II

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Colt, Colt, Colt.... Colt.

Ese nombre no le acababa de convencer, sentía que era una rata que lo había robado, no le agradaba esa sensación. ¿Acaso era alguien detestable? Quiero decir, las personas no te odian y te atacan por nada, algo debió hacer para ganarse ese odio.

Detuvo su caminar para abrazarse aun más fuerte -si eso era posible-, miró el pequeño pueblo que suponía debía proteger o por lo menos sentirse parte de él.

Miró su reflejo en un aparador, observando por primera vez en ese día su rostro, pensando en lo confuso que fue eso, preguntándose si acaso ese cuervo era real.

-Eres una mierda, Colt -dijo, dejando caer su cabeza en el vidrio-. Colt... Colt... Colt... Eres muy mal shérif.

Sintió cómo todo el ambiente cambió, cómo todo le empezaba a gritar que debía huir, correr y no mirar lo que estaba pasando. Escuchó cómo algo se movió, cómo alguien corría hacía el. Con mucho cuidado, bajó a su cinturon, sintiendo la pistola que había disparado hace unos minutos...

¿Cómo se carga un arma? ¿¡Cómo se apunta un arma!?

Los sonidos cada vez se escuchaban más fuerte, más cerca y Colt comenzaba a entrar en pánico. Pronto, alcanzó a divisar un algo pequeño correr hacia él, pero no era una figura humana. Conforme se acercaba, los detalles le fueron más fáciles de detectar y se percató de que era un cactus... un cactus con pies y manos que corría a su dirección. ¡Incluso tenía un chalequito morado y un pantalón!

Dio un paso hacia atrás por el desconcierto y sus ojos se fijaron detrás del pequeño cactus. ¡Mierda! Un sujeto fornido y con el torso desnudo le estaba persiguiendo. Sus pistolas, ¡sus pistolas! Las sacó como pudo y buscó sus recargas. Las halló, sus manos estaban temblorosas, intentó encontrar una manera de introducirlas en las pistolas, pero el movimiento de sus manos lo hacía difícil, además de que no sabía cómo exactamente funcionaba.

-¡Deténganse ahí! -atinó a gritar, incapaz de recargar sus armas-. ¡Soy el shérif, les ordeno que se detengan! -si no tenía pistolas, más le valía hallar otra manera de mantenerse en pie.

El cactus fue el primero en parar en seco, mientras que el sujeto detrás siguió corriendo hasta alcanzar al cactus. ¿Acaso estaba enmascarado? Apuntó las pistolas descargadas hacia el más grande, con la esperanza de que no se dieran cuenta.

-¿Colt? -preguntó la voz amigable del sujeto enmascarado.

El pelirrojo alzó las cejas en señal de sorpresa, pero no dejó de apuntar, temeroso. El hombre levantó poco a poco las manos, para que estuvieran a la vista del otro y, con pasos muy lentos, se acercó hasta poder divisar claramente al sujeto que estaba apuntándole. El pequeño cactus le siguió.

-¡Pero si eres tú, amigo! -soltó una sonora carcajada-. Por un momento me asusté, no te lo voy a negar.

-¿Quién eres tú? -preguntó, ahora con algo de curiosidad mientras bajaba sus pistolas.

-¿Acaso escuché bien? -preguntó la carismática voz del hombre-, porque creo que preguntaste quién soy.

Colt asintió, volviendo a enfundar sus pistolas. Incluso con la máscara puesta, se podía notar la confusión que inundaba al hombre en aquél momento. Él miró al pequeño cactus y éste hizo lo mismo, encogiéndose de hombros.

-Pero si soy yo, ¡el Primo! -dijo con un tono fuerte, como si se anunciara ante un público, uno de sus brazos doblado, haciendo que sus bíceps resaltaran aun más, mientras que su otro brazo apuntaba al cielo, su mirada siguiéndolo.

-No -negó con la cabeza, una mirada desesperanzada en sus ojos al percatarse de que realmente no recordaba quién era aquél sujeto que aparentemente conocía también-... Lo lamento, no sé quién eres.

Cegado por una Dalia Negra. [Hiatus] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora