30.- Todos los Sams

426 51 8
                                    

Cuando abro los ojos lo primero que veo son las pupilas acarameladas de Meg que me mira muy cerca y pego un grito del susto que me da al verla tan puto cerca, porque vamos a ver, mi amiga es guapa y todo eso, pero ver su cara a dos centímetros de la mía pues como que no, gracias.

—¡Kat!— exclama ella, achuchándome sin ningún tipo de cuidado. Pero mi cuerpo no se queja y responde al abrazo con alegría.

Voy a contestarle algo cuando me doy cuenta de que ya no estamos en la Calzada del Gigante, sino en una habitación de un hotel, o al menos eso parece. Afuera se escuchan ruidos muy familiares de coches, gente y música. 

Ruidos que hace muchas horas que no escuchaba y que me hacen dar cuenta de algo: la ruidosa civilización ha vuelto.

—¿Vuelve a haber gente? ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estamos? ¿Y Sam?— pregunto de corrido sin tomar aire, haciendo reír a Meg.

—Ha pasado que lo hemos logrado, Kat.

—¿Cronos y Rea?

—Sí. Tendrías que haber visto al Cù Sìth, tía. Cuando le diste la última orden antes de desmayarte se lanzó sobre ellos, los agarró con los dientes y los tiró dentro de la jaula. Esos dos cabrones estaban cagados de miedo. Luego vino Crowley y entre él, Castiel y los Winchester los arrastraron al Tártaro de nuevo. Dean los amenazó de lo lindo para que devolvieran a la gente a toda Europa.

—¿Así que nadie se ha dado cuenta de que durante veinticuatro horas el continente estuvo vacío? ¿En plan 0 gente?

—Ni idea, pero Castiel dice que los que desaparecieron no sintieron nada. Todo está bien. Incluida tú.

Entonces recuerdo lo que me hizo Cronos y me miro la mano derecha. Pero ya no tengo mano de vieja; solo mi mano normal de siempre. Suspiro satisfecha y en ese momento llaman a la puerta suavemente. Meg me guiña un ojo y va a abrir.

El primero que entra es Crowley, seguido de Castiel. El rey del infierno sonríe socarrón y con visibles ganas de largarse a ocuparse de sus asuntos, pero el ángel parece más alegre de ver que estoy bien. Luego aparece Dean con cervezas frías, me saluda sin más y empieza a repartir botellas entre todos. ¿Dónde está Sam?

—Oye, ¿y yo qué?— protesto al ver que sudan de mi y que no me toca ni un triste trago.

—Tú estás convaleciente.

—¡No es verdad! Dame una birra.

Dean se muestra reacio y yo le maldigo en mi mejor gaélico. Eso me impide ver como ha aparecido Sam con una sonrisa tímida pero feliz. No se acerca a la cama, sino que se queda al fondo de la habitación pero me observa sonriente.

—Vamos, Dean.— le dice a su hermano— Se la ha ganado. Dale una cerveza.

—Está bieeeen.

Me abre una botella de cerveza y me la pone entre las manos con un gesto de fastidio infinito, como si no lo acabase de aprobar. El trago que pego me sienta como si estuviera bebiendo elixir de los dioses. Aunque siendo sincera, no quiero saber nada de dioses en mucho tiempo. Ni de titanes ni de perros mitológicos de color verde ni de hechizos ni de fines del mundo. 

—No me habéis respondido. ¿Dónde estamos?

—En Belfast, en un hotel.— me responde Castiel.— No podíamos llevarte a un hospital, Katherine.

No, claro. A ver si no como les explicas a los pobres médicos sobre un tipo llamado Cronos que me lanzó un sortilegio envejecedor, como si estuviéramos haciendo un roleplay de Harry Potter y Los Titanes Cabreados. Pero... ¿entonces estoy recuperada del todo?

Hi, Winchester [Supernatural]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora