Prefacio

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Al girarse, mantuvo vigilado por el rabillo del ojo a su invitado.

¿Realmente podría llamarlo así? ¿Invitado? Él no le había tendido una invitación. Nunca había invitado a nadie dentro de sus muros. Y, aún así, siempre acogía a magos, brujas, criaturas de toda índole, prisioneros e incluso a sucios muggles. Pero nadie alabaría su generosidad y su hospitalidad. No existían, de todos modos. Era su obligación. No era quién para dar órdenes, le decían. En un mundo en el que la sangre era criterio de jerarquía, él era un mago de sangre pura y bastardo. Una condición que le había perseguido durante toda su vida. Dictando sus elecciones. Subordinándolo a un simple soldado que no tenía voz. Y, sin embargo, tenía talento para ser todo aquello que le negaban.

Su madre había temido su ambición. Su magia se había desatado demasiado pronto. Demasiado cruel. Demasiados pocos escrúpulos. Demasiado conocimiento para un niño oculto en la sombra de una familia tan poderosa. No era otra la razón por la que no lo había arrastrado fuera del Ojo para esconder su error.

Él era un error para su madre. Por suerte, estaba muerta. Ella y sus hermanos. El único que quedaba de aquellos que despreciaban su existencia pero alababan en secreto su poder, era el marido de su madre. Graham McOrez. Y sus sobrinos. La niña arrastrada por sus emociones y a la que le era impensable pensar en el bien común si afectaba a su familia. El niño era una criatura endemoniada cegado por sus aspiraciones de grandeza. Y el anciano era un viejo que vivía en un pasado glorioso que ya no le pertenecía. Ninguno de los McOrez con vida tenían la determinación y estabilidad mental que se requería para ser la cabeza que el Ojo merecía tener en aquel momento.

Loring sí.

No había que ser un estúpido para pensar en qué opinaría el Señor de la situación de inestabilidad en la sucesión del puesto de Mano Derecha si los McOrez se extinguían. Fue Zahra, su madre, la que derrocó a los O'Smosthery para llegar al poder. Cedió su puesto, al ser mujer, a Graham McOrez. Por tanto, habiendo sido asesinados sus hermanos, quedaba él, pese a su sangre, como el verdadero heredero si al pobre de Graham le ocurría alguna desgracia. Todos los seguidores de los McOrez, la mayor parte del Ojo debido a sus arrogantes amenazas, odiaban públicamente a Loring y jamás le apoyarían en un posible ascenso. Creían que era un parásito que los Karkarov habían implantado en el Ojo para volver a hacerse con un reinado de terror siglos más tarde de sus masacres.

Por esa razón, se había estado ocupando de su candidatura. No sabía cuándo, pero intuía que Graham iba a morir. No quería forzar la situación, aunque intuía que alguna que otra Familia ya estaba preparando algún complot. Mientras no fuera su varita, estaría a salvo de una acusación de traición. Lo que necesitaba era aún más poder. Alzarse como el legítimo heredero del puesto que había conseguido su madre. Ninguna Familia parecía apoyarle. Los Karkarov no se habían molestado en reconocer al descendiente que estaba a un escalón de la victoria.

Solo una Familia era lo suficientemente astuta como para acudir a él para no alejarse de la persona que sería la próxima Mano del Señor. Como para tener conciencia de que un bastardo como Loring emplearía todos sus recursos en asegurarse de que nadie le arrebataba lo que le había sido negado. Como para entender en qué consistía ser el Siervo más importante de un Señor Oscuro. Los Malfoy.

-¿Cuál es su arma secreta, entonces? -Le preguntó Lucius Malfoy con su voz aterciopelada y grave.

Loring sonrió con suficiencia. Acababa de confirmarle que no pensaba mandar a ninguno de sus hijos a la caza de Graham. Eran demasiado inteligentes como para seguir un plan tan estúpido. Su hija había fracasado dejándose llevar por sentimientos que le eran prohibidos como soldado. Y su hijo tenía una misión aún más importante que matar a la Mano del Señor.

La tercera generación VIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora