III

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Las voces empezaban a volverlo cada vez más loco, muchos murmuraban entre ellos, soltando uno que otro chisme, otros sólo exigían ver lo que ocurría y unos pocos detenían la multitud.

Había pasado dos días y no tenía idea cómo es que todo el pueblo sabía de su accidente. Quería pensar que se trataba de un poblado chico, pero las voces que estaban fuera de su casa eran demasiadas.

Las cortinas permanecían cerradas día y noche, y él no se atrevía a salir de cama, había perdido por completo el apetito y no dejaba que entraran a su habitación, ni siquiera su madre o su hermana.

-Colt -dijo Jessie del otro lado de la puerta-, alguien quiere verte.

-Dile que no estoy.

Escuchó cómo su hermana se alejó de la puerta y corrió hacia donde se encontraba la escalera.

-¡Dice Colt que no está! -gritó.

Colt refunfuñó y se cubrió hasta la cabeza con las sábanas, volviendo a su tarea de ignorar el mundo exterior, al menos hasta que un golpeteo suave en su puerta lo interrumpió.

-Colt, hijo -escuchó la cálida voz de su madre llamarle del otro lado de la madera-, ¿podría pasar? Necesito que me acompañes.

Cambió de posición en su cama, moviéndose de un lado a otro, intentando ignorar que aquella mujer que decía ser su madre le buscaba; tan sólo bastaron unos golpes más en la puerta para que sucumbiera ante el llamado. Se levantó de su cama con dificultad, su visión nublándose repentinamente por el movimiento, se tambaleó hasta la puerta y retiró el seguro, esperó unos momentos y la abrió, dejando ver a la pelirroja mujer que le esperaba.

-¿Qué pasa? -preguntó con desánimo, dirigiendo su mirada al suelo, pues aún se sentía incapaz de hacer contacto visual con ella.

-Es Barley -dijo ella, poniendo su mano de forma reconfortante en el hombro de su hijo-, viene a ver cómo estás.

-¿Barley?

-Es nuestro todólogo aquí -le mostró una sonrisa media-. Acompáñame, ya verás.

Siguió a Pam por las escaleras y hasta llegar a la sala, donde había un robot de pie, lo que simulaba ser un bigote adornando su rostro metálico. Él se detuvo tan pronto le vio y miró a su madre, buscando explicaciones o, al menos, algo que le hiciera sentirse más seguro, pero Pam ya se había retirado, dejándolos a los dos por su cuenta.

-¡Oh, Colt! Me alegra verte de nuevo -dijo Barley con su tono tan robótico, como si su voz hiciera eco dentro de sus propios confines-. Por favor, toma asiento.

El pelirrojo miró desconcertado al robot frente a él y se sentó en el sofá alargado, Barley se acercó, sus falanges metálicas buscaron en la cabeza del joven por la contusión que, aunque seguía hinchada, sus dimensiones eran menores a lo que solían ser unos días atrás.

-Hmm, ya veo -retiró su toque de la cabeza ajena-, mira hacia mí, por favor.

Barley sacó una linterna de la pequeña bolsa de doctor que había colocado sobre la mesa de centro y Colt miró hacia el contrario. El robot encendió la linterna y tomó los párpados del pelirrojo, abriéndolos y revisando sus pupilas.

-Todo en orden -apagó la linterna y la guardó nuevamente-. Ahora dime, ¿qué recuerdas?

-Yo... no recuerdo nada.

-Pero tu nombre y tu ocupación, esas sí las recordabas -hizo una pequeña pausa-, según dijo el Primo.

-No es así -miró al robot-, tuvieron que decirme quién era y qué hacía.

Cegado por una Dalia Negra. [Hiatus] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora