó de los hombros cuidadosamente-, imítame -inhaló y exhaló con calma, esperando que el pelirrojo siguiera sus pasos.

Así lo hizo y, poco a poco, su respiración se normalizó, aunque aún algo quebrada.

-Necesitamos llamar a Pam -dijo para sí mismo, aún sin soltar al pelirrojo.

-Ella... ¿Ella quién es?

La mirada del más alto cambió en un segundo, sintiendo cómo su sistema nervioso parecía estar en una montaña rusa, la cual trataba de controlar desde que el pelirrojo cayó de su techo. Trataba de buscarle algún sentido, algo que le diera una explicación, un indicio para entender lo jodido que estaba todo.

-Tu madre -dijo, manteniendo la seriedad que lo caracterizaba-... Pam, es tu madre -miró al pelirrojo para ver si es que ese nombre le sonaba de algún lado-, y vives con ella.

-¿Mi madre? -dijo como si fuera la noticia del siglo.

El hombre asintió, pero aparentemente el menor no tenía idea de quién estaba hablando, le dijo que lo siguiera con una seña y se dirigió a la barra, le sirvió un vaso con agua y se lo entregó.

-Tómala, la necesitas -tomó asiento al lado del pelirrojo-. ¿Qué es lo último que recuerdas?

Colt miró el vaso como si este le diera las respuestas, tal vez una cara o un nombre, pero nada, no había nada ni nadie.

-Esto es estúpido -dijo la chica que se hacía llamar "Bibi".

El de cabello negro soltó un gruñido, dirigiéndose hacía sus amigos y posteriormente llevándolos a la cocina de aquél... ¿restaurante?

Solo escuchaba la pelea de aquel grupo que hace unos segundos trataba de atacarlo.

Se sentía incomodo, sabía que él tenía que ver en toda su discusión, ya que mencionaban el nombre que el hombre le había asignado.

Acabó de beber el agua y palpó su chaleco, buscando una especie de propina, encontrando un cristal de color morado en él, al parecer el valor era muchísimo para que un cuervo casi le sacara los ojos.

Tomó una servilleta y una pluma, escribiendo un mensaje de agradecimiento y, posteriormente, dejó el lugar, fijándose antes en el nombre, saciando su curiosidad. Soltó una risilla al verlo. "Bull's". Suponía que era el nombre de su "héroe" y, carajo, sí le quedaba.

Caminó un poco, pensando en encontrar a su madre, esperando que algún rayo celestial de luz la señalara frente a él, pero resultaba que en esta parte de la ciudad ya no salía mucho el sol.

Cegado por una Dalia Negra. [Hiatus] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora