28.- Maleficis Sapientia

498 49 4
                                    

Si alguna vez os han teletransportado, o lo que sea que nos hace Castiel para llevarnos hasta la Calzada del Gigante en un abrir y cerrar de ojos, sabréis que agradable precisamente no es. Joder, de hecho mi primera reacción es de querer echar hasta la primera papilla pero enseguida se me pasa e incluso vuelvo a sentirme bien. Bueno, todo lo bien que una puede sentirse cuando está metida hasta las trancas en semejante marrón.

Sam y Dean están más que acostumbrados a este método de viaje y corren a comprobar que estamos sanas y salvas. Yo me noto algo confundida por el cambio inmediato de localización y Sam me susurra palabras de calma al oído, tan cerca que su aliento me hace cosquillas en la oreja.

—Estoy bien, tranquilo.

—Oh, joder.— suelta Dean al ver la Calzada del Gigante ante sus ojos. Supongo que los americanos no deben conocer mucho las maravillas naturales europeas, y lo cierto es que esta es bastante acojonante.

Sam también se queda sin habla al ver el paisaje, y no es para menos. La Calzada del Gigante está situada frente al océano Atlántico y no sé como explicarlo mejor, pero toda ella está hecha de columnas de piedra de forma hexagonal de diferentes tamaños, simulando una especie de escalera desigual que parece haber sido tallada en la roca del acantilado por seres sobrenaturales.

Mi abuela Aileen me explicaba la leyenda de los gigantes Finn y Bennadoner que se peleaban tirándose piedras, hasta que formaron sin querer la Calzada del Gigante. O algo así; nunca le he prestado mucha atención a las muchas leyendas que corren por nuestras tierras.

Además, la Calzada del Gigante está absoluta y totalmente solitaria, lo cual no es habitual. Siempre está llena de turistas de todo el mundo, pero ahora no, claro. A nuestro alrededor solo hay acantilados y el mar embravecido que choca contra las extrañas piedras de la Calzada.

—¿No ha dicho Artemisa que por aquí había una entrada al Tártaro?— pregunto a nadie en particular y todos me miran, dubitativos. Meg se estremece a mi lado, a pesar de que no hace nada de frío, y me agarra la mano. 

—Puedo ocuparme yo de buscarla, mientras vosotros pensáis en la manera de construir esa jaula.— se ofrece Castiel.

Es justo entonces cuando caigo que tenemos que construir una puta jaula de piedra con rocas de cientos de kilos de peso encajadas en el suelo y que a mi humilde e inculta opinión, parecen bastante difíciles de mover. Y creo que ninguno de nosotros ha pensado en eso. 

Excepto Sam, por supuesto.

Castiel desaparece en busca de la susodicha entrada y Sam, diligente y más listo que todos nosotros juntos, saca el portátil y sin decirnos ni una palabra, accede a los archivos descargados de su correo electrónico.

—No creo que este sea un buen momento para ponerte a contestar emails, Sammy.— bromea Dean. Al parecer no hay situación grave en la que Dean pierda su buen humor. Minipunto para él.

—No estoy contestando emails, Dean.— murmura Sam, concentrado. Se ha sentado en una roca y sus ojos van de un lado a otro de la pantalla, buscando algo. Intrigada, me siento a su lado y observo que ha abierto un documento que parece un viejo libro escaneado y formateado para que pueda ser legible. Pero es que está en latín, así que legible para mi no es.

—¿Qué es esto, Sam?— pregunto intrigada.

—¿Conoces el Aradia?

—¿Crees que tengo cara de conocer lo que sea que es el Aradia?

Él sonríe un poco y al hacerlo se le estrechan los ojos y se le forman dos mini hoyuelos en las mejillas y a mi me flojean las piernas un poco aunque estoy sentada. Calma, Katherine, calma. Este no es el momento para ponerse en plan Bridget Jones.

Hi, Winchester [Supernatural]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora