29.- Cù Sìth

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Dean es el primero en reaccionar ante la presencia de los titanes, porque Meg y yo estamos aterradas y totalmente petrificadas. Saca la pistola y los apunta sin que le tiemble el pulso ni un milímetro.

—Soltad a Castiel o vamos a tener graves problemas.— los amenaza. Sam sigue en su sitio, delante del cuenco con el que debería haber hecho el hechizo.

—¿Soltarlo?— dice Cronos. Tiene las cejas muy juntas y la frente fruncida, con una cabeza poblada de pelo negro muy tieso y con aspecto de ser muy áspero. No aparenta más de cincuenta años, como Rea, pero algo en ellos te hace pensar que son seres muy, muy antiguos. Y muy cabreados, sí.— Vamos a matar a este ángel aquí, delante vuestro. La época de los ángeles de Dios ha pasado.

—La era de los titanes va a regresar a Europa, esta vez para siempre.— amenaza Rea, a su lado. Bueno, ya sabéis, el clásico discurso de villano previo a la lucha.

Castiel mira suplicante a Dean, pero este no puede hacer nada para soltarlo de las cadenas mágicas esas que al parecer le impiden usar sus poderes angelicales. Dean solo sostiene la pistola, serio y amenazador.

Entonces es cuando veo que Sam me mira y yo le devuelvo la mirada. Observo como sus ojos van con disimulo desde los míos hasta mi pantalón y por un momento creo que me está mirando el culo. Pero eso sería muy poco Sam, me digo. Está mirando otra cosa y quiere que me dé cuenta de el qué.

¿Y qué coño está mirando ahora este?

—¡Ah, mierda!— murmuro por lo bajini.

Ni Cronos ni Rea nos están haciendo caso a nosotras, así que deslizo la mano en el bolsillo de mi pantalón con toda la tranquilidad que puedo reunir y mis dedos buscan el berilo verde, pequeño y reluciente. Lugh dijo que solo teníamos que sostener la piedra y llamarlo, y ya luego si eso que nos espabiláramos. No es exactamente el manual de instrucciones que una puede esperar, pero supongo que en la situación en la que nos encontramos es la única opción que tenemos.

Mis conocimientos de la lengua gaélica no están preparados para invocar a un perro mitológico enviado por los dioses celtas, pero aún así me concentro todo lo que puedo en formar en mi cabeza una imagen de un chucho verde gigante y con muy mala leche, con mi mano cerrada cubriendo el berilo.

—¿Qué haces, Kat? ¡Kat!— apremia Meg a mi lado.

—Shttssss.— la mando callar y cierro los ojos para concentrarme en todo lo que sé del Cù Sìth. Recuerdo las historias de mi abuela Aileen, contándome viejos cuentos de un perro que deambulaba por las Highlands provocando el terror y la muerte de los que escuchaban sus tres ladridos. Lo imagino con las orejas puntiagudas y los dientes llenos de saliva rabiosa, las patas sucias del barro que cubre las tierras altas de Escocia y el ulular de su ladrido.

Aprieto el berilo, frustrada porque no noto que esté pasando nada. Y no sé hasta que punto es prudente insultar a un bicho así, pero a mi no se me conoce por ser una mujer comedida y estallo.

—Vamos, estúpido cù a'bhàis de los cojones.

Un rugido del mar me sobresalta y el berilo verde se desliza de entre mis dedos para volver al fondo del bolsillo de mis pantalones. Veo como Sam traga saliva y gira la cabeza hacia el océano, que de repente ha estallado en unas olas salvajes que rompen contra las piedras hexagonales de la Calzada del Gigante.

—¿Kat?

Meg me coge la mano y yo se la cojo a ella, sin dejar de mirar las aguas turbias.

Y entonces lo veo. De las profundidades del agua veo surgir una pata peluda del color de las algas marinas, y luego otra pata enorme que pisa firme sobre las rocas. Y poco a poco, el cuerpo gigantesco y amenazador del Cù Sìth.

Hi, Winchester [Supernatural]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora